viernes, 8 de noviembre de 2013

Mi encuentro con Tomás Galindo


Me encontré con él en un almacén de pinturas, con cuyo dueño le unía una gran amistad. Está jubilado, pero durante muchos años se dedicó a pintar domicilios, naves, etc., etc. y le compraba los materiales al dueño del almacén, donde nos encontrábamos.
Comenzamos la conversación y me emocionó el escuchar los sentimientos y pensamientos que giraban por su cabeza. Me dijo que era ateo, pero sin embargo era gran amante de la tradición, pues acudía a misas y a otras ceremonias que le atraían, como le atraía la amistad de las personas  que habían muerto y cuyos funerales estaba concelebrando. Al preguntarle de donde era y contestarme que había nacido en la Villa de Almudévar y en casa Maragato, yo no pude menos que preguntarle, si amas la tradición, ¿cómo no  crees en el cielo, acordándote tanto de la Virgen de la Corona, a la que tanto quieres?. Tomás se emocionó y me dijo que no creía en Dios porque, ya de niño le dijeron que Dios premiaba a los buenos y castigaba a los malos. Pero a él, siendo todavía un niño, se le quitó la fe, al ver morir  a su buena madre, siempre maltratada por su marido. Si, su madre murió, pero él esperaba ver un castigo divino caer sobre su cruel padre, pero no le llegó ese castigo tan esperado.
¡Qué contraste, Dios mío, se da en la mente de este buen hombre, Tomás Galindo!, que no cree en Dios,  pero se siente emocionado por los recuerdos de la Virgen de la Corona, Madre de todos los hijos de Almudévar,  igual que fue madre suya la señora Rosa, que nació para sufrir, pero de donde le ha salido este hijo que la recuerda y la ama y la compara a la Virgen de la Corona.
Hasta cumplir los diecisiete años, después de ejercer incluso de pastor, permaneció en Almudévar y allí frecuentaba las casas de sus tías Presen y Gregoria, las cuales estaban situadas en la parte alta, donde preside todo Almudévar, la Virgen de la Corona en su ermita.
Cuando subía, le atraía mirar la espadaña, donde colgaban las dos “campanetas” o campanillas del reloj de la ermita. En 1952, alguien de los que gobernaban la Villa propuso “adquirir un nuevo reloj y de las campanas que hay en el reloj de la Corona, la grande la colocarían en un lugar donde colgaría  de la torre de la parroquia, que está rota”. Quitaron las dos campanas, lo que contribuyó a disminuir la fe de Tomás, porque sus ojos las miraban y sus oídos gozaban al escuchar sus sonidos de campana: ¡din-don,din-don, don-don!.
Después de sacadas las campanas, un concejal, que no tenía los mismos sentimientos que sentía Tomás y todo el pueblo de Almudévar, ordenó derribar la torreta o espadaña del reloj de la Corona y a muchos les brotaron las lágrimas de los ojos, pero el tiempo, que todo lo borra, también borró los recuerdos del pueblo. Sin embargo siempre queda algún hijo predilecto, que toda su vida se acuerda de la espadaña del reloj de la ermita de la Virgen de la Corona y lamenta la algarada que cometió el que mandó derribarla. Pero es que Tomás se acuerda de todas las cosas que le han ocurrido en la vida, fueran buenas o fueran malas y ¡fueron tantas!. Si, porque  a los dieciséis años ya se consideró a sí mismo como un pastor jubilado, es decir, que tan joven, ya la sabiduría se le había metido dentro de su cerebro, pues pensaba en la maternidad de las ovejas, que amaban a sus corderos y que cuando volvían de pacer o “apajentarse” en el monte, se oían por todas las parideras y sus alrededores los fuertes balidos de las madres y los tiernos del bé, bé,bé, que emitían los corderos.
El entonces se acordaba de su buena madre, la señora Rosa y miraba el retrato que de ella tenía formado en su memoria y al oír a las ovejas contempladas por los corderos, a él le apetecía llamarla allá arriba, pero no le contestaba.

No sé si esa ausencia de su madre, inconscientemente, le llevó a servir en muchos patrimonios agrarios. Luego en Cataluña en vaquerías que producían leche y más tarde, insistió en la búsqueda de su padre, para saldar la deuda moral que tenía con él, yéndose a Francia y allí le echó en cara el mal trato que había dado a su esposa. De la misma forma que le resulta difícil ponerse en contacto con su madre, que está a la vera de Dios, cuando la encuentre, estará con Él.

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