Rorate coeli de super et nubes pluant justum. (De los salmos).
Que rueden las nubes por los cielos arrastradas por borrascas y
ciclones y que descuelguen su lluvia benéfica sobre las sedientas tierras de
Aragón, pues es ello justo y saludable.
Dice el agua de la tierra, remedando al poeta: ¡verde, que te quiero
verde! y contradice de esta forma a las llamas destructoras cuyas lenguas de
fuego gritan: ¡negra, que te quiero negra!.
El hombre, ¡cómo goza! viendo verdes sus cultivos y fragosos sus árboles. El campesino afirma desde siglos
:¡qué verde es el agua!.Este aserto
parece un contrasentido, porque en la escuela nos dijeron que era el agua
inodora, incolora e insípida. Pero cuando gruesas gotas comienzan a caer, la
tierra desprende un agradable olor a búcaro, el color de las sedientas plantas
que se tornaba pardo, verde como la "mantis religiosa", al
metamorfosearse cuando pasa de la paja al cesped y aquel
agradable sabor, el del rocío
para el ruiseñor que lo toma de una flor, por la mañana!.
Que rueden los cielos allá
arriba, en silencio casi siempre y con "ruido de ronca
tempestad" en el verano. Que lluevan las nubes sobre el justo y sobre los que cantan: ¡que llueva, que
llueva, la Virgen de la Cueva!.No parece que el salmo sea muy piadoso,
cuando pide que llueva, sólo sobre el
justo. No cae lluvia sobre los desiertos y sin embargo no creo que sus escasos
habitantes sean injustos. Tal vez lo fueran sus antepasados con respecto al
árbol que talaron e hizo posible que avanzaran las dunas arenosas.
Seamos amables con el árbol que se alza en nuestros campos y plantemos
nuevas vidas vegetales, que regaremos con el agua del pozo, de la fuente, de la
acequia o del canal y esas umbrías piadosas nos tornarán copiosa el agua de las
nubes, los frutos del árbol, sus sombras estivales y el calor de su leña en las
veladas invernales.
Y tu te irás…"y yo me iré,
y estaremos, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y
plácido... y se quedarán los pájaros cantando".(J.R.J.).
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