En la exposición de juguetes que
ha presentado Eduardo Naval en el Centro Cultural del Matadero, se da uno
cuenta de la vida social de la ciudad. Hay que tener en cuenta que los juguetes
que nos recuerdan nuestra vida humana, unos son efectivamente reproducciones de
seres humanos, casi todos infantiles, sin olvidar a los soldados y a los
chóferes y maquinistas, que aparecen en las distintas escenas, que vitalizan la
exposición. Más que vitalizar a los seres humanos, nuestros cerebros
revitalizan, sus anticuadas figuras, pues cuesta convertir aquellos antiguos
muñecos y máquinas en seres humanos actuales y en máquinas modernas. Estos
juguetes los ha recogido Eduardo desde el año de 1907, hasta el de 1960. Las
niñas que nacieron y vivieron contemporáneas con estas muñecas o han muerto o
tendrán ya muchos años, que las van
alejando de la vida y aquellos trenes de vapor, que muchos oscenses han conocido, circulando
de Zaragoza a Canfranc, estará alguno de
ellos adornando alguna Exposición de
Ferrocariles, o se habrá ya, convertido
en chatarra.
Esta exposición es una visión
antropológica de la vida humana, que hace reflexionar sobre esa vida, tratando
de educar a los niños, contemplando en esa vida, su aspecto político,
económico, deportivo, musical,
turístico, festivo, y el religioso. Hace contemplar la niñez con
sus muñecos y muñecas, la juventud con sus Lámparas Mágicas, sus cines Nic primitivos,
sus juegos, su madurez, en que los mayores conducen los ferrocarriles y los
autobuses, para llevar a la muerte a los hombres y a la destrucción en chatarra
de las máquinas. Algunos al ver tantas escenas de la vida pasada, exclaman:
¡cualquiera tiempo pasado fue mejor!, pero a muchos les hace añadir: ¡pero esos
tiempos ya no volverán!. Es que ahora, la sociedad europea, se ha acostumbrado
a vivir como si Dios no existiera y está olvidando la religión, para
sustituirla por la superstición y los echadores de cartas. Los niños que se
ilusionan con los juguetes, como ya no se les enseña la religión, están preparados
para creer todo lo que sea.
Por estos motivos, da un consuelo
a los que visitan la exposición de Eduardo Naval, que ha colocado en una vitrina un juguete original consistente
en muñecos y objetos litúrgicos, necesarios para celebrar, jugando, entre otras
actividades piadosas, la Santa Misa. No está el altar, pero en la vitrina se
encuentran las figuras de San José, de la Virgen, de un Angel, que está
custodiando la figura del Niño Jesús. Se ve el cáliz, los candelabros, la
campanilla y el incensario, pero destaca la Custodia, para llevar en procesión
la Sagrada Forma. Un muñeco-sacerdote porta una casulla negra, que será de tal
color para celebrar el entierro de una muñeca, que se encuentra echada en una
caja, en tanto se ven casullas blancas o de color dorado, que se ponen los
sacerdotes en las misas de Pascua o en las bodas, como se ve una muñeca,
vestida con traje de novia, que tal vez quiera realizar su propio matrimonio. El
monaguillo tocaría la campanilla, con cuyo alegre sonido se alegrarían los
niños que gozaban de ese juguete litúrgico. No me sorprendió un conjunto religioso tan
agradable, porque me acordé, al verlo, que yo había jugado con uno que
poseyeron mis primos hermanos Pablo, José Antonio, que llegó a ser Alcalde de
Huesca, unidos a su hermano Lorenzo.
Al marcharme del salón, donde se
exhiben tantos niños y niñas, viviendo ( o pareciéndome, que vivían) seres
felices con sus juguetes, con los que estaban preparando el equilibrio en su
edad madura, se me apoderó un enorme momento de tristeza, porque todo aquello
había desaparecido. Sin embargo el ambiente del salón me producía un respeto
imponente, como a Don Ramón Del Valle Inclán, en su “Sonata de invierno”, su
imaginación le hizo escribir estas palabras : ”Terminada la misa, un fraile
subió al púlpito, y predicó la guerra santa en su lengua vascongada, ante los
tercios vizcaínos que , acabados de
llegar, daban por primera vez escolta al Rey, Don Carlos.
Yo, sentíame conmovido: aquellas
palabras ásperas, firmes, llenas de aristas como las armas de la edad de
piedra, me causaban impresión indefinible: Tenían una sonoridad antigua. Eran
primitivas y augustas, como los surcos del arado en la tierra cuando cae sobre ellos la simiente del trigo
y del maíz. Sin comprenderlas, yo las
sentía leales, veraces, adustas, severas. Don Carlos las escuchaba en pie,
rodeado de su séquito, vuelto el rostro hacia el fraile predicador”. Así me
ocurría a mí, terminada mi visita al salón, al contemplar o “escuchar como el
fraile en el púlpito predicaba la guerra”, igual que el salón predicaba la vida
y la muerte. El predicador predicaba en
lengua vascongada, como en Aragón en la iglesia de San Miguel de las
Cinco Villas, educaban a los niños en lengua vascongada, enseñándoles el Padre
Nuestro y el Credo. En el salón, aquellos juguetes “tenían una sonoridad
antigua, como los surcos del arado en la tierra, cuando cae sobre ellos, la
simiente del trigo y del maíz”.
He dicho que el salón predicaba la vida y la muerte, pero
Eduardo pensaba en la vida, ya que los juguetes que él siempre ha guardado, nos
han hecho meditar, sobre la labor de los mismos con los niños, que los hace
integrarse en las costumbres del mundo,
a relacionarse con otros niños y a pensar en un futuro alegre y pacífico.
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