El Castillo –Palacio de Siétamo,
en el que nació el Conde de Aranda, Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, al acabar
la vida de estos Abarca de Bolea, que murió en 1793, fue vendido por su heredero, el duque de Híjar a Manuel Almudévar Cavero, antepasado mío, en
cuya escritura firma, un antepasado de Lucán de Quicena.
Manuel Almudévar Vallés no era
Conde ni Barón, era sencillamente Hidalgo o Infanzón aragonés. Don Manuel,
conservaba el Castillo, y arrendaba habitaciones como viviendas, o las
dejaba gratis a varias familias de Siétamo. Incluso, el Gobierno le obligaba a
conservar sus torres, sus miradores, sus escaleras, sus cuadras y habitaciones.
Guardaba también en la planta baja, un cuarto donde se alzaba una horca, de la
que no se tienen noticias de haber sido utilizada, para ahorcar a nadie. Y así
siguió el Castillo-Palacio recordando la Historia, hasta que en la Guerra Civil
fue destruido y abrasado por las
fuerzas, que venían de Cataluña. Incluso aparece fotografiado el elegante Company, delante del Castillo, acompañado por
sus seguidores.
Conservo una fotografía de mi
abuelo en lo más alto de la Torre Mayor, apoyado en su bastón, observando desde
aquella gran altura, casi todo el Monte Agrícola de Siétamo, con el fin de
darse cuenta, del desarrollo de las
diversas cosechas y del trabajo de los agricultores, en sus campos. Esa
fotografía representaba la Paz y la segunda, la Guerra, presidida con elegancia
en medio de jóvenes sin camisa o vestidos
de milicianos. Company aparece
vestido como un gran noble, en medio de los citados milicianos.
Las dos fotografías
constituyen un triste recuerdo de la
Guerra Civil. Una la del anciano Manuel Almudévar Vallés, que representa a mi
abuelo, elevado en los altos del Torreón del Palacio, observando los cultivos
de la tierra, realizados, con los
instrumentos férreos con los que se cuida amorosamente la tierra. Pudo observar
el panorama hasta el año de 1930, en que murió. Son dos las fotografías que
recuerdan, una la de la Guerra Civil, representada por Company, al frente de
los milicianos por un lado y los niños del pueblo, que lamiendo los caramelos
que algún jefe de las tropas, les habían dado para que los acompañaran y otra la
fotografía de mi abuelo, elevado en los alto del Torreón, observando los
cultivos de la tierra, realizados por los vecinos de Siétamo, porque ya no
podía, después de muerto, ver a los milicianos de la República.
El escritor Ramón J. Sender, que
nació en 1901, en Chalamera, en la provincia de Huesca, fue un enamorado del
Castillo-Palacio del Conde de Aranda de Siétamo. Conoció a mi abuelo, que murió
en 1930, a los pocos meses de mi
nacimiento y escribió sobre él, en su libro “Monte Odina”. Mi abuelo y mi padre
participaban en la posesión del diario oscense “La Tierra”, donde Ramón J.
Sender, trabajaba, bajo la dirección de
su padre. Con la Guerra Civil, desapareció
el citado periódico y me acuerdo de que un día, ya pasados años de la terminación de la
Guerra, fue llamado mi padre al antiguo local del periódico, donde no obtuvo
ningún beneficio económico, pero le dieron, algunas pinturas y papeles, que
quedaron por las oficinas, abandonados. Esta fue la despedida de mi familia del
periódico “La Tierra”, de los labradores de la comarca de Huesca.
Me contaba mi padre que mi abuelo
Manuel Almudévar Vallés, que era Infanzón y Ramón J. Sender, se acordaba de él,
porque dice en la página 64 de su libro “Monte Odina”: “Me habría gustado a mí
ser un infanzón de solar aragonés conocido…” y en la página 66, dice: “Incluso
en sitios tan tardíamente recuperados, como Siétamo cerca de Huesca, con los
Bolea, Aranda, Abarca… y últimamente de amigos míos. Digo últimamente pensando en
tiempos anteriores a la Guerra Civil”. Cuando su padre dirigía el periódico “La
Tierra” él, escribía en ella.
