martes, 17 de octubre de 2023

Carta del tío-abuelo de mi padre, Mosen Martín Cavero Retor de Siétamo ( 11-II-1807).

 

                                                                Duque de Hijar en 1798


El Conde de Aranda, Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, nacido en el Castillo-Palacio de Siétamo, fue uno de los nobles más poderosos de España y trató siempre a los hijos de mi pueblo con respeto y con amor. Pero una vez muerto en 1798, quedó como heredero el Duque de Hijar, cuyos encargados del poder en Siétamo dejaron mucho que desear.

Mosen Martín Cavero de Siétamo, fue tío de mi bisabuelo Manuel Almudévar Cavero. Y la carta que le dirigió al Duque de Hijar, tendría alguna copia que mi antepasado guardaría entre los documentos de Casa Almudévar de Siétamo.

La carta dice así: “Excelentísimo Señor

Voz del Señor deben ser los Párrocos, y ésta en acabando de sonar, deja de ser: Dígolo, porque V.Sa. Me honre con la clemencia de oírme sin causarle admiración, verme introducido en asuntos seculares, y bien lo sabe Dios, si soy capaz de cumplir con los eclesiásticos, como los más sagrados de mi estado y obligación.

 Algunos meses ha, que encierro dentro de mi corazón el sentimiento que me cuesta ,la crítica y triste situación de estos vasallos de Vª. Xª. Y feligreses míos, pues es tan grave, por las funestas consecuencias que amenazara, que huyéndose de su juicio, sólo se concede a mi dolor.

El amor de prójimo, y la obligación de Pastor, me precisan ya a romper el silencio, suplicando a Vª. Xª. Se digne atenderme, porque también es equidad en los Grandes Señores permitir al dolor algún desahogo.

No es posible, Excelentísimo Señor, que la amable clemencia de Vª. Xª. Esté verdaderamente noticiosa de los trabajos y persecuciones que padece esta Pueblo por su Administrador D. Josef Irigoyen; porque a saberlo, no podía suceder el consentirlo, y mucho menos Vª. Xª., que siempre amante de la equidad y justicia, jamás supo volver los ojos a la razón de mandar executarlo.

Todo observante y nada compasivo pretende Irigoyen labrar sus aciertos  a costa de rigurosas y atropelladas execuciones, hijas de su poca edad y fogosidad de su genio. Si la indigencia de un pobre jornalero le obliga al socorro de un fajo de leña del Carrascal, y sin causar daño alguno en él, inmediatamente lo delata al Subdelegado de Huesca, y tiene que contribuir con la pena rigurosa que le impone, muy superior a sus débiles fuerzas. Ese y otros hechos que omito a Vª. Xª., por no serle molesto, han dado motivo a una juventud inconsiderada, con el mayor sentimiento de lo principal del Pueblo, y señaladamente del Exponente, que conoce, y sabe mejor que otro alguno, las funestas consecuencias que de necesidad se han de seguir, a hacer demostraciones de venganza contra el dicho Irigoyen con piedras y con el escaño a las puertas del Palacio. 

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