sábado, 2 de noviembre de 2013

El caminero de Las Valles y su familia

Enfermeras de la Cruz Roja en que se pueden reconocer en la casilla de "Camineros de las Valles" , hoy desaparecida, en la carretera hacia  Huesca.

Cuando me encuentro con Angel  Sorribas,  me saluda siempre con mucho cariño. No hace falta preguntarse  cual  será la causa de ese viejo afecto, porque cuando yo tenía unos doce años, él tendría unos siete, y ya nos conocíamos en Siétamo. Eran ocho hermanos y hermanas, que acudían a la Escuela, cada día, desde la Casilla de Obras Públicas, situada en la finca, llamada Las Valles, a una distancia del  Pueblo de Siétamo y de la Escuela de tres kilómetros y trascientos metros.  ¡Qué valientes se criaron aquellos hijos del casillero!, con aquellos ejercicios diarios, que los hacían por la mañana, para acudir a aprender las primeras letras y por la tarde para volver a su casa “casillera”, donde los esperaba su buena madre. Yo no recuerdo si tenían luz eléctrica en su domicilio, pero si vuelvo a ver a Angel, se lo preguntaré. La casilla estaba situada en la parte terminal de una meseta y desde allí se divisaban los pueblos de Velillas,  de Liesa y de Ibieca. En cambio la Escuela no se divisaba desde este punto, y al ver a esos pueblos,  se sentían amados por sus habitantes, con los que no podían hablar,  desde la distancia que los separaba, pero los sentían. ¡Cómo se llenaban de alegría cuando cada día, recorrían esos kilómetros que he citado, e iban alegres por la carretera N-240, saludando a los viajeros de los escaso automóviles , que por allí circulaban , unos hacia Huesca y otros hacia Barbastro. Y todos a la vez saludaban al chófer del autobús Bayego, cuando coincidían con su paso por el lugar, donde ellos estaban. El chófer cuando los veía los saludaba con sus mano, como deseándoles que pasasen un buen día, aprendiendo letras y números en la Escuela de Siétamo.
No tenían tiempo los niños de ir y volver a la Escuela dos veces al día y para evitar esas caminatas excesivas, se ponían a comer en el Bar de Ribera, que está frente al lugar donde paraban los autobuses. Su madre, ¿cómo pensaría los bocados que les prepararía para que pudieran comer con gana y con gusto?.
En esa Escuela estaba como Maestro Don José Bara Abizanda, con el que íbamos,  en alguna ocasión a Sesa a casa del Canónigo Abizanda. Era un hombre que aparte de los números y las letras, le gustaba la ganadería y en lo alto de la Escuela, puso un criadero de pollos. Cuando murió, en Zaragoza porque ya estaba jubilado, fuimos a su entierro en Antillón.  La Maestra, Doña Justina , que lo fue toda su vida profesional, murió en Adahuesca,  a donde acudimos a enterrarla, Todavía se acuerda el pueblo de ella y mi hija Elena, a pesar de los numerosos años pasados, le guarda un cariño especial.
Con estos Maestros aprendieron a ganarse la vida los ocho hijos e hijas.  Ahora ya no pueden recordar la Casilla, en la que fueron felices con su padre y con su madre, porque esos edificios al suprimir el trabajo local de los camineros, los derribaron.
Su padre Joaquín Sorribas era el caminero de Las Valles y se preocupaba del buen estado de la Carrtera N-240, limpiando las cunetas con azadas, picos hachas y palas. Su esposa se llamaba Concepción Torres.  Ambos apellidos el del padre y el de la madre, eran altoaragoneses puros. Joaquín era de Liesa, pueblo que se ve desde la Casilla y su madre nació en Angüés, a escasos kilómetros  y cerca del pueblo de Torres de Montes.
Pero el caminero no usaba exclusivamente las herramientas citadas, en la limpieza de las cunetas, sino que frente a la casilla y al otro lado de la carretera, en una cabañera, hizo una balsa, en la que recogía el agua de lluvia y luego, con ella, regaba un hermoso huerto, en el que criaba tomates, cebollas y coles, con los que alimentaba a sus ocho niños.
No he podido encontrar fotografías de la Casilla, en que se crió  Angel Sorribas junto a sus padres , hermanos y hermanas. Sin embargo, no recuerdo donde, guardo una foto, en que aparece dicho edificio, no como Casilla Caminera, sino como hospital de Guerra. Cuando tuvo lugar la Guerra Civil de 1936, corrió la sangre por Siétamo y  la Casilla Caminera se convirtió en Hospital de Guerra. Angel no puede recordar ese Hospital, y los hombres y mujeres, que allí aparecen,  con sus batas blancas, están trabajando por la vida de los humanos y por, la Paz.

Angel,  pasada la Guerrra vivió en la Casilla y su encuentro me hace feliz, con la dicha que parece gozar y con sus palabras, acompañadas por su eterna sonrisa.

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