Santiago Cáceres es un hombre
trabajador, alegre y simpático. Es simpático con todo el mundo, desde el asno y
el caballo, que tiene en una huerta, que él cultiva para que coman todos los
que con él conviven. Ahora está triste el ambiente de los huertos, entre los
que se encuentra el suyo, que él cultiva, y en el que produce toda clase de
verduras, de tomates, pimientos y hojas de laurel, para dar un rico sabor a los
platos que guisan las mujeres.
Ahora, ha regalado el caballo y
el asno lo ha entregado a los Hermanos de una Cofradía de Semana Santa, para que salga en una de esas procesiones que
se realizan durante esa Semana. No sabe uno si ha hecho bien, o ha provocado un
ataque a su alegre temperamento, porque cada día nota dentro de sí, una tristeza, que
le amarga la vida. A Santiago no le atacó jamás esa tristeza, pues por dónde camina, todo lo llena de alegría. Ahora no puede
sentir alegría cuando está arreglando su huerta, porque nota la ausencia del
caballo y del asno, como le pasó al Quijote, cuando murió, apenado por la
ausencia de sus dos compañeros de la vida.
Santiago debe sufrir una pena parecida a la de su paisano Don
Quijote de la Mancha, de cuya Región eran el padre de Santiago y el Caballero
Don Quijote de la Mancha.
Antes de jubilarse, Santiago
sentía la alegría de recorrer la provincia de Huesca, en el coche de la Sanidad
Oscense, porque iba por los centros médicos a llevarles a los niños vacunas y
productos sanitarios para conservar la salud de los niños y de los mayores. Iba
con alegría y la transmitía a las personas con las que se comunicaba, desde las
autoridades municipales hasta los médicos y farmacéuticos. Ha estado muchísimos
años realizando esta misión humanitaria, hasta que se ha jubilado. De ese mundo
feliz, de la Sanidad, ha pasado a la
vida familiar y rústica en el pueblo de Siétamo, muy cerca de Huesca. El tiene hambre de
convivencia con todos los seres del mundo, desde las personas hasta los
animales y las plantas.
Se puso a ser feliz en una
huerta, en la que arregló la balsa, para regar las verduras, limpió la casa
para invitar a sus amigos a merendar en ella. El laurel que estaba abandonado,
lo resucitó
Y parece que con su color verde y
el olor de sus hojas, que hacen agradable el sabor de los alimentos, que se guisan y por tanto hacen también
alegres los temperamentos de los comensales. Arregló acequias y pasos por las
fajas de tierra que cultivaba y preparó dos prados para que en ellos se
alimentaran con verde césped el caballo y el asno. Además les acompañaba su alimentación
con cebada que les proporcionaba. Cuando llegaba el periodo cuaresmal y de Semana
Santa, entregaba el burro a una cofradía, para celebrar fiestas litúrgicas.
Santiago trabajaba mucho y era feliz, haciendo también felices a los que iban a
la huerta a cabalgar en el caballo o a jugar con el asno.
Santiago está muy fuerte todavía,
pero el calor de los veranos y los años que van haciendo mayores a las
personas, le causaban cansancio. Pero no sólo cansancio sino también gasto
material por el dinero, que tenía que emplear
en la compra de la cebada y de la avena.
Pero esta separación de su vida con los dos
solípedos, hizo disminuir las visitas que acudían a divertirse con el caballo y
el asno.
Santiago siente necesidad de
trabajar, pero al mismo tiempo de gozar con el trato con personas, animales y
plantas y al quitarse el caballo y el asno, ha provocado que nadie acuda a
verlo trabajar en la huerta, porque ya no están en ella el asno y el caballo.
Antes acudían a buscar verdura, sus propios familiares, que lo que buscaban al
mismo tiempo era gozar de la compañía de los dos solípedos.
Cuando a las ocho de la mañana
acudo a la Cruz del Palacio del Conde de Aranda, lugar desde el que se
contempla la huerta, lo veo trabajar y le grito desde la altura y él se alegra
y sonríe, pero la lejanía de la Cruz, lo consuela poco, por no poder yo bajar
hasta la caseta, en cuya entrada está, casi todos los días.
Es Santiago un hombre de gran
corazón, que quiere hacer felices a los hombre, mujeres y niños de su familia y
de sus amigos, pero últimamente, se ha visto como alejado de los hombres y
mujeres y se le ha entristecido su corazón. Es tal su tristeza, que después de
ser feliz y hacer felices al asno, al
caballo y a su familia y a sus hijos, se siente desgraciado y le entran deseos
de huir de Siétamo, para vivir en
Huesca.
Es un hombre que siente la
necesidad, que nos indica el Evangelio de : “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo”, pero él a notar la ausencia del cariño de los solípedos, de sus
familiares y de los amigos, siente el deseo de huir de tanta frialdad.
Yo le pido al Señor, que siga
amando a todos, que con el amor de Dios, encontrará la felicidad. Ha sido
siempre feliz acompañado por la alegría de su huerta, como su hermano “Manolo
el del Bombo”, se siente feliz haciendo sonar el bombo por todos los lugares
del mundo, por los que pasa.
¡Santiago, no te preocupes porque
de la misma forma que en tanto amáis al prójimo, como tú amas también a los
animales y tu hermano Manolo ama a los demás haciendo sonar su bombo, yo creo
que siempre tendréis algún objeto que os
sanará de la tristeza”.
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