Sender, en el libro Monte Odina” o
también llamado el “Pequeño Teatro del Mundo”, cuando lo publicó Guara
Editorial el año de 1980, escribió sobre mi abuelo, y éste había ya muerto el
año de 1930, unos días después de mi nacimiento, mostrando una memoria
prodigiosa.
Está claro que Ramón J. Sender,
que a los veintiún años, estuvo en el Ejército Español, luchando en Marruecos,
después se encontró en Madrid luchando en la Guerra Civil y después se marchó a
Mejico y a los Estados Unidos, ¿cómo podía acordarse de mi abuelo Manuel
Almudévar Vallés?. Y bien clavado tenía en su memoria a mi abuelo, que murió el
año de 1930. Al acordarse de él y del Palacio del Conde de Aranda, Sender
escribió: “Realmente es un enorme caserón con más de Palacio Señorial que de
Castillo Guerrero, desde donde fue el Conde fundador de la Fábrica de Porcelana
y Cerámica de Alcora, que convirtió en casa de labor”. “Con justicia o sin ella
a mí, ese Castillo me ha parecido siempre una fortaleza árabe o
berberisca.
Quizá porque el Señor que la habitaba en 1920, era un modelo y ejemplo estupendo de Caid o Sheik, con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos, en cuya fijeza había sugestiones misteriosas y ancestrales”.
Quizá porque el Señor que la habitaba en 1920, era un modelo y ejemplo estupendo de Caid o Sheik, con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos, en cuya fijeza había sugestiones misteriosas y ancestrales”.
Sender guardaba en su memoria la
figura de mi abuelo Manuel Almudévar Vallés, y gracias a Dios, encontramos una
fotografía suya, mirando desde lo más alto de la Torre del Palacio. En esa
fotografía aparece confirmada la descripción que de su figura hace Ramón J.
Sender, con “su cara de tuareg …y sus anchos y hondos ojos sombríos”, que
subían a lo más alto del Castillo a aclararse, mirando los cultivos de los que
estuvo pendiente muchos años, como se puede leer en una colección de cuartillas
de “bordes sombríos” o negros de luto, que escribió en los años de 1917 en los meses de Noviembre y de Diciembre y en todo el año 1918.
Dice Sender que en la fijeza de sus sombríos
ojos, le quedaban “sugestiones misteriosas y ancestrales” a mi abuelo. Si,
misteriosas y ancestrales, porque el día 12 de Diciembre de 1918, fecha
ancestral escribe: “Once de Diciembre de 1918, buen día para labrar las fajas
de las Pauletas, envolver estiércol, femando el Cuadrado y el Cuatrón de
Carilla”. Del siguiente día 12 de Diciembre, aclara: “Buen tiempo, sembrar las
Pauletas con trigo de Albero y ordio en el cuatrón de Carilla, con la
sembradora. Traen 15 pilas de la leña de Lera de Castejón a tres pesetas, una
tiene entregada a 25 pesetas. Pagado el resto”. El día 21 “sigue el viento
fresco, labrar los campos de Ola y coger olivas”. El día 22 dice” Buen día y
fiesta”.
Mi abuelo seguía moliendo en la
Fábrica de Harinas , que creó con Bescós,
padre del escritor Silvio Kosti, primo hermano de mi padre, y el día 23
del mismo mes de Diciembre, escribe:”Buen tiempo para labrar en los campos de
Ola y recoger el estiércol en la Fábrica de Harinas”. Se recogía estiércol de las
caballerías con las que la Fábrica acarreaba el trigo y la harina, que se había
molido. Esta Fábrica de Harinas se vendió a unos catalanes antes de la Guerra Civil pero mi abuelo la tuvo en
movimiento muchos años.
