Cada día que pasa me doy
cuenta de que falta algún compañero de la vida y me acuden a la memoria
multitud de recuerdos de los muertos, que he encontrado, unos en las iglesias, otros en los
cementerios y algunos en cualquier rincón del monte. Ya de niño oía pedir
a una vecina del Cielo: “Santa Ana,
buena muerte y poca cama”.
Debajo de la Iglesia
Parroquial de Siétamo, está abandonado desde
El centro de la paz, del
cementerio de Huesca se convirtió en un centro de guerra, porque no se daban
cuenta los que allí disparaban, de que ya había allí bastantes muertos, para aumentar su número. Huesca no podía
enterrar en su cementerio y tuvo que hacerlo en el Cerro de Las Mártires. Allí
se alza el monolito dedicado al republicano Manuel Abad y a sus compañeros. Fue
Manuel Abad, en 1848, hecho prisionero
en Siétamo, pues estaba refugiado en mi
casa y mi difunta abuela Pilar Casaus,
quiso salvarle la vida, alegando los antiguos derechos de los infanzones a dar
hospitalidad, pero el capitán, le dijo que ya se habían desechado esos
derechos. Lo tuvo que entregar y fue
fusilado. Pasados unos noventa años, llegó la Guerra Civil, y no hicieron falta
grandes ojos para ver muchos muertos por
las calles de Siétamo, criminalmente asesinados por unos y por otros. Al poco tiempo de
acabada la Guerra, llegó por Siétamo una bella mujer, acompañada de un hombre. Dijo
que quería ver donde estaba muerto su marido y el cura, acompañado por el
sacristán “Trabuco” y por un mozo de “jada”, llegaron al lugar donde estaba
enterrado su esposo. Lo encontraron y al verlo, se lanzó el acompañante de la
viuda y abriendo el pequeño bolsillo relojero, le sacó un reloj, Allí se acabó
el respeto a los muertos, porque obtenido el botín del difunto, se marcharon
sin enterrarlo siquiera. Ante esta situación exclamó el cura: el muerto al hoyo
y el vivo al bollo.
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