sábado, 7 de octubre de 2023

El herrero del Polígono Monzú, en el Bar de la “Fabla”.

 


Estaba el primer día del mes de Marzo, de este año de 2012, apoyado en el mostrador del Bar “La Fabla”, escuchando las sensatas palabras de un inglés. Éste de figura elegante, con su pelo rubio, que le arranca casi de la parte posterior del cráneo, y se le descuelga la cabellera, hacia abajo, como protegiendo  su inteligencia. Yo desconozco que estudios han rellenado su cerebro pero sí que sé, que es un hombre, que ha viajado por toda Europa y que en Huesca, colaboró con un oscense, nacido en la aldea de Las Casas, llamado Don Antonio Porta Labata. Para realizar esa colaboración, se pusieron de acuerdo para crear una imitación de la Gran Factoría Oscense, en un País africano.

Estaba escuchando sus palabras, con la intención de saber la verdad sobre la historia o leyenda de la Bodega del Monte de San Juan, que se asoma al pueblo de  Vicién. Él no paraba de emitir sus palabras, llenas de conocimientos, pero yo, no me enteraba de nada del misterio de aquella Bodega del Monte de San Juan,  que dicen encerraba botellas de un vino, que por lo visto no se encuentra ni en la Rioja, a orillas del Ebro ni en Francia, el País de los vinos más famosos del mundo. Su rostro de vez en cuando, se acomodaba a diversas acciones de humor, con muecas, que por un lado te hacían reír y por otro, llorar. Formaba dichas muecas por no poder sacar,  de su cabeza coronada con esos cabellos, que me recuerdan, una corona real, el fin, de esas  maravillosas botellas o si todavía existe, su contenido. Esa interpretación de sus muecas, no es la verdadera, porque ni el mismo Paul, conoce lo que ha pasado con ellas.

Me dijo Paul, que estaba escribiendo un libro sobre la historia de los dos Montes productores de vino excelente, para llevarlo a Francia, a saber San Luis y San Juan. Yo no sé,  si tardará en escribirlo o nos hará esperar mucho tiempo, pero yo creo que corre prisa, para que aquella época en que dos nobles, quisieron aprovechar nuestros campos , para exportar ese excelente vino a Francia, vuelva ahora, en unos tiempos en que hay que renovar el ferrocarril de Canfranc, para que Aragón entre en Europa.

En estas, nos encontrábamos Paul Adkinson, cuando llegó al mostrador  Jorge Duque, al que no conocía, pero que rápidamente me  di  cuenta, de encontrarme ante un herrero antiguo, convertido en un moderno hombre de Industria. Al escuchar las sabias palabras de Paul, se le iluminó la memoria y exclamó: ¡qué movimiento industrial  apareció en Huesca, cuando triunfaban Antonio Porta Labata, José Porta Callén, Luna, Lamusa, Albajar con sus cosechadoras, que era hijo de un herrero de Esquedas, como también, yo mismo  Jorge Duque, soy un herrero.  

Y Jorge  Duque, que fue  simplemente un herrero, estaba preocupado de la cultura, porque allí mismo nos dijo, recordando sus periodos de trabajo en la Catedral, que quiso entrar a mirar y a admirar los escritos que estaban en el Archivo, pero no lo dejaron y él , después de muchos años, estaba extrañado de que la cultura le fuera prohibida.  Pero no le estaba prohibida porque en el Eclesiástico (38:28) pone:  “Lo mismo pasa con el herrero, sentado junto al yunque, con la atención fija en el hierro que forja el vaho del fuego que derrite su carne y él se debate con el calor de la fragua; el ruido del martillo endurece sus oídos y sus ojos están fijos en el modelo del objeto; pone todo su empeño en acabar sus obras y se desvela por dejarlas bien terminadas”. En mi artículo “El cabezón de Agüero”, escribo cómo el humilde y hambriento herrero de San Felices, se desveló toda su vida, para dejarla bien acabada. Dicho pueblo  era una aldea dependiente de Agüero, en la que ahora dicen que vive una familia que cultiva su monte. En aquellos tiempos vivía en San Felices muy poca gente, pero sin embargo allí ejercía un herrero, pero casi no sacaba  ni para comer, llegando a decidir: no tengo ni qué comer, estoy desesperado, ahora mismo le entregaría mi alma al diablo. Este le debió oír y le dijo: ¿qué te pasa?, véndeme tu alma y por veinte duros, cerraron el trato. Pasaron años y llegó el diablo a ver si se pudiera llevar su alma, pero el herrero le dijo: aun soy joven, espérate diez años más, pero acuérdate que me has de dejar morir por la enfermedad que yo quiero. El diablo aceptó la condición y pasaron dichos años y volvió el diablo a buscar su alma, y el herrero le dijo: ¿no me tengo que morir de la enfermedad que yo quiera?, si, le contestó el diablo y ¿cuál es?, a lo que  le dijo el herrero: ¡de sobreparto!. El diablo que desde hacía muchos siglos se dedicaba a engañar, huyó avergonzado al ver su engaño vencido por un pobre herrero”.

En el Eclesiástico pone que el “herrero pone todo su empeño en acabar sus obras y desvela por dejarlas bien terminadas”. Conocí a Jorge Duque hace muy poco tiempo, pero me di  cuenta de su buen sentido   y hoy,  en la Plaza de Zaragoza, el jubilado herrero de Torres de Barbués, que se encuentra la lado del pueblo de Jorge, es decir de Marcén, me ha dicho que estos Duques gozaban de muy buen prestigio en su comarca.

¿Jorge Duque, cómo te has convertido en un Industrial moderno de la Agricultura, cuando  eras tan sólo un sencillos, pero sabio herrero?.

 


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