Este hombre observaba la
agricultura del Monte de Siétamo y su fábrica de Harinas, desde el Torreón
elevado del Castillo del Conde de Aranda. Yo he conocido molineros que
trabajaron en dicha fábrica, que eran del pueblo de Blecua. Mi abuelo buscaba trabajo
a muchos habitantes del pueblo de Siétamo y de los próximos.
El día 24 soplaba “viento fresco,
labraban el Monte de Ola, recogían el estiércol en la Fábrica, cogíamos olivas
y los hombres, cerraban portillos en la pared de la Huerta”. Mi abuelo se
preocupaba del trabajo, pero respetaba las Fiestas porque el día 26 de
Diciembre, haciendo frío con hielos, se celebraba “la fiesta de la Virgen de la
Esperanza y de San Roque”.
Los
primeros folios que he encontrado, tienen los bordes negros, que marcan el luto
de su cuñado difunto Luis Casaus, que fue banquero educado en Francia y que
además de poseer Casa Casaus en el Coso Bajo, tenía la Torre de Casaus, debajo
del Cerro de San Jorge. Mi abuelo usó esos folios, enmarcados de negro, con un
gran sentido de la economía. Empezó a escribir en ellos, con un gran sentido
del ahorro, la contabilidad de sus trabajos agrícolas, ganaderos e industriales
en la fábrica de Harinas, al lado del río Guatizalema, en NOVIEMBRE de 1917.
Aparecen sus escritos en ese mes de Noviembre de 1917 y continúan
durante los doce meses de 1918. Empiezan
a encontrarse esos escritos el día 25 de
Noviembre de 1917. El día 25 “Por la mañana niebla, por la tarde viento frío.
Fiesta”, El día 26, se venden corderos.”El día 29 de Noviembre hace buen día.
Sembrar en las oliveras del Tapiado”. El día 30 hace buen tiempo nublado y
empieza a llover de temporal ”. El 7 de
DICIEMBRE de 1917, “hizo buen día, sembrar en Valderrey Alto. Por venta de
leche el mes de Noviembre, 283 ptas.” El día 8 de Diciembre “hizo tiempo seco,
siendo la Fiesta de la Purísima”. El día 10 “Por la mañana borrascas, después
buen día, hacer leña para el Horno y preparar la tierra de Valderrey. Bajo para
sembrar”. El día 22 :”Niebla todo el día, descapotar maíz y rajar leñas”. Día
24: “Pagó el Secretario el arriendo de la casa: 95 pesetas”. El 25 de Diciembre,
buen día de Navidad y Fiesta y el 26 de
diciembre “coger olivas y llevar estiércol a la Huerta”.
Mi abuelo, con su visita al
Castillo, hizo en algún momento creer a Ramón J. Sender, que vivía en el mismo.
Lo frecuentaba y tenía en lo alto de la Torre, el observatorio de sus
actividades. Esta circunstancia hizo creer a
Ramón J. Sender que el Palacio del Conde de Aranda era la vivienda de mi
abuelo. Escribe Ramón J, Sender : “En fin, por una razón u otra, el castillo-mansión
de Siétamo en el que tantas veces estuve, es uno de los que me habría gustado
habitar. Es fuerte, hosco, bronco y nada pretencioso. Tiene historia sin
abrumarnos con alguna clase de grandiosidad. Entre la historia, la memoria de
las cabalgadas y la sangre de los vencidos se percibe el aliento de las vacas
oloroso a heno mascado”. Pero en el Castillo, en una parte de él, guardaba mi abuelo instrumentos
agrícolas, carros y guadañas y rejas de arado. “O del aladro, como dicen por allí”. Y al lado del
mismo Palacio en un edificio construido por el Conde de Aranda, estaba y
todavía queda el Yerbero, que un Alcalde nos impidió arreglar, en cuyo local,
guardaba mi abuelo y yo mismo, el “aliento de las vacas oloroso a heno mascado”.
