Hace unos días, se murió Juan
Antonio Sesé, soltero y habitante del casi vacío pueblo de Santa Engracia,
al lado
del turístico pueblo de Loarre. Tenía una edad joven pues no pasaba de
sesenta años y era un hombre trabajador, pues amaba la tierra que cultivaba y
el garaje donde encerraba sus dos tractores estaba limpio y cuidado con mucho
afán de limpieza. Poseía una finca original en la ladera Sur de la Sierra,
desde la que se veía el Sur la Plana de Huesca, al Norte los picos de la
Sierra, que impedían con sus moles observar la Montaña. En el Norte, al bajar a
los ríos pirenáicos, como el Gallego y
el Guarga por el que se pasa al bajar de Monrepós, camino
de Sabiñánigo, no se veían desde la finca de Juan Antonio Sesé.
No me
permitieron los trabajos, que realizaron los hombres que me acompañaban, contemplar el hermoso y
horizontal pueblo sobre las faldas de la
Sierra de Loarre, sobre la finca en que iban a ver dos tractores. Era ya
tarde y se iba oscureciendo la luz del día. Pero yo observaba constantemente el
alto perfil del pueblo y tuve que mirar un libro para aclarar la vista de una
excelente vista de Loarre, del Castillo y de la Sierra. Tras pasar bajo el arco que protege la entrada
a la iglesia, está el Mirador “do” Lugar. Desde aquí se disfruta de una excelente
visión de Loarre y Caballera con
elementos destacados, como Pusilibro. Bajo un arco, junto al cual estuvo la
Escuela, dicen que se disfruta de una clara visión del
Castillo de Loarre y de la
Sierra.
En el Almacén de la finca del difunto Juan Antonio Sesé no había nada para guardar,
pues su espacio estaba vacío y en el Garage,
guardaba con limpieza dos tractores, a los que quería, porque los había hecho
trabajar con limpieza o más bien los limpiaba en el Garage con una gran
curiosidad.
El paisaje de aquel espacio era
impresionante, porque los árboles enormes que ocupaban los espacios intermedios
al lado de pedazos de tierra cultivable, no dejaban ver esos espacios, pues la
altura y espesor que ellos levantaban hacia el cielo, eran como las cortinas de un
teatro, que cortaban las miradas de los que allí estábamos, para contemplar
esos gigantes terráqueos, que impedían la visión de los campos de trigo.
Aquellos campos a pesar de no verlos casi desde los espacios en que la altura
de las carrascas, lo impedían, los encontrabas, caminando por los espacios
libres, por los que conducía el tractorista Juan Antonio ; a mí
me parece que manejaba esos motores con cariño desde su corazón a sus
piezas férreas.
Detrás del
Almacén estaban amontonados trozos de los troncos que había partido y allí
había dejado a secar. Era impresionante ver el montón de leña que habían amontonado
para que se secaran los troncos y ardieran con dulzura en los hogares, donde
algunos compradores los utilizaban, después de comprarlos. No me lo dijeron
dos
cuñados, Pedro de la Rua y Juan Antonio Pérez Sesé, que estuvieron enseñando
los tractores para venderlos, sino que fui yo mismo el que les preguntó que
hacía aquella leña, esperando su aprovechamiento para calentar los cuerpos
humanos de los clientes. Por lo visto el problema de la venta de hermosa
finca, les ocupaba su cerebro y no dieron importancia al
abuso de que alguien, después de muerto su dueño, se llevara alguna
carga de leña.
Desde la antigua era, en que hace
ya unos años, trillaban los cereales, mirando hacia arriba, se veía el pueblo unido, pero casi
despoblado de Santa Engracia. Me quedé admirado de aquella
antigua vida de los altoaragoneses, devotos de su protección, ahora abandonada
por la emigración de sus pobladores. Me quedé con el
deseo de pisar las calles del poblado de Santa Engracia, porque ya voy andando
con dificultad y me fui con el triste recuerdo de Juan Antonio Sesé. Triste me
dejó al pensar que un hombre tan amante de aquel pajar y de aquel garaje,
tuviera que abandonar aquella tierra tan hermosa, poblada por encinas enormes
de un color verde oscuro, pero que su marcha de esta vida dejó solos aquellos
árboles gigantescos que le daban sombra en el verano y
calor, con su leña cortada en el Invierno.
Hay carretera desde Loarre a la
aldea de Santa Engracia, pero se llega a la finca del difunto Juan Antonio
antes por un camino más corto. Por ella subimos a su finca y yo observé como
analizaban las cualidades y defectos de los tractores. Yo, entre tanto analizaba las elevadas copas de
las carrascas de verde oscuro y los campos de labor, que estaban todavía
ocupados por el rastrojo.
Yo, entre tanto, analizaba los
detalles que impresionaron durante muchos años la sensibilidad de José Antonio,
que después de muerto todavía conservaba la limpieza de sus tractores. Los
parientes, que viven en
Sabiñánigo, recibieron mis saludos y
entraron en conversación conmigo, dándome la relación de las dificultades de
herencia de la finca de José Antonio, pero me explicaron detalles de sus vidas,
contándome los ratos que había pasado en Siétamo en el Bar de carretera N-240,
comiendo cuando trabajaba en dicho pueblo.
Yo como estaba cansado me despedí
de los dos familiares, representantes de las distintas familias del difunto y
marcharon hacia el pueblo que se levantaba al fondo del paisaje y yo acompañado
por mi hijo Manolo, subí en su coche y marchamos hacia el cercano y turístico
pueblo de Loarre. Fuimos a la casa de
Santiago Yedra y su esposa
Yolanda Cañardo, acompañados por su hijo Iván Yedra Cañardo, que había
tramitado la visita que mis hijos Manolo e Ignacio habían hecho a la finca del
difunto José Antonio. Entonces me enteré de Iván Yedra Cañardo, necesitaba un
pequeño tractor para labrar los campos que había plantado de pequeños
almendros. De esta intención del joven Iván de comprar un tractor que labrase a
escasa profundidad, no salió el hecho de comprarlo, por parecer demasiado
grande el tractor del difunto labrador Juan Antonio Sesé, para arar las
pequeñas plantas de los almendros.
Yo me marché de Loarre,
satisfecho del trato que nos dio la familia de Iván Yedra Cañardo, pero triste
del abandono de sus hermosas tierras por esas mismas tierras de la aldea de
Santa Engracia.
Yo al marchar a Loarre, me miré hacia arriba,
donde se asentaba el pueblo de Santa Engracia y no pude hacer más que lamentarme
de la ausencia de Juan Antonio Sesé.
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