Parroquia de Siétamo, donde se
nos ha hecho gozar de un concierto de piano, guitarra, flauta, clarinete, fagot
y acordeón.
Nos reunimos en la iglesia
iluminada, donde llamaban la atención los santos, los “Santocristos”, los relicarios y en una vitrina lucían y
todavía lucen su sagrada antigüedad una custodia, un cáliz, una cruz parroquial
que en otros tiempos presidió las procesiones, junto con un pequeño y elegante
manto infantil, que procede del castillo de los Abarca de Bolea, Condes de
Aranda. Hay en una columna colgado un
cuadro, con el viejo retablo de antes de la guerra y cuyas esculturas o motivos
que presidían antes el culto de la
iglesia, ahora son los santos de yeso,
que acompañan al cáliz, la custodia y el manto, que el cura de entonces
Don Marcelino Playán, guardó escondidos en un rincón de la bóveda.
Van a sonar el piano de cola
junto con la flauta, el clarinete y el
acordeón, como en tiempos ya pasados de la Guerra del año de 1936, sonaron en
los oídos de los sietamenses, escondidos en la bodega de la iglesia, los
cañonazos, los tiros de fusil y las ametralladoras, que nos hicieron durante
unas diez horas, a unos llorar, como a Rafael Bruis, a otros rezar y a todos
esperar salir con vida de la bodega.
En aquella reunión el concierto
fue terrible y tuvo lugar el año 1936.Aquella tarde salimos y huimos a Huesca, pero
días más tarde hubo otra reunión de combatientes, que siguieron escuchando y
produciendo ruidos bélicos. En la capilla del Santo Cristo, estuvieron heridos
y murieron varios hombres y cuando fueron expulsados y salieron de la iglesia
por una diminuta ventana, a la que a tiros le quitaron la reja que impedía la
salida de los hombres. Los que venían, desenterraron en la capilla del Santo Cristo a varios Azaras y Almudévares, que en otros
viejos tiempos hicieron la citada capilla.
No eran entonces los conciertos
como los de ahora que suenan con
dulzura, con solemnidad y con alegría y esos sonidos me recuerdan a aquellos
hombres que allí murieron; ya no suenan esas melodías guerreras y los niños que
ahora las hacen sonar
dulces, ya no se acuerdan de
aquello .Los cuerpos ya no gozan del
arte musical, que hacen sonar aquellos niños, pero los espíritus de aquellos
héroes gozarán de su encanto y más en tal lugar, porque la dulzura de los
paseos musicales de la flauta, recuerda los paseos voladores de los espíritus de
los difuntos y acompañados por las teclas del piano de cola, le añaden
solemnidad, mientras los cuerpos unidos
a la tierra ya no sienten nada.
Una joven hace sonar su guitarra
y su música me recuerda la canción que dice :”Manbrú se fué a la guerra –Mambrú
se fué a la guerra-No se cuando vendrá –No se cuando vendrá”. ¡Que no vuelva la
guerra!.
Antes la historia era
interpretada providencialmente, pero ahora somos nosotros los que debemos
cuidarla, para que no vuelvan más guerras. Hay que evitarlas con la moral y la
moral social, con el arte, como el maravilloso arte que hemos escuchado en la
iglesia de Siétamo y como dice Baltasar Gracián con la discreción de los
políticos.
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