lunes, 27 de enero de 2014

Los maquis pasaban por Lavelilla


Habían ya pasado los amargos días de la Guerra Civil, cuando yo cumplía los nueve años, y acudieron a mi mente ideas nuevamente violentas, cuando todavía entristecían al pueblo los muertos, los heridos y las ruinas de las casas e iglesias. Eran noticias recientes allá por el año de mil novecientos cuarenta y cuatro, como la que ocurrió en Barbuñales, pueblo de los Azara, donde mataron los maquis al cartero y a su hijo. Aquellos hechos guerrilleros renovaron el viejo miedo atroz, que se produjo para la Guerra Civil. Por todo el Norte de la Provincia de Huesca, proliferaban los maquis y la gente sufría con las muertes y con las presiones que producían en el pueblo,  por otro lado interrogados por la Guardia Civil. En Nocito vivía el que llegó a ser amigo mío, llamado  Angel  Allué, que cuando estaban los maquis, él no tenía más que dos o tres años, pero, cuando se marcharon, escuchó comentarios sobre los maquis, que llegaron al pueblo por aquellos años de mil novecientos cuarenta y cuatro. Con el fusil en el pecho de los campesinos, les pedían alimentos y éstos,  sacando de donde escasamente podían, les daban algún trozo de tocino, alguna fruta, aceite  y algún cordero. En Nocito no mataron a nadie, aunque abrasaron el cuerpo de San Urbez, pero cuando bajaban de Sarsa de Surta a Bellostas tres guardiaciviles, los mataron, entre seis maquis. El Guardia Civil más joven, aguantó mientras tuvo munición,  pero al fin lo mataron con su misma pistola. “¡Cómo comentan las mismas armas de la Guerra, cómo  hizo la pistola,  del guardia,  porque luego la encontraron en Peña Montañesa, cerca de Bielsa y encima de Aisa!”. Peña Montañesa está formando parte de la Sierra Ferrera.  Alcanza la altura de 2.295 y ofrece una bella silueta desde Aisa y llaman la atención las paredes calcáreas que por tres partes la rodean, por una de ellas,  se une a la Sierra y da facilidades para su tránsito. Se encuentra esta Peña en el centro del Norte de Aragón, es decir en el Sobrarbe, cuya capital es Boltaña que con Aisa, dan vida al Sobrarbe. Se alzan por arriba, las montañas más altas del Pirineo como el Monte Perdido, Bachimaña y Posets y por sus pies corren los ríos Ara, Cinca y Cinqueta. En su parte Sur, hacia Aisa, se encuentra el Monasterio de San Victorián, en aragonés San Beturián. En este Monasterio tuvo que ver Ballarín, casado con la única hija de Azara de Barbuñales, hermana de un naturalista,  de un diplomático y de un Arzobispo. Ballarín y su esposa, desde cerca de San Victorián, se fueron a vivir a la Plaza Mayor de Graus.
Esta Montaña llamada Peña Montañesa, ha sido siempre un lugar vivido por las brujas y los bandoleros, como los Maquis, que la eligieron como un cuartel general.   
Huesca y Barbastro están  separadas por cincuenta kilómetros, pero subiendo al Norte desde las dos ciudades, se llega,  desde Huesca al Río Guarga y por la carretera paralela a dicho río se llega a Boltaña, que está a cincuenta y dos kilómetros. Si al llegar al río Guarga, se sigue la ruta hacia arriba, llegaremos a Sabiñánigo. Pero si en lugar de comenzar el ascenso hacia el Norte desde Huesca, lo iniciamos dese Barbastro, llegamos  a Aisa y a Boltaña, luego  al desaparecido pueblo de LAVELILLA, donde educaba a sus niños, en aquellos tiempos de 1944, el tío del entonces también niño, José Luis López Mora. Se encuentra Lavelilla,  al lado del destrozado pueblo de Jánovas, pues ambos fueron expropiados para construir algún pantano. Pero  dejaron el Sobrabe, abandonado.  José Luis nació en el pueblo de Sarvisé, debajo de Broto,  a los  que se llega subiendo hacia arriba y pasando por Fiscal. Hoy en día, José Luis López Mora, es un caballero  jubilado de Perito Agrícola, que conserva todas las cualidades humanas de los habitantes del Pirineo. Es decir es un montañés puro. No me cuenta sus obras agrarias, realizadas en Extremadura,  pero no puede olvidar ningún detalle de su vida en la Montaña de los Pirineos y me empezó a decir: ”Desde Savisé, mi pueblo natal, había bajado yo, a visitar a Juan López, Maestro Nacional y hermano de mi padre, que vivió en Sarvisé, a Lavelilla, enfrente de Jánovas, aproximadamente a un kilómetro. Este pueblo también fue expropiado, cuando lo hicieron con Jánovas, para levantar un pantano, propósito que ya se ha llevado la Historia. Pero los hijos del pueblo a orillas del río Ara, se sentían en un ambiente maravilloso, por su vegetación, por el agua de su río el Ara, poblado de multitud de truchas y por anguilas. Mi, tío el Maestro Nacional estaba casado, pero no tenía hijos y se entregaba a la formación de sus alumnos, para darles una comunicación humana y sacarlos de aquel ambiente, por un lado paradisiaco, pero por otro, pobre y mal comunicado. Ahora que sólo quedan ruinas por el pueblo de Lavelilla, han arreglado una nueva carretera por Fiscal, para acercarlo a Sabiñanigo y a Jaca.
