martes, 25 de abril de 2023

Jueves Santo pero no tanto

 



 Cuentan que en cierto convento, al serle preguntada la hora a algún fraile, éste, invariablemente, contestaba: “Hora de servir a Dios”. Efectivamente tenían razón aquellos frailes; todas las horas son buenas para servir a nuestros compañeros de la vida y santas para servir a Dios, y de la misma forma que todas las horas lo son, creo que también lo son todos los días de la semana, por ejemplo los jueves. Este año he tenido una extraña sensación y ha sido la de parecerme que el llamado Jueves Santo no lo era tanto como lo fuera en épocas anteriores. El día del amor fraterno no tenía mucho de fraterno a nivel nacional, pues en tanto en veintiuna provincias era fiesta, en otras veintinueve era día de labor. Pero ese divorcio del amor, según dicen los periódicos, se hacía desagradable en Madrid, donde “mientras los obreros trabajaban en los andamios y los dependientes en sus almacenes, el madrileño se encontraba con el peregrino, ma1 ejemplo de que la misma Administración que declaró laborable la jornada se ausentara olímpicamente de sus despachos”. En tanto eso ocurría en Madrid, en el pequeño pueblo era más visible el contraste, tal vez por su pequeñez, entre el equipo de albañiles, que empujaban sus carretillos llenos de hormigón y los que, haciendo corrillos conversaban gozando del día de fiesta. La hormigonera giraba y giraba, contrastando su ruido áspero y monótono con el silencio y a lo más un murmullo, que correspondería a uno de los tres días del año de los que antes se decía que relumbraban más que el sol. Sonó en la torre la carraca convocando la procesión. Es ésta una procesión sin espectadores, porque casi todos los vecinos participan en ella. El único paso es viviente, formado por los hermanos Bibián, que les viene por tradición, y por Antonio Grasa. Uno de los hermanos lleva una pesada cruz, los otros dos se colocan uno delante y otro detrás. Los tres llevan túnica con la cara tapada y marcan un paso, que quizá en otros tiempos fuera dirigido a golpes de tambor. Este año, excepcionalmente, hubo un espectador un mendigo, y su presencia y la confusión de su mente contribuyeron aumentar mi sensación extraña. Se santiguó al paso del Santo Cristo, y cuando acabó la procesión se puso a cantar, solo: “Perdona a tu pueblo, Señor...” Y luego, hablándose a sí mismo añadía: “Perdón, ¿de qué, Señor? Tantas andadas, tantas descansadas! Tú has resucitado y estás allá arriba, con el sol, con las estrellas, y con la luna. Pero allí también están los americanos!”: El cerebro del hermano pobre pensaba y estaba perplejo.  Sin querer ser paternalista le di una propina y me dijo: “Gracias, padre”. Yo hubiera preferido que me dijera hermano, Una palabra, por otra parte, con la que antes se sacudían al pobre diciéndole: “Dios le ampare, hermano’. Tal vez me dijo padre, porque en las casas grandes y de muchos balcones los pobres aun esperan limosna por los cojones!, y como le di más de lo que esperaba, se quedó agradecido. Me quedé con ganas de escuchar algún salmo o motete en latín y con alegría he escuchado por la radio el “Pange lingua” y he recordado cómo en la noche de la última Cena, Jesús, sentado a la mesa con los hermanos, se da a ellos con sus propias manos.

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