Siempre han existido Camilos y
«Camulos» y don Camilo José Cela (otra especie de Camilo superior), lo pone de
manifiesto cuando escribe que "Periquito Taboadela …harto de soledades y
otras maldiciones, se vino…a Mallorca y mató el tiempo que le sobraba, que era
todo, matándole pavos a su paisano don Camilo, que vive como Dios, del
contrabando de transistores japoneses”.
Para mí, que aquí el Camilo Superior es Camilo José Cela, y Periquito Taboadela, es es el Camilo o San Camilo, que le mataba los pavos. San Camilo es Periquito Taboadela y el Camulo es el citado don Camilo el contrabandista, y
no el auténtico don Camilo que se llama también José y Cela, y no se sabe que
se dedique al contrabando, salvando el honor del Premio Nobel por sus
obras.
Trataré también de salvarlo del
tremendismo por el que fluyen los tacos de
su boca, pues a los Camilos los llaman Camulos cuando hacen mal o cuando de su
boca salen tacos, antes llamados sapos y culebras. El tremendismo consiste en
un vocabulario exagerado y crudo, que
usa en la novela de Camilo José Cela, “La Familia de Pascual Duarte”.
Los personajes de esta novela, son descritos por Cela, en pueblos muy pobres y en
circunstancias de postguerra, que crean en sus personajes un ambiente de
miseria, que crea un humor negro.
Escribe Camilo José Cela : “Cuando nos abandonó no había cumplido todavía los
diez años, que si fueron
pocos para lo demasiado que había de
sufrir…el hombre no pasó de arrastrarse por el suelo como si fuera una culebra
y de hacer unos ruiditos con la garganta y con la nariz como si fuese una rata
,fue lo único que aprendió…¡Pobre Mario
y como agradecía con sus ojos negrillos, los consuelos!.
Casi todos los españoles hemos
escuchado palabras “non santas” a don Camilo a través de las ondas de la radio
o de las que acompañan por la imagen en la televisión, y, sin embargo, no hemos
leído sus obras, en alguna de las cuales no se lee nada “feo”, si no es su
Diccionario Secreto, en que se acumulan todas las palabrotas que en nuestra
gloriosa lengua castellana se sueltan cuando las vísceras se inquietan.
Sus obras las leemos muchos ahora
que le han concedido el máximo premio
literario, pero su Diccionario Secreto, en su día lo compramos todos.
Un Camulo al que conozco, que
también compró el libro después de atiborrarse de cojones, no se atrevió a
llevárselo a su casa para que no lo leyera su casta esposa ni sus inocentes
hijos, y lo depositó en un cajón de su mesa en la oficina en la que trabajaba.
Durante unos días el trabajo dio poco de sí, pero su secretaria recibió un
bombardeo continuado de juegos malabares que hacía con la polla “un sargento de
un tabor de regulares” y de aperturas de latas de conserva, que con el mismo
instrumento realizaba un teniente de la
escala de reserva. El pobre Camulo quedó
frustado porque “por más que lo intentaba, no podía ”lograrlo de la agradable secretaria que tenía
por compañía”.
Yo no sé si don Camilo usa o
abusa de los palabros. Quizá los use para recoger lo que usa el pueblo... pero
en su boca pueden constituir abuso porque, se vuelven contra él, como demuestra
el siguiente caso. En cierta ocasión le preguntaron su opinión sobre los
premios literarios y él contestó que
eran una casa de putas; seguramente algún tribunal le habría puteado, como tal
vez a usted o evidentemente a mí, pero ahora que las presuntas p…le han dado el
premio parece decirse, como me dijo un Camulo, que lo han hecho al admitirlo en
sus cofradías, Putón de la Literatura Universal de 1989.
Que no se enfade don Camilo que a
muchos les hubiera gustado tal honor, como a mí que me hubieran aprobado.
La gente sigue pronunciando palabras gruesas, pero no sólo
las sencillas, sino también aquellos que por sus estudios debían usar un
vocabulario que contiene sobradas palabras racionales para evitar las
viscerales. Se tratan algunos de soplapollas y de tontochorras que no suenan
muy bien, y yo les sugeriría que los altoaragoneses tenemos un sustituto que no
suena tan mal y que a veces se aplica también a aquel que es demasiado bueno,
¿De qué palabra se trata?, pues sencillamente de “tontolaba”. Usted habrá oído
decir: ¡que simpático es ese tontolaba!.
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