Ansó(Huesca). |
Después de
unos sesenta años, te voy a saludar Ansó, con la misma frase que entonces,
desde lo alto de una Peña, que hay a la derecha de la carretera que sube a
Zuriza, diciéndote :"Ansó yo te saludo, no eres Ansó, eres
Ansotania".¿De donde me sacaría yo tal frase? no me acuerdo, no me alcanza
tanto la memoria. Sólo sé que en aquellos momentos, mi ánimo estaba como
encantado, como enamorado de esta Villa, poseído por su belleza y la de su
entorno, que me llevaba a considerarme en un país de las maravillas, que mi
imaginación infantil definía como Ansotania.
Luego he
meditado mucho sobre mi saludo y he llegado a la conclusión de que nunca he
dicho mayor verdad, porque Ansó reúne todas las características necesarias para
ser un país con una recia personalidad, porque recias y luminosas son sus
montañas y sus puertos, recios son los tejidos con que están confeccionados sus
trajes de nobleza impresionante, y recia es su fabla tan gráfica, tan sonora y
tan bella, recia es su jota aragonesa, más serena aquí y más embravecida en los
secanos de la Tierra Baja y recia y bien lanada es su raza ovina ansotana.
Entonces, ¿es
Ansotania un país?. Quizá haya exagerado en mi apreciación dejándome
llevar de mis nostalgias infantiles y de mi pasión aragonesista. De esta pasión
deriva mi calificativo de país para Ansó, porque en él se reúne la flor y nata
del aragonesismo, porque es el origen de Aragón, junto con las comarcas vecinas
y donde más tiempo se han conservado sus valores.
En pocas
palabras Ansó, me parece una síntesis de la identidad aragonesa.
Cuando, siendo
niño, subí a Ansó lo hice en la caja de un camión y me impresionó la Foz de
Biniés, como una inmensa puerta que daba acceso a la villa que nos iba a
acoger. Nos alojamos al principio en el Hotel de la Plaza, de donde pasamos a
una casa de la Calle Mayor, donde comenzó mi integración en la vida del pueblo.
Cerca de donde
yo vivía, había una placeta, en una de cuyas casas la dueña vestía,
habitualmente, la toca y los atavíos ansotanos. Su bello rostro recordaba el de
una madona, cuya blancura resaltaba enmarcada por la toca. Parecía una gran
señora, pero además lo era, porque mi hermano menor Jesús, que tenía tres años
le mató unos pollitos y cuando fuimos a pedir excusas y a pagarlos, no sólo no
nos quiso cobrar, sino que disculpó la travesura del niño. Ahora doy más
importancia al hecho, porque a más de un ansotano le han hecho pagar daños, que
han causado media docena de ovejas en un trigo, que a lo mejor estaba sembrado
en una cabañera.
Y volviendo a
los pollos, entonces los criaban las dueñas con el mimo producto con que hoy se
cría a un niño, es decir pan con leche. En esos carasoles, la vieja hilaba, el
tejedor tejía la gallina escarbaba, el ciego tañía y la niña cantaba al
bebé:¡teje, teje, tejedor, garras, garras de traidor!.
El tejedor
llevaba su teje-maneje, pero desde luego que no tenía garras y menos de
traidor. El niño pequeño que todavía era menos traidor, agitaba sus manos como
si tejiese, alternaba el movimiento de sus pies, como si estuviese moviendo el
telar por medio de pedales y mostraba una gran alegría al oír eso de :"garras,
garras de traidor".El contraste entre la inocencia infinita del niño y la
acusación de traidor, que se repetía gozosamente al ritmo del cuneo, provocaba
la risa de todos. Risa esencial, risa maternal, risa existencial.
Todo era ritmo
en el carasol, el subir y bajar del uso, el teje-maneje del tejedor, el
escarbar de la gallina, el tañer del ciego y el cri-cri de la cigarra en el
árbol. El burro, atado a una herradura clavada en la pared, parecía
dirigir la orquesta, pero no con una batuta, sino con dos, que eran sus largas
orejas. Se posaba un tábano en su oreja izquierda, lo espantaba con su
movimiento y se posaba en la oreja derecha, en una constante pugna tábano-asnal
en la que no había vencedor ni vencido, pero si movimiento continuo. Zumbido
del tábano y ritmo en el cuneo de la cuna y en el sube y baja del huso de la
vieja. El tejedor teje y una anciana desteje una toquilla para hacerle peducos
al nieto "repatán".
