domingo, 2 de abril de 2017

Manuel Almudévar Vallés y Ramón J. Sender


El Castillo –Palacio de Siétamo, en el que nació el Conde de Aranda, Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, al acabar la vida de estos Abarca de Bolea, que murió en 1793, fue vendido por su  heredero, el duque de Híjar  a Manuel Almudévar Cavero, antepasado mío, en cuya escritura firma, un antepasado de Lucán de Quicena.

Manuel Almudévar Vallés no era Conde ni Barón, era sencillamente Hidalgo o Infanzón aragonés. Don Manuel, conservaba el Castillo, y   arrendaba habitaciones como viviendas, o las dejaba gratis a varias familias de Siétamo. Incluso, el Gobierno le obligaba a conservar sus torres, sus miradores, sus escaleras, sus cuadras y habitaciones. Guardaba también en la planta baja, un cuarto donde se alzaba una horca, de la que no se tienen noticias de haber sido utilizada, para ahorcar a nadie. Y así siguió el Castillo-Palacio recordando la Historia, hasta que en la Guerra Civil fue destruido y abrasado por  las fuerzas, que venían de Cataluña. Incluso aparece fotografiado el elegante  Company, delante del Castillo, acompañado por sus seguidores.


Conservo una fotografía de mi abuelo en lo más alto de la Torre Mayor, apoyado en su bastón, observando desde aquella gran altura, casi todo el Monte Agrícola de Siétamo, con el fin de darse cuenta, del desarrollo  de las diversas cosechas y del trabajo de los agricultores, en sus campos. Esa fotografía representaba la Paz y la segunda, la Guerra, presidida con elegancia en medio de jóvenes sin camisa o vestidos  de milicianos.  Company aparece vestido como un gran noble, en medio de los citados milicianos.

Las dos fotografías constituyen  un triste recuerdo de la Guerra Civil. Una la del anciano Manuel Almudévar Vallés, que representa a mi abuelo, elevado en los altos del Torreón del Palacio, observando los cultivos de la tierra, realizados,  con los instrumentos férreos con los que se cuida amorosamente la tierra. Pudo observar el panorama hasta el año de 1930, en que murió. Son dos las fotografías que recuerdan, una la de la Guerra Civil, representada por Company, al frente de los milicianos por un lado y los niños del pueblo, que lamiendo los caramelos que algún jefe de las tropas, les habían dado para que los acompañaran y otra la fotografía de mi abuelo, elevado en los alto del Torreón, observando los cultivos de la tierra, realizados por los vecinos de Siétamo, porque ya no podía, después de muerto, ver a los milicianos de la República. 

El escritor Ramón J. Sender, que nació en 1901, en Chalamera, en la provincia de Huesca, fue un enamorado del Castillo-Palacio del Conde de Aranda de Siétamo. Conoció a mi abuelo, que murió en  1930, a los pocos meses de mi nacimiento y escribió sobre él, en su libro “Monte Odina”. Mi abuelo y mi padre participaban en la posesión del diario oscense “La Tierra”, donde Ramón J. Sender, trabajaba, bajo la dirección  de su padre. Con la Guerra Civil,  desapareció el citado periódico y me acuerdo de que un día,  ya pasados años de la terminación de la Guerra, fue llamado mi padre al antiguo local del periódico, donde no obtuvo ningún beneficio económico, pero le dieron, algunas pinturas y papeles, que quedaron por las oficinas, abandonados. Esta fue la despedida de mi familia del periódico “La Tierra”, de los labradores de la comarca de Huesca.

Me contaba mi padre que mi abuelo Manuel Almudévar Vallés, que era Infanzón y Ramón J. Sender, se acordaba de él, porque dice en la página 64 de su libro “Monte Odina”: “Me habría gustado a mí ser un infanzón de solar aragonés conocido…” y en la página 66, dice: “Incluso en sitios tan tardíamente recuperados, como Siétamo cerca de Huesca, con los Bolea, Aranda, Abarca… y últimamente de amigos míos. Digo últimamente pensando en tiempos anteriores a la Guerra Civil”. Cuando su padre dirigía el periódico “La Tierra”  él, escribía en ella.

Sender, en el libro Monte Odina” o también llamado el “Pequeño Teatro del Mundo”, cuando lo publicó Guara Editorial el año de 1980, escribió sobre mi abuelo, y éste había ya muerto el año de 1930, unos días después de mi nacimiento, mostrando una memoria prodigiosa.

