El ángel Rafael, tu patrono,
devolvía la vista a Tobías, que se había quedado ciego. A ti no te hizo tal
favor, pero inundó de luz los aposentos de tu alma para que fueses en el suelo,
como lo es él en el Cielo, un ángel de la Corte Aragonesa de los niños, con tu
ilusionismo y con su ilusión, de los hombres y de las mujeres con tu
costumbrismo y de todos, con esos sonidos propios de la jota, con qué cantan y
saltan nuestros bailadores, con que brincan nuestros corazones y con qué
lloramos nuestros abandonos y con qué exigimos un nuevo Aragón.
¡Qué no ver, viendo el tuyo y qué
ver no viendo los árboles del Parque y los bordillos de la acera!. El no ver se
resolvía con los muchos lazarillos que, contentos, honrados y orgullosos, tendíamos al
tuyo nuestro brazo y el ver no viendo, cegaba tu interior con luz tan luminosa,
que te ceñías un velo en tus ojos del cuerpo para gozar intensamente la luz de
la ilusión y de la jota, que en tu interior reinaban.
Cubrías, como he dicho, tus ojos con un velo y
caballero en tu motocicleta, cual caballo mecánico, recorrías las calles con
tus ojos medio ciegos y además cargados, incluso en el Lejano Oriente, allá en
el Japón, donde colgaban farolillos de colores, que no podían compararse en
esplendor con aquellos farolicos de ilusión aragonesa, con aquellas sonoras
campanetas, cimbalicos, guitarras y
bandurrias que adornaban la “sala buena” del retiro interior de tu alma noble,
además de buena.
Aún escucho con tu voz tan clara,
tan alegre y tan triste, al mismo tiempo alegre por sentirse aragonesa y triste
por ver un Aragón enfermo y esa voz era un soplo que atizaba el calibo de las
gentes, que amaban la jota, a las que alentaba para que su canto, para que su baile se volvieran llamas para
todo Aragón.
Dice el poeta que “las ilusiones
perdidas, juguetes del viento son; son hojas que se desprenden del árbol del
corazón”. Tu fuiste, Rafael, ilusionado, ilusionista e ilusionador. Con los pies en el suelo viviste ilusionado y
de tu árbol desprendiste ilusiones que espero que no se lleve el viento, sino
que las cultivemos para lograr un Aragón mejor. ¡Adiós, Rafael!.
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