Estaba
el primer día del mes de Marzo, de este año de 2012, apoyado en el mostrador del
Bar “La Fabla”, escuchando las sensatas palabras de un inglés. Éste de figura
elegante, con su pelo rubio, que le arranca casi de la parte posterior del
cráneo, y se le descuelga la cabellera, hacia abajo, como protegiendo su inteligencia. Yo desconozco que estudios han
rellenado su cerebro pero sí que sé, que es un hombre, que ha viajado por toda
Europa y que en Huesca, colaboró con un oscense, nacido en la aldea de Las
Casas, llamado Don Antonio Porta Labata. Para realizar esa colaboración, se
pusieron de acuerdo para crear una imitación de la Gran Factoría Oscense, en un
País africano.
Estaba escuchando sus palabras, con la intención de saber la verdad sobre
la historia o leyenda de la Bodega del Monte de San Juan, que se asoma al
pueblo de Vicién. Él no paraba de emitir
sus palabras, llenas de conocimientos, pero yo, no me enteraba de nada del
misterio de aquella Bodega del Monte de San Juan, que dicen encerraba botellas de un vino, que
por lo visto no se encuentra ni en la Rioja, a orillas del Ebro ni en Francia,
el País de los vinos más famosos del mundo. Su rostro de vez en cuando, se
acomodaba a diversas acciones de humor, con muecas, que por un lado te hacían
reír y por otro, llorar. Formaba dichas muecas por no poder sacar, de su cabeza coronada con esos cabellos, que
me recuerdan, una corona real, el fin, de esas maravillosas botellas o si todavía existe, su
contenido. Esa interpretación de sus muecas, no es la verdadera, porque ni el
mismo Paul, conoce lo que ha pasado con ellas.
Me
dijo Paul, que estaba escribiendo un libro sobre la historia de los dos Montes
productores de vino excelente, para llevarlo a Francia, a saber San Luis y San
Juan. Yo no sé, si tardará en escribirlo
o nos hará esperar mucho tiempo, pero yo creo que corre prisa, para que aquella
época en que dos nobles, quisieron aprovechar nuestros campos , para exportar
ese excelente vino a Francia, vuelva ahora, en unos tiempos en que hay que
renovar el ferrocarril de Canfranc, para que Aragón entre en Europa.
En
estas, nos encontrábamos Paul Adkinson, cuando llegó al mostrador Jorge Duque, al que no conocía, pero que
rápidamente me di cuenta, de encontrarme ante un herrero
antiguo, convertido en un moderno hombre de Industria. Al escuchar las sabias
palabras de Paul, se le iluminó la memoria y exclamó: ¡qué movimiento
industrial apareció en Huesca, cuando
triunfaban Antonio Porta Labata, José Porta Callén, Luna, Lamusa, Albajar con
sus cosechadoras, que era hijo de un herrero de Esquedas, como también, yo
mismo Jorge Duque, soy un herrero.
Y
Jorge Duque, que fue simplemente un herrero, estaba preocupado de
la cultura, porque allí mismo nos dijo, recordando sus periodos de trabajo en
la Catedral, que quiso entrar a mirar y a admirar los escritos que estaban en
el Archivo, pero no lo dejaron y él , después de muchos años, estaba extrañado
de que la cultura le fuera prohibida. Pero
no le estaba prohibida porque en el Eclesiástico (38:28) pone: “Lo mismo pasa con el herrero, sentado junto
al yunque, con la atención fija en el hierro que forja el vaho del fuego que
derrite su carne y él se debate con el calor de la fragua; el ruido del
martillo endurece sus oídos y sus ojos están fijos en el modelo del objeto;
pone todo su empeño en acabar sus obras y se desvela por dejarlas bien
terminadas”. En mi artículo “El cabezón de Agüero”, escribo cómo el humilde y
hambriento herrero de San Felices, se desveló toda su vida, para dejarla bien
acabada. Dicho pueblo era una aldea
dependiente de Agüero, en la que ahora dicen que vive una familia que cultiva
su monte. En aquellos tiempos vivía en San Felices muy poca gente, pero sin
embargo allí ejercía un herrero, pero casi no sacaba ni para comer, llegando a decidir: no tengo
ni qué comer, estoy desesperado, ahora mismo le entregaría mi alma al diablo.
Este le debió oír y le dijo: ¿qué te pasa?, véndeme tu alma y por veinte duros,
cerraron el trato. Pasaron años y llegó el diablo a ver si se pudiera llevar su
alma, pero el herrero le dijo: aun soy joven, espérate diez años más, pero
acuérdate que me has de dejar morir por la enfermedad que yo quiero. El diablo
aceptó la condición y pasaron dichos años y volvió el diablo a buscar su alma,
y el herrero le dijo: ¿no me tengo que morir de la enfermedad que yo quiera?, si,
le contestó el diablo y ¿cuál es?, a lo que
le dijo el herrero: ¡de sobreparto!. El diablo que desde hacía muchos
siglos se dedicaba a engañar, huyó avergonzado al ver su engaño vencido por un
pobre herrero”.
En
el Eclesiástico pone que el “herrero pone todo su empeño en acabar sus obras y
desvela por dejarlas bien terminadas”. Conocí a Jorge Duque hace muy poco
tiempo, pero me di cuenta de su buen
sentido y hoy, en la Plaza de Zaragoza, el jubilado herrero
de Torres de Barbués, que se encuentra la lado del pueblo de Jorge, es decir de
Marcén, me ha dicho que estos Duques gozaban de muy buen prestigio en su comarca.
¿Jorge
Duque, cómo te has convertido en un Industrial moderno de la Agricultura,
cuando eras tan sólo un sencillos, pero
sabio herrero?.
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