Está claro que Ramón J. Sender, que a los veintiún años, estuvo en el Ejército Español, luchando en Marruecos, después se encontró en Madrid luchando en la Guerra Civil y después se marchó a Mejico y a los Estados Unidos, ¿cómo podía acordarse de mi abuelo Manuel Almudévar Vallés?. Y bien clavado tenía en su memoria a mi abuelo, que murió el año de 1930. Al acordarse de él y del Palacio del Conde de Aranda, Sender escribió: “Realmente es un enorme caserón con más de Palacio Señorial que de Castillo Guerrero, desde donde fue el Conde fundador de la Fábrica de Porcelana y Cerámica de Alcora, que convirtió en casa de labor”. “Con justicia o sin ella a mí,  ese Castillo  me ha parecido siempre una fortaleza árabe o berberisca.


Quizá porque el Señor que la habitaba en 1920, era un modelo y ejemplo estupendo de Caid  o  Sheik,  con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez  de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos, en cuya fijeza había sugestiones misteriosas y ancestrales”.

Sender guardaba en su memoria la figura de mi abuelo Manuel Almudévar Vallés, y gracias a Dios, encontramos una fotografía suya, mirando desde lo más alto de la Torre del Palacio. En esa fotografía aparece confirmada la descripción que de su figura hace Ramón J. Sender, con “su cara de tuareg …y sus anchos y hondos ojos sombríos”, que subían a lo más alto del Castillo a aclararse, mirando los cultivos de los que estuvo pendiente muchos años, como se puede leer en una colección de cuartillas de “bordes sombríos” o negros de luto, que escribió en los años de 1917 en los  meses  de Noviembre y de Diciembre  y en todo el año 1918.


 Dice Sender que en la fijeza de sus sombríos ojos, le quedaban “sugestiones misteriosas y ancestrales” a mi abuelo. Si, misteriosas y ancestrales, porque el día 12 de Diciembre de 1918, fecha ancestral escribe: “Once de Diciembre de 1918, buen día para labrar las fajas de las Pauletas, envolver estiércol, femando el Cuadrado y el Cuatrón de Carilla”. Del siguiente día 12 de Diciembre, aclara: “Buen tiempo, sembrar las Pauletas con trigo de Albero y ordio en el cuatrón de Carilla, con la sembradora. Traen 15 pilas de la leña de Lera de Castejón a tres pesetas, una tiene entregada a 25 pesetas. Pagado el resto”. El día 21 “sigue el viento fresco, labrar los campos de Ola y coger olivas”. El día 22 dice” Buen día y fiesta”.

Mi abuelo seguía moliendo en la Fábrica de Harinas , que creó con Bescós,  padre del escritor Silvio Kosti, primo hermano de mi padre, y el día 23 del mismo mes de Diciembre, escribe:”Buen tiempo para labrar en los campos de Ola y recoger el estiércol en la Fábrica de Harinas”. Se recogía estiércol de las caballerías con las que la Fábrica acarreaba el trigo y la harina, que se había molido. Esta Fábrica de Harinas se vendió a unos catalanes antes de  la Guerra Civil pero mi abuelo la tuvo en movimiento muchos años.

Este hombre observaba la agricultura del Monte de Siétamo y su fábrica de Harinas, desde el Torreón elevado del Castillo del Conde de Aranda. Yo he conocido molineros que trabajaron en dicha fábrica, que eran del pueblo de Blecua. Mi abuelo buscaba trabajo a muchos habitantes del pueblo de Siétamo y de los próximos.

El día 24 soplaba “viento fresco, labraban el Monte de Ola, recogían el estiércol en la Fábrica, cogíamos olivas y los hombres, cerraban portillos en la pared de la Huerta”. Mi abuelo se preocupaba del trabajo, pero respetaba las Fiestas porque el día 26 de Diciembre, haciendo frío con hielos, se celebraba “la fiesta de la Virgen de la Esperanza y de San Roque”.

  Los primeros folios que he encontrado, tienen los bordes negros, que marcan el luto de su cuñado difunto Luis Casaus, que fue banquero educado en Francia y que además de poseer Casa Casaus en el Coso Bajo, tenía la Torre de Casaus, debajo del Cerro de San Jorge. Mi abuelo usó esos folios, enmarcados de negro, con un gran sentido de la economía. Empezó a escribir en ellos, con un gran sentido del ahorro, la contabilidad de sus trabajos agrícolas, ganaderos e industriales en la fábrica de Harinas, al lado del río Guatizalema, en NOVIEMBRE de 1917.