Entre la casa de Almudévar, situada en la Plaza Mayor, el yerbero y el Palacio,
daba la impresión de que eran todos locales los del Palacio y los de Casa
Almudévar (como efectivamente lo eran), que sostenían el cultivo del Patrimonio
y la alimentación de los animales, con los que trabajaban en toda su extensión.
En la carretera, que venía de Huesca, mi
abuelo había construido una gran Posada,
dos viviendas, una para beneficiar al pueblo de Siétamo, con la vivienda para
el Médico y otra para el Veterinario.
Además una Fábrica de Alcohol, de la que todavía queda una máquina para pasar
el vino por ella y obtener el citado alcohol.
Mi abuelo impresionaba a Sender,
que trabajaba, antes de ir de soldado a Marruecos, en el Periódico “La Tierra”,
de la cual era copropietario Manuel Almudévar Vallés. Sender en el Libro “Monte Odina”, escribe:
“Con justicia o sin ella a mí el castillo me ha parecido siempre una fortaleza
árabe”. Esa fortaleza hizo recordar a Sender su estancia de cabo del Ejército
en Marruecos, en que tuvo ocasión de conocer a un tuareg, llamado Pozamí. En
esas circunstancias, dice Sender:”Yo estaba
secretamente deslumbrado” ante su figura. No se tiene idea en Europa de
lo que es la autoridad natural y la aristocracia. Yo he tenido a veces ocasión
de tratar aristocrátas franceses, rusos exilados, ingleses y naturalmente
españoles, pero nunca recibí, hasta conocer al tuareg, una impresión de
superioridad en hombre alguno”. El mismo Sender, se acordaba, al poder admirar a los tuaregs, “de ser un
simple cabo de la infantería”. “Un tuareg. Más tarde conocí a otros y me familiaricé con alguno de ellos. No son árabes, aunque
visten casi lo mismo. La plebe tuareg se llama a sí misma “berberisca” y habla
selha”. Sender ante una raza de hombres, los tuareg,
parecidos a los que habitan en las Montañas españolas en el Pirineo, Sierras de
Albarracín, Alpujarras, comenta en su libro a las ansotanas, diciendo que se
peinan como las tuareg.”Sus vestidos no tienen talle o lo tiene más arriba de
los pechos, como en Ansó. Las mujeres tuareg tienen la cara descubierta, al
contrario que las árabes”.
Yo hace años oí hablar de que la
raza vasca era la misma que la tuareg y Sender dice que : “el color tostado de
los vascos (más moreno que el de los andaluces) y el de muchos montañeses de
Aragón es igual al de los tuareg”.
“Realmente es (el Palacio) un
enrome caserón con más de palacio señorial que de Castillo guerrero desde que
el conde, fundador de la fábrica de porcelana y cerámica de Alcora, lo convirtió
en casa de labor”. “Con justicia y sin ella a mí ese castillo me ha parecido
siempre una fortaleza árabe o berberisca”. Es que Sender desde el año de 1920, se dio cuenta
que el señor que la habitaba en ese año “era un modelo y ejemplo estupendo de
Caid o Sheik, con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez de camellero
del desierto y sus anchos ojos sombríos, en cuya fijeza había sugestiones
misteriosas y ancestrales”. No se equivocaba Sender de que algo quedaba de la
raza vasca en mi abuelo, cuyo lejano origen, provenía de Olorón y de Pau, donde
queda la raza vasca. Además el apellido Abarca de Bolea, viene del Pais Vasco,
porque en Pamplona, figura su apellido en el Gran Paseo de Pamplona, cerca del
Ayuntamiento. Vivía entonces la familia de Sender en el número 13 de la Calle
de Sancho Abarca, en el Palacio de un primo del Conde de Aranda, llamado
Abarca, del que se puede ver un escudo de tal apellido, en su jardín y huerto
que poseía el pariente del Conde de Aranda, en la parte más alta del Coso
oscense. y que mi amigo, lo tiene depositado en su jardín, debajo del cual se dividía el Coso en dos. Limitaba el jardín,
donde se encontró el escudo del primo
del Conde de Aranda con otros huertos,
con los limita con el Recreo de los
Salesianos. En esta casa de los Abarca, parientes del Conde de Aranda, murió la
madre de Sender.