Tejer y
destejer, todo es hacer.
Ahora se oyen
muchas músicas ruidosas, pero yo quisiera que alguien tejiera y destejiera una
música con un ritmo antiguo y aldeano, que me hiciera olvidar siquiera por un
momento o por el tiempo que tarda en consumirse un disco, el ruido sin ritmo de
la capital y recordar el ritmo ansotano de la placeta carasolera, próxima a la
casa donde
vivía.
Pero volvamos
a los pollos, que entonces, como antes he dicho, criaban las dueñas con el mimo
con que hoy se cría a un niño. La clueca les daba su calor maternal, y si éste
era poco en las heladas noches, les ponía una botella de agua, que previamente
habían calentado en el hogar, dulce hogar, aunque oliese a humo. Humo, que por
otra parte, al salir por las chimeneas al clarear el alba, procedente de la
leña seca y diluirse en el aire puro de la mañana, más bien parecía aromático
que molesto, no como ocurre hoy con el humo procedente de las calderas de las
calefacciones y de los tubos de escape de los automóviles. Entonces, y perdonen
mi reiteración, hasta el humo era humo. Durante el día, cuando la vieja de la
casa salía con su silleta de iglesia a tomar el sol a un lugar carasolero,
sacaba con ella el cajón de madera donde cobijaba a la clueca con sus pollitos.
El sol desentumecía los cansados huesos y crujientes articulaciones de la vieja
y fortalecía los tiernos huesos de los pollitos y proporcionaba calorías
ecológicas a la agotada gallina. Los pollitos corrían de aquí para allá
como niños que salen al recreo y a la voz de :¡titines, titines! acudían a
recoger las migajas que caían de la "crosta" de pan que la dueña
estaba "esmiquetando".¡Pobres viejas, que cuando decían que iban a
"esmiquetar una crosta de pan", se les reía el señor Secretario
porque hablaban mal, cuando en realidad hablaban una fabla bella y tan diáfana
que hasta la clueca y los pollitos la entendían.
Y no sólo las
aves, sino el conejo al que convocaban a la voz de: ¡sancho, sancho! "y a
la cabra a la que llamaban: "¡mona, mona!, la oveja que acudía a la voz
de:¡quirrina, quirrina!, mientras que al cerdo le decían: ¡gulín, gulín! sí era
pequeño y: ¡gulo, gulo!,si era gordo.
Con tales
cuidados los pollos luego se hacían tomateros, y supongo que los llamaban
tomateros porque habían llegado a un desarrollo que les hacía aptos para ser
condimentados con el rojo fruto procedente del huerto familiar.
Costituía un
acontecimiento en la casa, cuando a los pollos les salía cresta, como lo era
cuando al niño le salían dientes. Y si la cresta era granada, en lugar de
aserrada, lo iban a comunicar a las vecinas, como van a comunicarles que se han
comprado unas cortinas nuevas o un tresillo.
Aquellos
pollos no consumían pienso compuesto, comían las semillas que quedaban en las
granzas del trigo de la era, a donde los trasladaban durante la trilla, a gozar
de un verano natural, de una comida natural y de un agua fresca que sacaban del
pozo con sus pozales.
En años de
escasez, y cuando el novio de la hija tardaba mucho en llevársela al altar,
mataban todos los pollos, luego las gallinas, después el gallo y si el futuro
era tan reacio, tenían que matar hasta la clueca. Tal vez alguna futura suegra
hubiese hecho bien en matar primero la clueca, a ver si el novio se ponía
clueco y se casaba, sacando de casa el consiguiente gasto. Si esto ocurría o
los pollos eran numerosos, había que guardar alguno para caponar, palabra más modosa que su sinónima
castellana.¡Oh el capón, gran señor, digno de veneración!,como decía Baltasar
del Alcázar de la morcilla. Toda casa que se considerase, tenía que disponer de
capones para Navidad, unos para el propio consumo, palabra todavía no
adulterada, y otros para regalar a los parientes de la capital y a los señores
a los que se debía, o de quienes se podía esperar algún favor.
El caponar era
todo un rito, y en todos los pueblos había una matrona que lo supiese celebrar.
