martes, 3 de octubre de 2023

Vallés Almudévar.-

      


No sé si Jesús Vallés Almudévar hubiera resultado un trotamundos, si no hubiera ocurrido en su temprana edad lo que a él le pasó, pero no me cabe la menor duda de que ha resultado un peregrino a lo largo de su vida, es decir como un trotamundos elevado, que siempre va caminando en busca de su prójimo, para ayudarle, como queriendo dar lo que él no recibió en su niñez. Siendo todavía niño iba a Fañanás, venía a Huesca, volvía a Fañanás, pero la última vez que llegó a este pueblo, estalló la Guerra Civil y se quedó, en unos instantes, sin madre y sin uno de sus pequeños hermanos, pero más tarde otro de sus hermanos murió en la misma guerra. Se quedó sólo, como la Virgen de la Soledad, aunque alguna persona trató de cuidarlo, pero en realidad estaba sin norte, sin dirección, sin aquel cariño que tanto necesitan los niños. Y siguió su peregrinación de trotamundos porque lo llevaron a Ola, fue a Siétamo, a la Montaña, a Ordesa hasta que acabó la Guerra. Lo traían y llevaban aquellos que luchaban en la Guerra, de los que algunos, a veces cometieron el pecado de matar, como mataron  a su madre y a su hermano y otros, en cambio, parecía que tenían compasión de aquel a quien sus compañeros habían dejado solo. Y tanto como viajaba su cuerpo, viajaba su alma, como buscando su corazón y su temprana mente el mandato y los sentimientos de su madre y la compañía de su hermano, pero al acabar la Guerra, su cuerpo siguió de viaje a Huesca, donde se encontró con sus hermanos y con su hermana que era toda bondad y que lo querían, ya que habían sufrido tanto tiempo con su ausencia y su soledad.

Siguió usando sus pies, sin pisar  nunca el  acelerador de un coche, pero él sentía la necesidad de convertir su trotamundismo en peregrinación, porque sentía la llamada de su madre y de su hermano, como le recordaba el Miércoles de Ceniza, cuando decía: ”memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris” y él o yo creo más bien,  que era su corazón el que le empujaba a ser peregrino en este mundo, para llegar al otro.

Y era su corazón porque a los suyos los mataron, pero lo impregnaron, así como su vida, su historia, es decir su vida en unos ideales, que permanecían en él.

Su mente y su corazón estaban  necesitados del mandato de su padre y de su madre; tenía al resto de sus hermanos, a su buena hermana que lo adoraba, a su sobrina, que lo quería, pero su mente buscaba los motivos de la peregrinación de su madre y de sus hermanos y acabó ingresando en el Seminario. Ha inspirado la disposición de la capilla de la Torre de la Iglesia de San Pedro el Viejo y parece recordar a sus hermanos en las bellas imágenes de San Justo y San Pastor, rodeados de custodias y cálices, que tanto ha reverenciado él, durante sus largos años de servicio a los  altares. Con esa cúpula, esos arcos y las luces que entran por las bellas ventanas de esa capilla románica-gótica, parece unir en la gloria a su madre y a sus  hermanos con Cristo, con la Virgen de la Soledad y con los santos Justo y Pastor.  

Ahora hace cincuenta años que celebró su primera misa. ¡Dios mío que peregrinación en el altar, orando por los hombres, perdonando a los que habían herido a su familia y diciéndole a ella y a los que la formaban que le esperen, que le esperen!, porque ¿cuántas veces se habrá acordado de los suyos, de su padre, de su madre y de sus hermanos difuntos y cuántas veces se habrá dirigido a su madre y a sus hermanos con palabras?. No se sabe si le han contestado, pero sin ninguna duda, han dirigido su peregrinación por este mundo.

Contemplar esta historia es como si estuviéramos escuchando la unidad, durante toda la Eternidad, entre Dios y los hombres. 

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