La vida y la muerte se suceden en
ciclo que no cesa y a veces, incluso, se confunden una y otra. Campoamor lo
afirmaba en forma de Dolora y decía: “a otros nuevos gusanos dará vida del
muerto la hediondez, para volver la rueda terminada a empezar otra vez”. Pero
como ya he dicho, los ciclos se interfieren y hay vivos que viven como muertos,
por carecer de amor y he escuchado hablar de zombis, ¿has visto zombis?. Y hay
vivencias y mueren muertos que están vivos, cuyas vivencias yo no he conocido,
pero que el pueblo cuenta y canta: “apaga luz mariposa, apaga luz, que yo no
puedo dormir con tanta luz, los borrachos en el cementerio juegan al mus”. ¿Son
acaso los vivos los que juegan o son los muertos que al llegar la negra noche
salen de sus tumbas, retumbando losas y beben los licores mutuamente
intercambiando sus cráneos. En todas las culturas se rinde culto al muerto, y
se cuentan leyendas sobre procesiones negras, que avanzan en la noche y que
muchos no ven, pero que incluso algunos afirman haber “procesionado” en ellas. Hay quien, en los pueblos, si no vio
las vivencias o “moriendas” de los muertos, las escuchó en las largas noches
invernales y a veces, si el temor lo acongojaba, se acompañaba de vecinos
aguerridos armados de trancas o de trabucos. Los ciudadanos se reían como vivos
listos de los que, para ellos tontos y momificados aldeanos, transitaban por la
vida hacia la muerte, entre sonidos de campanas tristes o de velas encendidas,
que llegan a apagarse con el tiempo, como la vida misma. Ya de niños vaciaban gruesas calabazas en
cuya “coscarana”, abrían bocas desdentadas y unas órbitas enormes, por cuyas
aberturas surgía sigilosamente un titilar de luz de vela.
Hoy son lujosos unos, ruinosos
otros, cementerios todos, aquellos pueblos que todavía quedan y sus
enterradores, como nuevos Simones ya no lloran, se ríen de los vivos muertos
que en las grandes capitales, oyen voces, como otrora las oyeran, en la aldea, y
como ocurrió en casa de Polavieja de Siétamo y en el Palacio de Linares de
Madrid. Si de vivencias habláramos, antes veían “lucetas y animetas” y los videntes nuevos… lo ven
todo. Hablando con un viejo de estas cosas me decía: no temas a los muertos,
son los vivos los que matan y hacen males a los otros vivos y los muertos están
en el cementerio. Me lo demostró con la siguiente historia: no estuvo Perón en
la Argentina solamente, donde decían que ese apellido tenía origen en el País Vasco;
aquí los perones eran simplemente peras grandes que se guardaban entre paja
para comerlas en invierno. En nuestros pueblos y en sus huertos había peroneros
que daban los perones. Sus dueños los guardaban, incluso por la noche, de
apetencias ajenas y dicen que Fenero, en la montaña cuidaba un peronero. Allá
en La Garcipollera dicen que fue Bercero y aquí en el Somontano se hablaba de
Escanero de Pueyo. Llegó la noche en la que dicen que salen las ánimas para
celebrar su fiesta y aprovechando esta creencia hubo unos vivos que imitando a
los muertos se colocaron cadenas y sábanas y encendieron sus velas, se pusieron
en fila como en las procesiones pero con otro fin, en este caso, el de comerse
los perones de Escanero. Solemnemente caminaban hacia el huerto y cantaban con
tenebrosa voz: “antes cuando estábamos vivos, por estos huertos, comíamos
higos”. Escanero oía esos cantos a lo lejos, y se encogía al pie del tronco
pero cada vez más, porque la siguiente copla así decía: “ahora que estamos
muertos, aún volvemos por estos huertos”, pero cuando escuchó la tercera copla
se echó a correr y los vivos imitadores de muertos se llevaron los perones
porque una siniestra voz gritó: “Oh, alma andante, tú que vas delante,
alcánzame a Escanero, que está debajo del peronero”.
¿Qué consecuencias se puede sacar
de la fiesta (triste fiesta) de los muertos? Bécquer no la saca; se queda y nos
deja tristes: “Dios mío que solos se quedan los muertos!”. Yo me miro al
crucifijo y me parece escuchar: “quien vive en mí, no morirá para siempre”.
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