En el Monasterio de Casbas estuvo
de Abadesa. Ana María Abarca de Bolea, tía del Conde de Aranda, junto a su
prima, hija de Abarca, que vivió con su padre en el número 13 de Casa Abarca.
Yo gozo al leer la descripción que Sender hace
del Palacio –Castillo del Conde de Aranda: “Con justicia o sin ella a mí ese
castillo me ha parecido siempre una fortaleza árabe o berberisca Quizá porque
del señor que la habitaba en 1920, (mi abuelo) era un modelo y ejemplo
estupendo de Caid o Sheik con su pálida cara ovalada, su barba tuareg, su tez
de camellero del desierto y sus anchos y hondos ojos sombríos, en cuya fijeza
había sugestiones misteriosas y ancestrales”.
Pero, después de estas vivencias de mi abuelo, de las que Sender, quedó
encantado, diciendo: “Incluso en sitios
… como Siétamo, cerca de Huesca, de la Casa de los Bolea, Aranda, Abarca …. y últimamente de
amigos míos (como los Almudévar). Digo últimamente pensando en tiempos anteriores
a la guerra Civil que llegó el año de
1936.
Aquí se acabaron los recuerdos
románticos de tiempos anteriores a la Guerra Civil. “Dos escritores amigos míos
estuvieron allí durante los peores días de la Guerra: el alemán Gustavo Regler,
que fue gravemente herido de un metrallazo en el espalda y el inglés Ralph
Bates…los dos me dijeron que Siétamo quedó totalmente destruido” “Arrasado”.
Pero Sender “no pudo creer que el
castillo-palacio de los Bolea (con sus muros de dos metros de espesor) se
dejara arrasar fácilmente, aunque los cañones de Huesca eran gruesos morteros
que disparaban granadas rompedoras de gran calibre”.
“Del Arco –una vez más recurro a
él- dice que la Torre y el arco del castillo son del siglo XIV… La torre es
robusta, ligeramente rectangular, de grandes sillares. Tiene veinte metros de
altura por once de ancho y matacanes en lo alto. Estuvo almenada y junto a ella
hay un arco por donde se entraba al castillo desde el pueblo. Se conservan –al
menos en 1920 yo las vi- la sala y la alcoba con molduras doradas donde nació
el famoso conde de Aranda, ministro de Carlos III”.
Sender estaba encantado por la
labor ejemplar de mi abuelo haciendo producir alimentos para los ciudadanos y
por su conocimiento de los tuareg, cuando estaba haciendo su servicio militar
en Marruecos, Tenía un corazón amante de los habitantes de Siétamo y de los recién conocidos tuareg, que le produjeron “ una impresión de superioridad en
hombre alguno. Claro que yo era entonces un simple cabo de infantería”. ¿ No
sería la Dama de Elche la que originó a los vascos y a los tuargs?.
¡Cómo cambiaron los hechos en la
vida de Sender, al comparar la vida en Siétamo, gobernada por el espíritu de
trabajo y de producción y la observación de los tuareg, parientes lejanos de la
raza de los vascos, al ver a Siétamo “Arrasado” y a los tuaregs , olvidados”.
Sender escribió:” En fin, por una
razón u otra el castillo-mansión de Siétamo, en el que tantas veces estuve, es
uno de los que me habría gustado habitar. Es fuerte, hosco, bronco y nada
pretencioso. Tiene historia sin abrumarnos con alguna clase de grandiosidad”
Pero el año de 1936, quedó
Siétamo “ARRASADO”.
¿Quién lo arrasó?. Sender cuando
estaba ya muy lejos de España, escribió:”Todo el pueblo tenía un cierto aire de
dependencia del castillo.