Era una especie de matriarcado, que se transmitía de madres a hijas. Había que
concertar la fecha y la hora para dejar a los animales en ayunas con
antelación, igual que se hace ahora cuando una persona va a sufrir una
operación. Se acomodaba a la operadora lo mejor posible, se le ofrecían toda
clase de facilidades, se le preparaba agua "apañada", e
invariablemente se le decía que no tuviese miedo a matar algún pollo, porque la
olla estaba preparada al lado del fuego eterno del hogar. El marido y los
tiones, ocultamente, estaban deseando que esto ocurriera, pues hacía tiempo que
no habían comido pollo y entonces el pollo era pollo. La operación,
efectivamente, conllevaba riesgos pues las aves, más elegantes que los bípedos
implumes, son criptórquidas y por tanto llevan sus atributos masculinos ocultos
dentro del abdomen. A estos atributos los llamaban criadillas y fritos con ajo
constituían "bocatto di cardinale".
Yo invitaría a
las feministas a hacer una "lifara" de esta índole para vengarse del
machismo que durante siglos las ha oprimido.
No hay nada
nuevo bajo el sol y aquellas matronas así lo hacían entre bromas más o menos
picarescas.
Con el
agiornamiento y la desmitificación de los ritos desapareció esta costumbre
ancestral y los capones ya no se ven en nuestras mesas navideñas. España y los
españoles somos así.¡Qué le vamos a hacer!.
Mientras tanto
los franceses siguen caponando pollos y, lo que es más sofisticado, siguen
caponando pollas para convertirlas en "poulardes".Y como en España
somos imitadores de lo extranjero, nos engañan como antes engañaban a los
chinos.¿Cómo?,sencillamente haciéndonos propaganda de poulardas que no son
tales, sino pintadas o Gallinas de Guinea, con lo cual nos dan gato por liebre,
que se parecen entre sí, poco más o menos, como las pintadas a las poulardas,
aunque si la cocinera es buena, después de condimentada, casi no se nota la
diferencia.
Otro engaño
que padecemos es el de los capones fabricados artificialmente con hormonas
femeninas. Es engaño porque un capón quirúrgico es un ser asexuado y el capón
hormonal es un travesti.¡Pobres mujeres que dan este bocado a sus maridos,
porque corren el peligro de convivir con otra mujer en lugar de con un hombre!.
Al hablar de
pollos travestis no me considero original, pues basta leer la obra del aragonés
Sender, titulada :"Las gallinas de
Cervantes",para enterarse de lo que le pasó a la esposa del genial autor
del Quijote. Simplemente se le fue convirtiendo en gallina, y se quedó sin
mujer. Transmito literalmente la descripción que del tema hace otro genio,
el aragonés Sender:"Su esposa, cuando
se desnudaba para ir a dormir y se obstinaba en hacerlo en el cuarto de
Cervantes, quedaba en cueros, llena de plumas, gallina como cualquier otra
gallina, pero tan grande que causaba asombro. Conservaba, como dije antes, la
cofia y la pañoleta por no se sabe qué razón. Cervantes no se atrevía a
preguntárselo"."Lo más curioso sucedió después. Doña Catalina quiso
entrar en el gallinero sin lograrlo y cuando comprobó que la puerta no era
bastante ancha para ella, desistió y acurrucándose en un rincón del cobertizo
puso un huevo".Dice Sender que después cacareó con una fórmula muy
aragonesa,:"¡Por por por por por...poner!".Las consecuencias las
describe Sender así:"Y Cervantes salió aquel día de Esquivias y no volvió
nunca".
Me ha
preocupado mucho la causa que pudo producir tal transformación. Entonces no
pudo ser el consumo, como ahora podría ocurrir con los maridos. Yo digo, si al
no tener hijos, se puso clueca accidentalmente y se quedó así para siempre.
Claro
está que doña Catalina no seguía las costumbres ansotanas, ni cuidaba
pollitos, ni tejía en aquella placeta carasolera, próxima a la casa en que yo
vivía.
Tampoco se
hablaba fabla, aunque Sender dice que "El barbero debía ser
aragonés", porque en una partida de cartas, pronunció la palabra
"arto", una zarza en tierras de Aragón.
Es esta una
palabra vasca que se usa en el lenguaje ordinario, pero como tantas otras, como
nombres de lugares, como el propio de Ansó. Arto quiere decir maiz, en
ocasiones, pues cuando se introdujo dicha planta en España, ya se usaba la
palabra hacía muchos años, pero lo que seguramente significa es encina o
carrasca. Podemos verlo en Artasona (carrasca buena), en Artieda (carrascal).
Pero doña
Catalina, como dice Sender al acabar su novela, no se sabe donde está.
"Lástima" no poderla ver en la placeta carasolera de Ansó o en los
bosques de Zuriza.
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