Enfermeras de la Cruz Roja en que se pueden reconocer en la casilla de "Camineros de las Valles" , hoy desaparecida, en la carretera hacia Huesca. |
Cuando me encuentro con Angel Sorribas, me saluda siempre con mucho cariño. No hace
falta preguntarse cual será la causa de ese viejo afecto, porque
cuando yo tenía unos doce años, él tendría unos siete, y ya nos conocíamos en
Siétamo. Eran ocho hermanos y hermanas, que acudían a la Escuela, cada día,
desde la Casilla de Obras Públicas, situada en la finca, llamada Las Valles, a
una distancia del Pueblo de Siétamo y de
la Escuela de tres kilómetros y trascientos metros. ¡Qué valientes se criaron aquellos hijos del
casillero!, con aquellos ejercicios diarios, que los hacían por la mañana, para
acudir a aprender las primeras letras y por la tarde para volver a su casa
“casillera”, donde los esperaba su buena madre. Yo no recuerdo si tenían luz
eléctrica en su domicilio, pero si vuelvo a ver a Angel, se lo preguntaré. La
casilla estaba situada en la parte terminal de una meseta y desde allí se
divisaban los pueblos de Velillas, de
Liesa y de Ibieca. En cambio la Escuela no se divisaba desde este punto, y al
ver a esos pueblos, se sentían amados
por sus habitantes, con los que no podían hablar, desde la distancia que los separaba, pero los
sentían. ¡Cómo se llenaban de alegría cuando cada día, recorrían esos
kilómetros que he citado, e iban alegres por la carretera N-240, saludando a
los viajeros de los escaso automóviles , que por allí circulaban , unos hacia
Huesca y otros hacia Barbastro. Y todos a la vez saludaban al chófer del
autobús Bayego, cuando coincidían con su paso por el lugar, donde ellos
estaban. El chófer cuando los veía los saludaba con sus mano, como deseándoles
que pasasen un buen día, aprendiendo letras y números en la Escuela de Siétamo.
No tenían tiempo los niños de ir
y volver a la Escuela dos veces al día y para evitar esas caminatas excesivas,
se ponían a comer en el Bar de Ribera, que está frente al lugar donde paraban
los autobuses. Su madre, ¿cómo pensaría los bocados que les prepararía para que
pudieran comer con gana y con gusto?.
En esa Escuela estaba como
Maestro Don José Bara Abizanda, con el que íbamos, en alguna ocasión a Sesa a casa del Canónigo
Abizanda. Era un hombre que aparte de los números y las letras, le gustaba la
ganadería y en lo alto de la Escuela, puso un criadero de pollos. Cuando murió,
en Zaragoza porque ya estaba jubilado, fuimos a su entierro en Antillón. La Maestra, Doña Justina , que lo fue toda su
vida profesional, murió en Adahuesca, a
donde acudimos a enterrarla, Todavía se acuerda el pueblo de ella y mi hija
Elena, a pesar de los numerosos años pasados, le guarda un cariño especial.
Con estos Maestros aprendieron a
ganarse la vida los ocho hijos e hijas. Ahora ya no pueden recordar la Casilla, en la
que fueron felices con su padre y con su madre, porque esos edificios al
suprimir el trabajo local de los camineros, los derribaron.
Su padre Joaquín Sorribas era el
caminero de Las Valles y se preocupaba del buen estado de la Carrtera N-240,
limpiando las cunetas con azadas, picos hachas y palas. Su esposa se llamaba
Concepción Torres. Ambos apellidos el
del padre y el de la madre, eran altoaragoneses puros. Joaquín era de Liesa,
pueblo que se ve desde la Casilla y su madre nació en Angüés, a escasos
kilómetros y cerca del pueblo de Torres
de Montes.
Pero el caminero no usaba
exclusivamente las herramientas citadas, en la limpieza de las cunetas, sino
que frente a la casilla y al otro lado de la carretera, en una cabañera, hizo
una balsa, en la que recogía el agua de lluvia y luego, con ella, regaba un
hermoso huerto, en el que criaba tomates, cebollas y coles, con los que
alimentaba a sus ocho niños.
No he podido encontrar
fotografías de la Casilla, en que se crió Angel Sorribas junto a sus padres , hermanos y
hermanas. Sin embargo, no recuerdo donde, guardo una foto, en que aparece dicho
edificio, no como Casilla Caminera, sino como hospital de Guerra. Cuando tuvo
lugar la Guerra Civil de 1936, corrió la sangre por Siétamo y la Casilla Caminera se convirtió en Hospital
de Guerra. Angel no puede recordar ese Hospital, y los hombres y mujeres, que
allí aparecen, con sus batas blancas,
están trabajando por la vida de los humanos y por, la Paz.
Angel, pasada la Guerrra vivió en la Casilla y su
encuentro me hace feliz, con la dicha que parece gozar y con sus palabras,
acompañadas por su eterna sonrisa.
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