Enrique Capella, año tras año, en
el periódico de Huesca y en el Programa Oficial de Fiestas de San Lorenzo, ha
venido recreándonos con sus humorísticas e irónicas coplas, que recopiladas
darían tema a un antropólogo para una tesis sobre el comportamiento humano de
nuestras gentes y a los lingüistas para comprobar el uso de nuestras palabras
aragonesas por el pueblo.
Capella se ha ido y yo sin más
investidura que la que me da mi admiración a un oscense tan puro y tan neto,
pretendo hacerlo presente un año más en este Programa, a pesar de que ya no
está físicamente presente entre nosotros. Ustedes mismos pueden reavivar su
presencia, repasando los programas festivos y los periódicos del día de San
Lorenzo de años anteriores y se encontrarán con su obra; léanla porque
difícilmente podrán volver a leer a un costumbrista que nos defina a los
altoaragoneses con el mismo realismo y sentido de la ironía.
¿Dónde nació Capella?. Sólo podía haber nacido en nuestra
capital y para saberlo no hay que ir a mirarlo en su partida de nacimiento;
Basta recordar la letra del Himno de Huesca, con partitura de Montorio, que
dice”: Huesca querida, mi sertoriana, con
alma y vida te quiero yo cantar”.
Pocos Oscenses podrán inmortalizar como Capella su declaración de amor a
Huesca, que lo vio nacer y que acompañada con esa música pone la carne de
gallina a los oscenses. El espectro humano de nuestro hombre era amplio y así
como ascendía a las alturas líricas para decirse oscense, descendía al lenguaje
del pueblo llano para manifestarse “Huesqueta”: El que nace por Huesqueta, no
sería güen baturro si carece de nobleza, que al nacer ya lleva dentro”.
Su afición por la música heredada
de su padre, la cultivó desde niño, pues cuando fue a estudiar a Zaragoza, la
utilizó entre otras cosas para pasárselo bien al estilo de los estudiantes de
la famosa “Casa de la Troya”. No debió mirarse mucho los libros, pues eso de la
inspección, percusión, palpación y auscultación que se aprende en Medicina lo
debió aplicar a inspeccionar partituras, percutir en bombos y tambores, palpar
cuerdas de mandolina y “rasquetas” de violín; en lugar de auscultar cajas torácicas
con ruido de olla cascada, auscultaba las cajas de los instrumentos de cuerda
para que no desafinasen. Lo hacía bien eso de la música, pues, con sus
compañeros, era llamado a las fiestas de los pueblos, donde con su facilidad
para versificar, hacía las glorias de sus vecinos. Los vascos aún conservan sus
versolaris, con una gran capacidad de improvisación, que era característica en
Capella.
Volvió a Huesca y fue durante
muchos años funcionario municipal. No eran entonces los sueldos muy generosos y
él para sacar adelante a su familial tuvo necesidad de dedicarse al
pluriempleo; por la tarde iba al periódico y cuando tenía ocasión acudía a
acompañar con su violín los espectáculos que venían a Huesca. No es extraño que
ante tal tensión, la reciedumbre de su carácter aragonés de que presumía, se
manifestara en alguna ocasión un “poquer masiau” recia. Se relajaba de sus
preocupaciones cultivando ese su amplio espectro mental, que llegaba en música
desde la altura del violín hasta la popular bandurria, pasando por la
mandolina; en la expresión literaria llegaba también a la lírica en la letra
del Himno de Huesca, ya citado o en la de”Dicen que muere la jota”. Hasta las
letrillas las escribía sobre el primer papel que le venía a la mano. Para
seguir la trayectoria de su vida, hubiera sido interesante que un duende
hubiera ido recogiendo de las papeleras, las innumerables coplas que en ellas
arrojó. Ironizaba en ellas de todo y algunas veces como en la copla que le
dirigió al funerario Bernués, parece sarcástico, pero hay que darse cuenta de
la amistad que los unía y de la casi diaria visita al periódico de Bernués,
para encargar las esquelas. La copla decía así”: Este mundo es un sufrir y mira
tú si lo es, que es preciso morir todos para que viva Bernués”. El primero en
reírse fue el mismo aludido. No se escapaba nadie de sus alusiones, incluyendo
a las mismas mairalesas, de las que destacaba su belleza y cualidades, al
tiempo que ponía en evidencia sus pequeños defectos.
Estando en una ocasión, en la
redacción del periódico, tratando de temas heráldicos, me dijo el buen Lorenzo
Celada, que le creó un escudo nobiliario, en los siguientes términos: “El
escudo de Celada es solamente un porrón, pues así va sobrau de bota y ésta le
pesa un c…”
Las letras de los cuplés las
utilizaba, así como las de las canciones sentimentales para provocar la risa de
los oyentes. A mí, no sé si estaré equivocado, me da la impresión de que lo que
más feliz lo hacía, era la música, pues igual acompañaba a Camila Gracia en sus
jotas, debajo de los arcos de los Porches, como me contó Carretes, que iba con
el Doctor Barrón a casa de Marieta Pérez, que tocaba el piano, el Doctor el
violoncelo y nuestro hombre el violín. Esa entente musical no debió de durar
mucho tiempo, pues al ser los tres artistas de recia personalidad, no
coordinaban muy bien, ya que nadie podía a nadie.
Una costumbre perdida, que yo
todavía recuerdo, consistía en acompañar las imágenes del cine mudo con música
y en ella era Enrique un maestro.
Acudí hace unos días al homenaje
musical de la Nueva Sertoriana a Don Enrique Capella. Pedro Lafuente resaltó el
“trémolo” que con la mandolina interpretaba Capella. Me lo imagino haciendo
“tremolar” o “tortular” en aragonés, vibrar, aquellas cuerdas.
La noche de San Lorenzo, que
suele ser tan clara para mirar a las estrellas, me miraré haber si titilan o
“tremolan” más que otros años, por si a través de ellas adivino que Capella
está allá arriba, tocando la mandolína.
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