sábado, 25 de enero de 2014

Migalón y la cabra



Se le había escapado una cabra a Migalón. Se le había espantado un perro y no sabía hacia donde había dirigido sus pasos. La cabra siempre tira al monte, pero al niño le tiraba más ir hacia aquellos lugares donde podría encontrar personas.
Llegó a las afueras de un pequeño pueblo y sobre las tapias de un huerto vio colgar de las ramas unas peras de agua, tan tentadoras para él, como las manzanas lo fueron para Eva. Tenía sed, subió a las bardas de la tapia,  escalando por las juntas de las piedras y después de meterse bien las faldetas de la camisa de cáñamo, dejando holgura suficiente como para formar anchura suficiente como para formar un poco de bolsa, se apretó la correa. Se soltó el botón de la tireta del cuello y el otro de más abajo y empezó a embolsar peras con una mano, mientras con la otra se llevaba una a la boca. De repente oyó el grito de una mujer que exclamaba: ¡furtaperas! Y vio como un hombre se dirigía rápido hacia él con una “forca” en la mano. Brincó de la pared, con la misma rapidez con que lo había hecho la cabra al ser atacada por el perro. Echó a correr y para poder hacerlo más deprisa se iba sacando la faldeta de la camisa, con lo que iba sembrando de peras el camino y aligerando su peso. Ahora no era sólo la mujer la que gritaba; se habían añadido el hombre y los hijos, formando un coro que sonaba.¡furtaperas, furtaperas!.
A él le dolía este insulto y sintió no haber encontrado la cabra para compensar de algún modo las peras con un cuenco de leche para los niños de los agresores.¡Cuántas veces cuando cuidaba sus cabras había ofrecido un trago a los caminantes!. Porque Migalón no iba a la Escuela, sino que se dedicaba a cuidar cuatro cabras y algunos corderos, pues su padre estaba viviendo sólo y él no podía permitirse el lujo de estudiar.
Cuando estuvo lo bastante lejos del huerto como para considerarse libre de sus dueños, se le planteó el dilema de volver a su casa sin la cabra o de seguir su odisea. Además, ¡cualquiera volvía a pasar por el pueblo de las peras!. Ante esta última reflexión decidió seguir caminando hacia abajo. Al caer la noche se metió a dormir en una caseta de campo, aunque no pudo hacerlo a gusto porque una lechuza le estuvo chistando toda la noche. Al salir el sol los pájaros cantaban de alegría, pero a él se le saltaban las lágrimas de tristeza. Siguió caminando y desde un tozal, al que se subió a ver si localizaba la cabra, divisó un pueblo muy grande,  del que subían al cielo cohetes que causaban un gran estruendo. Era Graus. Allí se dirigió. Aquello no era un pueblo, era una pequeña ciudad, que ardía en fiestas en sus calles. El lo miraba todo con ojos atónitos y tal vez por verlo tan sólo, unas mocetas le dieron torta y un trago de vino. Esto lo reconfortó y recorrió todo Graus; vio los danzantes, la Virgen de la Peña, etc., pero aquella plaza con esos pórticos le pareció la más bella del mundo. Claro que él no había visto mundo y malamente podía haber visto otra mejor. Si que había tenido ocasión de observar pinturas murales románicas en alguna ermita, pero al lado de aquellas alegorías neoclásicas le parecían monigotes.
Cuando más ensimismado y admirado deambulaba, vio un muñeco colgado al que hacían dar más vueltas que a una reinadera al mismo tiempo que gritaba la chiquillería: “¡furtaperas, furtaperas!”. No sabía si aquellos gritos se los dirigían al muñeco o a él. No tuvo tiempo de dilucidarlo,  porque echó a correr y no paró hasta que habiendo pasado el puente de la carretera que va a Capella, estuvo lejos de Graus.
