sábado, 4 de enero de 2014

Liturgia, en la Exposición de Juguetes


En la exposición de juguetes que ha presentado Eduardo Naval en el Centro Cultural del Matadero, se da uno cuenta de la vida social de la ciudad. Hay que tener en cuenta que los juguetes que nos recuerdan nuestra vida humana, unos son efectivamente reproducciones de seres humanos, casi todos infantiles, sin olvidar a los soldados y a los chóferes y maquinistas, que aparecen en las distintas escenas, que vitalizan la exposición. Más que vitalizar a los seres humanos, nuestros cerebros revitalizan, sus anticuadas figuras, pues cuesta convertir aquellos antiguos muñecos y máquinas en seres humanos actuales y en máquinas modernas. Estos juguetes los ha recogido Eduardo desde el año de 1907, hasta el de 1960. Las niñas que nacieron y vivieron contemporáneas con estas muñecas o han muerto o tendrán ya  muchos años, que las van alejando de la vida y aquellos trenes de vapor,  que muchos oscenses han conocido, circulando de Zaragoza a Canfranc, estará  alguno de ellos adornando  alguna Exposición de Ferrocariles, o se habrá ya,  convertido en chatarra.
Esta exposición es una visión antropológica de la vida humana, que hace reflexionar sobre esa vida, tratando de educar a los niños, contemplando en esa vida, su aspecto político, económico,  deportivo,  musical,  turístico,  festivo,  y el religioso. Hace contemplar la niñez con sus muñecos y muñecas, la juventud con sus Lámparas Mágicas, sus cines Nic primitivos, sus juegos, su madurez, en que los mayores conducen los ferrocarriles y los autobuses, para llevar a la muerte a los hombres y a la destrucción en chatarra de las máquinas. Algunos al ver tantas escenas de la vida pasada, exclaman: ¡cualquiera tiempo pasado fue mejor!, pero a muchos les hace añadir: ¡pero esos tiempos ya no volverán!. Es que ahora, la sociedad europea, se ha acostumbrado a vivir como si Dios no existiera y está olvidando la religión, para sustituirla por la superstición y los echadores de cartas. Los niños que se ilusionan con los juguetes, como ya no se les enseña la religión, están preparados para creer todo lo que sea.
Por estos motivos, da un consuelo a los que visitan la exposición de Eduardo Naval, que ha colocado  en una vitrina un juguete original consistente en muñecos y objetos litúrgicos, necesarios para celebrar, jugando, entre otras actividades piadosas, la Santa Misa. No está el altar, pero en la vitrina se encuentran las figuras de San José, de la Virgen, de un Angel, que está custodiando la figura del Niño Jesús. Se ve el cáliz, los candelabros, la campanilla y el incensario, pero destaca la Custodia, para llevar en procesión la Sagrada Forma. Un muñeco-sacerdote porta una casulla negra, que será de tal color para celebrar el entierro de una muñeca, que se encuentra echada en una caja, en tanto se ven casullas blancas o de color dorado, que se ponen los sacerdotes en las misas de Pascua o en las bodas, como se ve una muñeca, vestida con traje de novia, que tal vez quiera realizar su propio matrimonio. El monaguillo tocaría la campanilla, con cuyo alegre sonido se alegrarían los niños que gozaban de ese juguete litúrgico.  No me sorprendió un conjunto religioso tan agradable, porque me acordé, al verlo, que yo había jugado con uno que poseyeron mis primos hermanos Pablo, José Antonio, que llegó a ser Alcalde de Huesca, unidos a su hermano Lorenzo.    
Al marcharme del salón, donde se exhiben tantos niños y niñas, viviendo ( o pareciéndome, que vivían) seres felices con sus juguetes, con los que estaban preparando el equilibrio en su edad madura, se me apoderó un enorme momento de tristeza, porque todo aquello había desaparecido. Sin embargo el ambiente del salón me producía un respeto imponente, como a Don Ramón Del Valle Inclán, en su “Sonata de invierno”, su imaginación le hizo escribir estas palabras : ”Terminada la misa, un fraile subió al púlpito, y predicó la guerra santa en su lengua vascongada, ante los tercios vizcaínos que , acabados  de llegar, daban por primera vez escolta al Rey, Don Carlos. Yo, sentíame  conmovido: aquellas palabras ásperas, firmes, llenas de aristas como las armas de la edad de piedra, me causaban impresión indefinible: Tenían una sonoridad antigua. Eran primitivas y augustas, como los surcos del arado en la tierra  cuando cae sobre ellos la simiente del trigo y del maíz. Sin comprenderlas,  yo las sentía leales, veraces, adustas, severas. Don Carlos las escuchaba en pie, rodeado de su séquito, vuelto el rostro hacia el fraile predicador”. Así me ocurría a mí, terminada mi visita al salón, al contemplar o “escuchar como el fraile en el púlpito predicaba la guerra”, igual que el salón predicaba la vida y la muerte. El predicador predicaba en  lengua vascongada, como en Aragón en la iglesia de San Miguel de las Cinco Villas, educaban a los niños en lengua vascongada, enseñándoles el Padre Nuestro y el Credo. En el salón, aquellos juguetes “tenían una sonoridad antigua, como los surcos del arado en la tierra, cuando cae sobre ellos, la simiente del trigo y del maíz”.

He dicho que el salón predicaba la vida y la muerte, pero Eduardo pensaba en la vida, ya que los juguetes que él siempre ha guardado, nos han hecho meditar, sobre la labor de los mismos con los niños, que los hace integrarse  en las costumbres del mundo, a relacionarse con otros niños y a pensar en un futuro alegre y pacífico.

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