En el mes de Julio de 1936, me
llevaron en un carro tirado por mulas, desde Siétamo a la finca Las Valles a contemplar
como los segadores, abatían las mieses, que depositaban en faginas. Un día, recordando la siega y el ambiente raro, que en
el año de 1936, anunciaba una guerra,
escribí lo siguiente:
Salía el sol por el Oriente,
Brillaba el horizonte y el cielo
estaba azul,
Los hombres con camisa y pantalón
de pana
y armados con sus hoces,
segaban, segaban y segaban…
Mirábame hacia el monte y se veía,
Una enorme ventana,
Con la Sierra de Guara, por el
Norte,
Oliveras al Sur y al Oriente, el
Pueyo de Barbastro.
Y la tierra que pisaba, aparecía
con los campos amarillos.
En un carro me llevaron a
contemplar los segadores,
que segaban, sudaban y segaban
las amarillas mieses.
Ingenuamente, como un niño,
miraba a estos pacíficos hombres,
al tiempo que seguía el
movimiento de los pequeños animales;
entonces, cacé un insecto verde y
lo guardé, envuelto en mi pañuelo;
lo miraba, abriendo mi moquero y
volvía a cerrarlo.
Volví a abrirlo y vi el insecto
envuelto de color verde, como de sangre
verde.
Sangre del misterioso insecto,
que impregnaba el color verde en el pañuelo,
al cual abandoné, manchado de
color verde, de sangre verde,
que me hacía intuir el color rojo de la sangre,
que estaba a punto de brotar
de los
corazones del pueblo.
Y me llevaron a casa, sin
pañuelo, porque mi corazón latía, latía, repitiendo:
¡Verde que te odio, verde!,
¡verde que no te quiero, verde!.
Un segador encontró el pañuelo
verde
Y ¡verde que te quiero verde!, lo
trajo hacia mi casa, donde parece, que también sonaba:
¡Verde que te quiero verde!.
Llegó el mes de Julio de 1936 y
yo no lo amaba porque era verde, pero en este mes de Julio nos estaba
esperando, el cambio del color verde por el rojo y el azul. La sangre humana es
roja, pero su espíritu es blanco, pero muchos de “los rojos” gritaban a todos
los hombres de sangre roja: ¡Rojo, que te quiero rojo!. Otros gritaban a los
otros hombres:¡Azul, que te quiero azul!. Como en una olla hirviendo por el
calor del mes de Julio, se imprimieron en los españoles, los dos colores: el
rojo y el azul. El rojo acechaba al azul y el azul al rojo.
Y las camisas y los pañuelos,
igual que el mío tomaba el color verde, iban tomando el color rojo de la sangre
humana, porque los hombres y mujeres, se mataban y se odiaban. Allí mismo en
las Valles a un sacerdote, frente a la Sierra de Guara, lo fusilaron por
gritar: ¡Viva Cristo Rey!.
La luna miraba extrañada la siega
que habían realizado los segadores del pueblo y quería presidir el color de las
mieses amarillas y de los membrillos, el anaranjado de mil flores y el verde de
los prados, de las vegas de los ríos y el verde, que ahora quiero, con el que
vestían los soldados, que no pudiendo impedir aquellas lucha civiles, estaban
echados a las orillas del río Guatizalema.
Ahora también amo al insecto
verde, que abandoné y ahora no lo encuentro , pero lo amo. ¡Lo he vuelto a amar
por su color verde!.
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