En una chatarrería se encontraron
una cruz, para ser portada por un hombre, tal vez vestido de sacerdote o de
sacristán, acompañada de varios candelabros. Todos esos restos de un conjunto
de objetos de alguna cofradía, tenían su belleza, pero estaban rotos,
aplastados y abollados porque eran de
hoja de lata y debían haber pasado muchos años de abandono. Debían estar
creados en el siglo XIX o en el XVIII.
Llevé el candelabro, que me pareció mejor conservado a la Escuela de Enseñanza
y Restauración de Huesca y allí, bajo la dirección de su Directora, los alumnos
lo restauraron. Quedó con un aspecto venerable, como si esa obra estuviese
efectuada con nobles materiales. Alguien opinó que se le podía haber
superpuesto por su superficie, una capa de oro o de plata, pero la Directora
pensó que sería mejor guardar un respeto a los ejecutores de tal obra de arte.
Efectivamente su autor realizó una obra de tal categoría, en medio de la pobreza de materiales de que
disponía y tal vez él mismo mantendría
pobremente de cuerpo, cuando su espíritu se recreaba trabajando obras de arte.
Así compensaría los padecimientos de su cuerpo con los placeres del espíritu.
Fui una mañana del mes de Mayo a
buscar el candelabro, que había sido expuesto en la que fue antigua iglesia
conventual de las Monjas Capuchinas, junto a retablos de otra iglesia, que se
eleva a los cielos en Alquézar, cuadros, esculturas y otras numerosas obras de
arte; me dieron el aparato y al salir, yo no sabía donde colocarlo, pero tuve la idea
de llevárselo a las monjas del Convento de San Miguel, que está cerca de la
Escuela. Pensé que en dicho Convento, lo colocarían en algún altar o ante un
cuadro que representase a un santo y allí alabaría al Señor, con un cirio
encendido y daría también a que alguna de aquellas monjas se acordase de rezar
por el pobre hombre y rico artista, qué lo creó; ya no sé el número de años que su cuerpo
descansa, pero su arte sigue despertando en las almas que lo ven, admiración y
reciben una sensación de placer.
Así lo hice, llevándolo al convento, donde ya está ante un altar
de San José y me dijo la Madre Superiora, que cuando se dieran posibles
tormentas, encendería el cirio para
evitar que los campos de los agricultores, resultaran dañados.
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