Aparecen sus escritos  en ese mes de Noviembre de 1917 y continúan durante los doce meses de 1918.  Empiezan a encontrarse esos escritos  el día 25 de Noviembre de 1917. El día 25 “Por la mañana niebla, por la tarde viento frío. Fiesta”, El día 26, se venden corderos.”El día 29 de Noviembre hace buen día. Sembrar en las oliveras del Tapiado”. El día 30 hace buen tiempo nublado y empieza a llover de  temporal ”. El 7 de DICIEMBRE de 1917, “hizo buen día, sembrar en Valderrey Alto. Por venta de leche el mes de Noviembre, 283 ptas.” El día 8 de Diciembre “hizo tiempo seco, siendo la Fiesta de la Purísima”. El día 10 “Por la mañana borrascas, después buen día, hacer leña para el Horno y preparar la tierra de Valderrey. Bajo para sembrar”. El día 22 :”Niebla todo el día, descapotar maíz y rajar leñas”. Día 24: “Pagó el Secretario el arriendo de la casa: 95 pesetas”. El 25 de Diciembre, buen día de Navidad y Fiesta y el  26 de diciembre “coger olivas y llevar estiércol a la Huerta”.

Mi abuelo, con su visita al Castillo, hizo en algún momento creer a Ramón J. Sender, que vivía en el mismo. Lo frecuentaba y tenía en lo alto de la Torre, el observatorio de sus actividades. Esta circunstancia hizo creer a  Ramón J. Sender que el Palacio del Conde de Aranda era la vivienda de mi abuelo. Escribe Ramón J, Sender : “En fin, por una razón u otra, el castillo-mansión de Siétamo en el que tantas veces estuve, es uno de los que me habría gustado habitar. Es fuerte, hosco, bronco y nada pretencioso. Tiene historia sin abrumarnos con alguna clase de grandiosidad. Entre la historia, la memoria de las cabalgadas y la sangre de los vencidos se percibe el aliento de las vacas oloroso a heno mascado”. Pero en el Castillo, en una parte de  él, guardaba mi abuelo instrumentos agrícolas, carros y guadañas y rejas de arado. “O  del aladro, como dicen por allí”. Y al lado del mismo Palacio en un edificio construido por el Conde de Aranda, estaba y todavía queda el Yerbero, que un Alcalde nos impidió arreglar, en cuyo local, guardaba mi abuelo y yo mismo, el “aliento de las vacas oloroso a heno mascado”. Entre la casa de Almudévar, situada en la Plaza Mayor, el yerbero y el Palacio, daba la impresión de que eran todos locales los del Palacio y los de Casa Almudévar (como efectivamente lo eran), que sostenían el cultivo del Patrimonio y la alimentación de los animales, con los que trabajaban en toda su extensión.  En la carretera, que venía de Huesca, mi abuelo había construido una gran  Posada, dos viviendas, una para beneficiar al pueblo de Siétamo, con la vivienda para el  Médico y otra para el Veterinario. Además una Fábrica de Alcohol, de la que todavía queda una máquina para pasar el vino por ella y obtener el citado alcohol.

Mi abuelo impresionaba a Sender, que trabajaba, antes de ir de soldado a Marruecos, en el Periódico “La Tierra”, de la cual era copropietario Manuel Almudévar Vallés.  Sender en el Libro “Monte Odina”, escribe: “Con justicia o sin ella a mí el castillo me ha parecido siempre una fortaleza árabe”. Esa fortaleza hizo recordar a Sender su estancia de cabo del Ejército en Marruecos, en que tuvo ocasión de conocer a un tuareg, llamado Pozamí. En esas circunstancias, dice Sender:”Yo estaba  secretamente deslumbrado” ante su figura. No se tiene idea en Europa de lo que es la autoridad natural y la aristocracia. Yo he tenido a veces ocasión de tratar aristocrátas franceses, rusos exilados, ingleses y naturalmente españoles, pero nunca recibí, hasta conocer al tuareg, una impresión de superioridad en hombre alguno”. El mismo Sender, se acordaba,  al poder admirar a los tuaregs, “de ser un simple cabo de la infantería”. “Un tuareg. Más tarde conocí a otros y me familiaricé  con alguno de ellos. No son árabes, aunque visten casi lo mismo. La plebe tuareg se llama a sí misma “berberisca” y habla selha”.   Sender ante una raza de hombres, los tuareg, parecidos a los que habitan en las Montañas españolas en el Pirineo, Sierras de Albarracín, Alpujarras, comenta en su libro a las ansotanas, diciendo que se peinan como las tuareg.”Sus vestidos no tienen talle o lo tiene más arriba de los pechos, como en Ansó. Las mujeres tuareg tienen la cara descubierta, al contrario que las árabes”.