Se volvía a hacer de noche y sobre un altozano divisó una ermita con un porche delante. Allá se dirigió. Atados a unas carrascas que alrededor de la Ermita les daban sombra, había cinco burros. Al llegar hasta ellos, apareció la dueña, mujer de aspecto tan rústico como una pastora de su pueblo con la que se juntaba algunas veces en el monte. El le daba media sardina y ella le daba olivas. Por eso no causó miedo la dueña de los burros someros.¿Qué haces por aquí?,le preguntó a Migalón que no había mentido nunca, lo hizo en esta ocasión, obligado por las circunstancias, diciendo: es que sabe, se murieron mis padres y como no tengo familia voy solo por el mundo. Y ¿qué comes? Le volvió a preguntar la buena mujer. Pues mire, según el tiempo, ahora se encuentran peras por ahí. Al nombrar las peras se le hizo un nudo en la garganta.
¡Ala, pues vente conmigo!, y ahora come algo pues te veo algo desvalido; al tiempo que lo decía, sacó de la alforja un pan, unas nueces y unos higos. Casca esas nueces, le dijo. Abrió los higos y metió dentro el fruto que Migalón había cascado. Cenaron tan frugal cena como los propios ángeles; ella se echó un trago de vino. De repente desde donde estaban los burros oyó el llanto, no sabía si de uno o de dos niños. Efectivamente, corrió la mujer y de unas "argaderas" sacó dos angelicos iguales.¡Vete a buscar agua! le dijo a Migalón, mientras le daba un puchero de barro. Bajó al río, subió con el agua y aquella mujer y aquel niño se dieron cuenta de que se necesitaban. Encendieron fuego, prepararon unas sopas bien aceitadas para los gemelos y ¡a dormir!.
Bien de mañanas, después de reprensar la reata con un poco de paja, la aparejaron y ¡en marcha!.Aquella mujer le contó que era viuda y que se dedicaba a subir aceite de la Ribagorza, donde se criaba el olivo, a la Ribagorza Alta, hasta Pont de Suert. Allí cobraba en dinero o en quesos y volvía a bajar.
El pobre Migalón quedó más compenetrado con la Ramona, pues su manera de obrar coincidía con su criterio de cambiar peras por leche y sardinas por olivas. El no era un furtaperas; no, no era un furtaperas. Con tan buena maestra se hizo comerciante y se quedó en Francia. Es el tributo de la emigración que la Ribagorza ha tenido que pagar desde siempre.
No cuento la vida de Migalón hasta que se hizo rico porque este cuento se convertiría en una novela.
Como la sangre no es agua, nuestro héroe ya mayor y con dinero, volvió a su pueblo. Conoció a sus cuñados y a sus sobrinos y sobrinas. El no se hacía a aquella vida tan pobre y decidió marcharse otra vez.
Y cuan ya s’en iba su tío, le ba di la moceta (la sobrina): “Compreme una craba pa yo, que m’en iré a bendé la leche a Graus”.y su tío la i ba comprá el día que s’en iba. Y como la moceta iba dicho en casa: ”m’en iré a vendé la leche a Graus”, ban pensá su pare y agüelo:”la de to-las crabas podría i a bendé esta moceta; mos tocarían buenos dinés”.Y la moceta ba di entonces:”Y a yo, ¿qué me darán de lleva-la?.
Marieta se llamaba la sobrina de Migalón. En un libro de Don Manuel Albar está su aventura en ribagorzano. Han podido comprobar las cualidades para el comercio de Marieta, pero le pasó como a la lechera del cuento, fracasó.
Su tío triunfó porque se fue de su tierra. Los ribagorzanos son emprendedores, no “furtan” nada. A ellos es a quienes les “furtan" el agua. Esta siempre ha bajado de arriba abajo y a la Ribagorza no le sabe malo que la aprovechen los demás, pero piensan como Migalón que quería compensar las peras con leche, las sardinas con olivas y las nueces de la arriera con trabajo.
Piensan que según esa regla de tres, sus pantanos debían ser compensados con energía eléctrica barata y con industrias cerca de las Centrales.
El pobre Migalón se fue a Francia por Pont de Suert y al volver a su pueblo hubiera deseado hacerlo por el túnel de Benasque.

¿A quien representa ese muñeco que en Graus llaman el “furtaperas”?.Desde luego que no a ningún ribagorzano. 

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