Andrés Moreno nació en
Torquemada, provincia de Palencia, donde escucharía alguna de las barbaridades
que en ella se cometieron en tiempos de la Inquisición. Se casó Andrés con
Natividad Villahoz, nacida también en Torquemada. Ingresó en los Ferrocarriles
Españoles antes de la Guerra Civil y lo mandaron a Lérida. Allí esperaron a
Carmen, que nació también en Torquemada,
pues allá se fue su madre, para dar a luz. Se querían Andrés y Natividad
tanto que se adoraban, pues él era un hombre muy prudente y muy trabajador,
tanto que cuando empujaba un vagón, no necesitaba a nadie más, para sacarlo del
lugar donde se encontraba. Natividad gozaba de buen humor, que transmitía a
Andrés y a sus hijos Carmen, Rosa y Andrés. Estos hechos ocurrieron antes de la
Guerra Civil, de donde se deduce que Carmen, cuando estalló dicha Guerra, tenía
catorce años y hoy alcanza los ochenta y cinco. Carmen heredó todas las
cualidades de sus padres, pues ha resultado ser, en la actualidad, una mujer de
un carácter bondadoso y de un humor extraordinario. Habla en catalán y en
castellano y lo mismo en una lengua que en otra, hace reír a todos los que la
escuchan. Dentro de su conversación cambia del idioma catalán al castellano y
viceversa, con una facilidad que llama la atención. A veces exclama: ”Escolta,
hem pasat moltes penuries, pero gracias
a Deu, estem tota la familia junta”. Tiene unas grandes cualidades para narrar
historias que han sucedido, pero sin embargo no cuenta cuentos ni mentiras.
Cuando era una niña y llegaba a su casa, delante de sus padres y de sus
hermanos, contaba todas las aventuras que le habían ocurrido durante el día. Su
padre, al verla llegar, exclamaba: ”¡ya viene la gaceta!”. El periódico “La Gaceta del Norte” y todas las demás
gacetas que en el mundo proclaman noticias, para la Guerra Civil escribían
muchas batallas, pero Carmen, la “gaceta de Lérida”, sigue contando, no las
batallas de la Guerra, sino que hoy, en el mes de Marzo del año 2009, cuenta
las miserias y apuros que tuvieron que sufrir su familia, ella misma y casi
todas las demás familias, con sus hijos, que vivían en Lérida. Pero no cuenta
tales realidades llorando, sino que las relata en medio de un humor
extraordinario y riéndose y haciendo reír a los que la escuchan, que no se
alegran de esas tristezas, porque reaccionan agradeciendo al Señor, el poder
haber salido con vida de tales situaciones.
Al estallar la Guerra, la
modesta familia pasó de un bienestar también modesto, a una situación de hambre
y de miseria. Y, ¿cómo ha comenzado Carmen a contar todo eso?, pues
sencillamente cuando Palmira, compañera de mesa, al oír hablar de Tarrasa,
exclamó: ¡ay, qué mal recuerdo tengo de Tarrasa por las penas que allí tuve que
pasar!. Palmira, que nació en Torrente de Cinca, en la provincia de Huesca, en
pocas palabras, reveló la tristeza que le producía el recuerdo de la Guerra. No
pasó excesiva hambre, pues su madre y su abuela eran panaderas y vendían pan a
tanta gente necesitada. Pero tuvo un disgusto terrible, pues acabada la Guerra,
su padre que estaba luchando, se retiraba en un camión, sobre el que un avión
disparó y lo mató.
Carmen, en lugar de
lamentarse, empezó a contar las miserias que tuvo que pasar, pero riéndose y
como recordando elegantemente, tal vez el haber podido superar esas
circunstancias asquerosas, que producen las guerras.
En Tarrasa, precisamente,
tuvieron que superar numerosas dificultades, pues a su padre, destinado a esta
ciudad, le acosaban las dificultades que le iban a causar la carencia de los
suyos y éstos, que lo amaban, lo mismo la esposa que los hijos, dijeron:”si
Andrés se va, nosotros nos iremos con
él”. Y así lo hicieron. En Tarrasa vivieron en un “cuarto de agentes de la
RENFE”, que consistía en una habitación de unos setenta metros cuadrados, con cocina y con un solo colchón en el suelo, en el que
tenían que acostarse todos, es decir cinco personas.
Cuando acabada la Guerra,
volvieron a Lérida y se encontraron el piso que tenían alquilado ocupado por
otras personas, teniendo que luchar para poder habitarlo otra vez. Lo pasaron
mal sobre aquel colchón, pues cuenta Carmen, que cierta noche, cuando sus
padres y hermanos estaban dormidos, se acordó de que su madre tenía guardado un
pequeño trozo de pan y como sentía hambre, lo cogió y con mucho miedo, cortó un
trocito todavía más pequeño y lo devoró. Al día siguiente, preguntó su
madre,¿quién ha tocado el pan que yo guardaba para alimentaros?. Carmen
exclamó: yo no he cogido nada. Esta fue una mentira piadosa, pues como he dicho
Carmen no mentía nunca en su gaceta.
Después de tantos años, Carmen
vive con un respeto muy grande al pan, pues dijo: “yo no he tirado en mi vida
ni un trocito de pan, o lo he rallado o he hecho sopas”.
Aquellas luchas por la vida,
han hecho que sus nietos, cuando ven a su abuela, le digan: ¡yaya, cuéntanos cosas de la Guerra!”.
Entonces ella, les cuenta como tenía que ir con sus hermanos sobre los peldaños
por los que se subía a aquellos vagones de tren ruidosos y sucios de carbón.
Llevaban tabaco e iban a cambiarlo por leche condensada. Iban sufriendo en el
tren ruidos y “chacachacas” y golpes que recibían en la cara dados por las
cañas que estaban al lado de la vía. Cuando en cierta ocasión, habían
conseguido la leche, los descubrió algún agente y los dejó sin tabaco y sin
leche. Son innumerables las ocasiones en que tuvo Carmen que hacer
“estraperlo”, pero cuando acabó la Guerra, se puso una mercería en unión con su
hermana. A los veinticuatro años se casó con José Valero, un hombre muy
equilibrado, que no bebía ni jugaba, porque sólo gozaba con el fútbol. Murió a
los ochenta y cinco años y nunca estuvo enfermo, porque murió como los devotos
de Santa Ana, que le piden a la santa:”¡Santa Ana, buena muerte y poca cama!”.
Carmen vive muy atendida por sus hijos y es feliz. Reparte felicidad entre los
que con ella conviven.
He escrito estas cosas,
porque cuando cuenta sus lejanas aventuras a los nietos, les está instruyendo
para que cojan ánimo, en estos tiempos, a los cuales dicen que está llegando una
terrible “crisis”.
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