Yo hace años oí hablar de que la raza vasca era la misma que la tuareg y Sender dice que : “el color tostado de los vascos (más moreno que el de los andaluces) y el de muchos montañeses de Aragón es igual al de los tuareg”.

“Realmente es (el Palacio) un enrome caserón con más de palacio señorial que de Castillo guerrero desde que el conde, fundador de la fábrica de porcelana y cerámica de Alcora, lo convirtió en casa de labor”. “Con justicia y sin ella a mí ese castillo me ha parecido siempre una fortaleza árabe o berberisca”. Es que  Sender desde el año de 1920, se dio cuenta que el señor que la habitaba en ese año “era un modelo y ejemplo estupendo de Caid o Sheik, con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez de camellero del desierto y sus anchos ojos sombríos, en cuya fijeza había sugestiones misteriosas y ancestrales”. No se equivocaba Sender de que algo quedaba de la raza vasca en mi abuelo, cuyo lejano origen, provenía de Olorón y de Pau, donde queda la raza vasca. Además el apellido Abarca de Bolea, viene del Pais Vasco, porque en Pamplona, figura su apellido en el Gran Paseo de Pamplona, cerca del Ayuntamiento. Vivía entonces la familia de Sender en el número 13 de la Calle de Sancho Abarca, en el Palacio de un primo del Conde de Aranda, llamado Abarca, del que se puede ver un escudo de tal apellido, en su jardín y huerto que poseía el pariente del Conde de Aranda, en la parte más alta del Coso oscense. y que mi amigo, lo tiene depositado en su jardín, debajo del cual  se dividía el Coso en dos. Limitaba el jardín,  donde se encontró el escudo del primo del Conde de Aranda  con otros huertos, con los  limita con el Recreo de los Salesianos. En esta casa de los Abarca, parientes del Conde de Aranda, murió la madre de Sender.

En el Monasterio de Casbas estuvo de Abadesa. Ana María Abarca de Bolea, tía del Conde de Aranda, junto a su prima, hija de Abarca, que vivió con su padre  en el número 13 de Casa Abarca.

 Yo gozo al leer la descripción que Sender hace del Palacio –Castillo del Conde de Aranda: “Con justicia o sin ella a mí ese castillo me ha parecido siempre una fortaleza árabe o berberisca Quizá porque del señor que la habitaba en 1920, (mi abuelo) era un modelo y ejemplo estupendo de Caid o Sheik con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos, en cuya fijeza había sugestiones misteriosas y ancestrales”.

Pero, después de estas vivencias  de mi abuelo, de las que Sender, quedó encantado, diciendo:  “Incluso en sitios … como Siétamo, cerca de Huesca, de la Casa de los  Bolea, Aranda, Abarca …. y últimamente de amigos míos (como los Almudévar). Digo últimamente pensando en tiempos anteriores a la guerra Civil que llegó  el año de 1936.

Aquí se acabaron los recuerdos románticos de tiempos anteriores a la Guerra Civil. “Dos escritores amigos míos estuvieron allí durante los peores días de la Guerra: el alemán Gustavo Regler, que fue gravemente herido de un metrallazo en el espalda y el inglés Ralph Bates…los dos me dijeron que Siétamo quedó totalmente destruido” “Arrasado”.

Pero Sender “no pudo creer que el castillo-palacio de los Bolea (con sus muros de dos metros de espesor) se dejara arrasar fácilmente, aunque los cañones de Huesca eran gruesos morteros que disparaban granadas rompedoras de gran calibre”.

“Del Arco –una vez más recurro a él­­- dice que la Torre y el arco del castillo son del siglo XIV… La torre es robusta, ligeramente rectangular, de grandes sillares. Tiene veinte metros de altura por once de ancho y matacanes en lo alto. Estuvo almenada y junto a ella hay un arco por donde se entraba al castillo desde el pueblo. Se conservan –al menos en 1920 yo las vi- la sala y la alcoba con molduras doradas donde nació el famoso conde de Aranda, ministro de Carlos III”.

Sender estaba encantado por la labor ejemplar de mi abuelo haciendo producir alimentos para los ciudadanos y por su conocimiento de los tuareg, cuando estaba haciendo su servicio militar en Marruecos, Tenía un corazón amante de los habitantes de Siétamo y  de los recién conocidos tuareg, que le  produjeron “ una impresión de superioridad en hombre alguno. Claro que yo era entonces un simple cabo de infantería”. ¿ No sería la Dama de Elche la que originó a los vascos y a los tuargs?.