Sin embargo era un pueblo liberal
y los fascistas debieron destruirlo con gusto (un gusto entre bárbaro, estúpido
y criminal) desde Monte Aragón. Especialmente agradable debía ser para ellos dirigir los
cañones sobre la residencia del antiguo conde de Aranda, que en la segunda
mitad del siglo XVIII gobernó a España con Carlos III y ordenó la expulsión de
los jesuitas del imperio español”.
Sender estaba engañado de que los
“rebeldes contrarios a la República o fascistas”, fueron los que (con un gusto
entre, bárbaro, estúpido y criminal, DEBIERON destruir con gusto el Castillo de
Siétamo, desde Monte Aragón”. ¡Pobre Sender que no estaba en medio de aquella
Guerra tan lejana, al saber que
sufrían Siétamo y su castillo,
sin tener la seguridad de que la destrucción del castillo, viniera de Monte
Aragón, porque escribe “QUE DEBIERON DESTRUIR” desde el castillo de Monte
Aragón. Parece que “En fin, por una razón u otra el castillo-mansión de
Siétamo, en el que tantas veces estuve, es uno de los que me habría gustado
habitar. Es fuerte, hosco, bronco y nada pretencioso. Tiene historia sin
abrumarnos con alguna clase de grandiosidad”.
Ya temía Sender que no fueran los
rebeldes los destrucctores del Castillo y los que “ARRASARON” el pueblo
de Siétamo.
Es cierto que hubo artillería en
Monte Aragón y en Ola, pero cuando se acabó la Guerra, se observaba con
facilidad, como los fuertes cañonazos que se dispararon sobe Siétamo, abrieron
destrozos en la parte del Palacio
orientada a Cataluña. En casa del cura Lasierra, se ha visto hasta hace
muy poco tiempo una casa derribada y en su parte ruinosa más alta, unos
destrozos, producidos por balas de cañón. La parte de Siétamo que mira al Este, quedó
mucho más destruida que la que mira a
Huesca. En mi casa en su parte Este que mira a Cataluña cayeron cincuenta
cañonazos, que hicieron destrozos. En la parte alta de las eras en un pajar
derribado por la artillería, se observa en una pared, un agujero redondo, obra
de una bala de cañón.
El castillo lo acabaron de
destruir después de la Guerra, ocupando sus ruinas, toda la Plaza Mayor del
pueblo.
Sender, escritor aragonés, que
amó tanto el castillo de Siétamo, escribe “en el que tantas veces estuve, es
uno de los que me hubiera gustado habitar”. No apela a que amaba a dicho
castillo, sin apurarle ninguna clase de grandeza, pero se acordaba de las
cabalgadas y sobre la sangre de los vencidos y “se percibe el aliento de las
vacas, oloroso a heno mascado”. Y recuerda “el ruido del yunque donde un fuerte
gañán repasa el filo de la guadaña. O la reja del arado. O el aladro, como
dicen por ahí”.
Las guerras durante siglos han
alarmado a los habitantes de Siétamo, que
durante siglos gozaron de la fortaleza de la Casa-Palacio de los Condes
de Aranda. Y para acabar citaremos la poesía que escribió el Gran Escritor Lope
de Vega y Carpio en su silva 2, para alabar al Conde Martín Abarca de Bolea,
de la siguiente forma: “Para que el Ebro vea- Que ilustremente vive-Don Martín
de Bolea- En la inmortal trompa de la Fama,- Cuyo sonoro círculo la llama,-hoy
en altas pirámides le escribe- haciendo a los adornos capitel- De trofeos de
amor y armas de laureles”.
¡Qué recuerdos conservó Sender en
su memoria toda su vida y Lope de Vega y Carpio, cuando escribió su Silva 2, en
que afirma Martín Abarca de Bolea, qué contempló junto al trabajo de los campesinos “Trofeos de amor y armas de
laureles”.
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