“Yo, José Luis López Mora, tenía unos siete a ocho años y bajaba desde Sarvisé a pasar unos días con mis tíos. Se estaba tranquilo, pero me pareció que algo raro pasaba en aquel ambiente, porque las personas mayores hablaban, como en secreto,  para que los niños no nos enteráramos de que algo malo estaba pasando, por Lavelilla. Un día estaba mi tía hablando con una vecina y me dispuse a escucharlas y me enteré de que aquella noche, habían pasado por el pueblo los maquis. Ellos decían que iban a Jánovas a comprar. Esa noticia la contaban, como en secreto, porque la gente tenía miedo. Pero yo, José Luis no sentí el terror, porque en Lavelilla no mataron a nadie. Estaban los Maquis en su refugio de la Peña Montañesa e iban a Jánovas a buscar alimentos”. José Luis estaba viviendo los temores de una vida envuelta en una lucha entre el Gobierno y los maquis, desarrollándose en el mismo pueblo sencillo, pero cuando volvió a Sarvisé, se le olvidó el odio que llevaba consigo la guerra de los maquis contra el poder y la sangre derramada por ese pueblo sencillo, como la del cartero de Barbuñales y del joven guardia civil, muerto cuando bajaba de Sarsa de Surta.
En esa tierra tan hermosa, no pueden olvidarse de San Urbez, el patrono del agua. El sábado,  día dieciocho de Mayo del año de dos mil doce, subí con mi familia al pueblo de Albella. Allí acudimos desde Sabiñánigo, por Fiscal y después de pasar, dejándolo a la izquierda por el empalme,  que sube a Broto por Sarvisé, salimos por el lado derecho de la carretera,  que conduce a Aisa, y llegamos al pueblo de Albella. Allí acudieron cientos de personas de todo el Sobrarbe a venerar en su ermita a San Urbez. Aquellas gentes asustadas por los guerrilleros del Maquis, no le quitaron la fe, sino que la manifestaron en la procesión y en la misa celebrada por un sacerdote elocuente y que cantaba con una voz privilegiada. Al salir de la ermita, unos romeros del pueblo de Nerín, cantaban antiguas canciones dedicadas a San Urbez.  Ricardo Lardiés Viñuales, cófrade de San Urbez del pueblo de Buerba, nos echó una bendición antigua, que así se expresaba: ”A San Urbez bendito, San Justo con su pastor y a San Veturián Abado, que nos conserven los frutos de esta tierra y nos aumenten los del alma, si es la Voluntad de Dios”. Alguna vez acudían a Nocito, pero en Albella se conserva todo el arte y la liturgia de San Urbez. En aquella ermita se conservan hasta las ropas que usaban los romeros de Albella, para subir a la ermita rupestre de Sestral, que se encuentra en Fanlo, en esa tierra bendita del Sobrarbe, en el límite con el Parque Nacional de Ordesa y del Monte Perdido. Se encuentra dicha cueva de San Urbez en la entrada del Cañón de Añisclo, en la confluencia de los ríos Bellós y Aso. Ahora se va a dicho lugar por Escalona,  pero antes aquellos romeros del pueblo de Albella, subían con sus sotanas de color marrón y apoyados con unas gayatas, que todavía se conservan en su ermita. En la ermita de Albella estaban los hijos de Nerín, que cantaban canciones dedicadas a San Urbez y los cofrades de Buerba,  nos echaban sus bendiciones.
Alguna bendición se encuentra en aquellos parajes del Alto Sobrarbe. Yo creo haberla recibido aquel sábado de Mayo del año de dos mil trece y me parece que José Luis López Mora, lleva consigo una bendición, recibida de sus padres  en Sarvisé  y de sus tíos en el veraneo de que gozaba en Lavelilla.  
Yo,  con pocas estancias en aquel alto Sobrarbe, he salido enamorado de Él. Por eso, tal vez, he comprendido el regreso de José Luis López Mora, del resto de España a la capital, Huesca, del Alto Aragón. Ese regreso, en primer lugar a la capital de Huesca, le dio facilidades para renovar la casa de sus antepasado,  allá arriba en Sarvisé y ahora cualquier día sube con su buena esposa y con sus dos rubios y espabilados nietos, a pasar el fin de semana. Yo creo que José Luis no sólo pasa el tiempo, como lo pasaron sus antepasados, sino que recuerda una vieja vida, en que vivían felices con sus juegos, sus costumbres y otras tristes y preocupados por las guerras y las guerrillas de los Maquis. Ahora lleva a sus nietos a Sarvisé y les recuerda que igual que estuvo San Urbez en el Sobrarbe, también pastoreó por Ola, pueblo vecino de Argavieso, donde nació la esposa de su hijo.
Yo no sé, José Luis, si amas a San Urbez, pero yo veo en tu persona,  la de aquel pastor trabajador y amable con el prójimo, que hace feliz a su familia y a los clientes de su hijo.


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