¡Cómo cambiaron los hechos en la vida de Sender, al comparar la vida en Siétamo, gobernada por el espíritu de trabajo y de producción y la observación de los tuareg, parientes lejanos de la raza de los vascos, al ver a Siétamo “Arrasado” y a los tuaregs , olvidados”.

Sender escribió:” En fin, por una razón u otra el castillo-mansión de Siétamo, en el que tantas veces estuve, es uno de los que me habría gustado habitar. Es fuerte, hosco, bronco y nada pretencioso. Tiene historia sin abrumarnos con alguna clase de grandiosidad”   

Pero el año de 1936, quedó Siétamo “ARRASADO”.

¿Quién lo arrasó?. Sender cuando estaba ya muy lejos de España, escribió:”Todo el pueblo tenía un cierto aire de dependencia del castillo.

Sin embargo era un pueblo liberal y los fascistas debieron destruirlo con gusto (un gusto entre bárbaro, estúpido y criminal)  desde Monte Aragón. Especialmente  agradable debía ser para ellos dirigir los cañones sobre la residencia del antiguo conde de Aranda, que en la segunda mitad del siglo XVIII gobernó a España con Carlos III y ordenó la expulsión de los jesuitas del imperio español”.

Sender estaba engañado de que los “rebeldes contrarios a la República o fascistas”, fueron los que (con un gusto entre, bárbaro, estúpido y criminal, DEBIERON destruir con gusto el Castillo de Siétamo, desde Monte Aragón”. ¡Pobre Sender que no estaba en medio de aquella Guerra tan lejana, al saber que  sufrían  Siétamo y su castillo, sin tener la seguridad de que la destrucción del castillo, viniera de Monte Aragón, porque escribe “QUE DEBIERON DESTRUIR” desde el castillo de Monte Aragón. Parece que “En fin, por una razón u otra el castillo-mansión de Siétamo, en el que tantas veces estuve, es uno de los que me habría gustado habitar. Es fuerte, hosco, bronco y nada pretencioso. Tiene historia sin abrumarnos con alguna clase de grandiosidad”.

Ya temía Sender que no fueran los rebeldes los  destrucctores  del Castillo y los que “ARRASARON” el pueblo de Siétamo.

Es cierto que hubo artillería en Monte Aragón y en Ola, pero cuando se acabó la Guerra, se observaba con facilidad, como los fuertes cañonazos que se dispararon sobe Siétamo, abrieron destrozos en la parte del Palacio  orientada a Cataluña. En casa del cura Lasierra, se ha visto hasta hace muy poco tiempo una casa derribada y en su parte ruinosa más alta, unos destrozos, producidos por balas de cañón.  La parte de Siétamo que mira al Este, quedó mucho más  destruida que la que mira a Huesca. En mi casa en su parte Este que mira a Cataluña cayeron cincuenta cañonazos, que hicieron destrozos. En la parte alta de las eras en un pajar derribado por la artillería, se observa en una pared, un agujero redondo, obra de una bala de cañón.

El castillo lo acabaron de destruir después de la Guerra, ocupando sus ruinas, toda la Plaza Mayor del pueblo.

Sender, escritor aragonés, que amó tanto el castillo de Siétamo, escribe “en el que tantas veces estuve, es uno de los que me hubiera gustado habitar”. No apela a que amaba a dicho castillo, sin apurarle ninguna clase de grandeza, pero se acordaba de las cabalgadas y sobre la sangre de los vencidos y “se percibe el aliento de las vacas, oloroso a heno mascado”. Y recuerda “el ruido del yunque donde un fuerte gañán repasa el filo de la guadaña. O la reja del arado. O el aladro, como dicen por ahí”.

Las guerras durante siglos han alarmado a los habitantes de Siétamo, que  durante siglos gozaron de la fortaleza de la Casa-Palacio de los Condes de Aranda. Y para acabar citaremos la poesía que escribió el Gran Escritor Lope de Vega y Carpio en su  silva  2,  para alabar al Conde Martín Abarca de Bolea, de la siguiente forma: “Para que el Ebro vea- Que ilustremente vive-Don Martín de Bolea- En la inmortal trompa de la Fama,- Cuyo sonoro círculo la llama,-hoy en altas pirámides le escribe- haciendo a los adornos capitel- De trofeos de amor y armas de laureles”.

¡Qué recuerdos conservó Sender en su memoria toda su vida y Lope de Vega y Carpio, cuando escribió su Silva 2, en que afirma Martín Abarca de Bolea, qué contempló junto al trabajo de los campesinos “Trofeos de amor y armas de laureles”.

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