martes, 4 de septiembre de 2018

Al lado de Loarre se encuentra el casi vacío pueblo de Santa Engracia





Hace unos días, se murió Juan Antonio Sesé, soltero y habitante del casi vacío pueblo de Santa Engracia, al  lado  del turístico pueblo de Loarre. Tenía una edad joven pues no pasaba de sesenta años y era un hombre trabajador, pues amaba la tierra que cultivaba y el garaje donde encerraba sus dos tractores estaba limpio y cuidado con mucho afán de limpieza. Poseía una finca original en la ladera Sur de la Sierra, desde la que se veía el Sur la Plana de Huesca, al Norte los picos de la Sierra, que impedían con sus moles observar la Montaña. En el Norte, al bajar a los ríos pirenáicos, como el Gallego y  el  Guarga  por el que se pasa al bajar de Monrepós, camino de Sabiñánigo, no se veían desde la finca de Juan Antonio Sesé.
No  me  permitieron los trabajos, que realizaron los hombres  que me acompañaban, contemplar el hermoso y horizontal pueblo sobre las faldas de la  Sierra de Loarre, sobre la finca en que iban a ver dos tractores. Era ya tarde y se iba oscureciendo la luz del día. Pero yo observaba constantemente el alto perfil del pueblo y tuve que mirar un libro para aclarar la vista de una excelente vista de Loarre, del Castillo y de la Sierra.  Tras pasar bajo el arco que protege la entrada a la iglesia, está el Mirador “do” Lugar. Desde aquí se disfruta de  una  excelente visión de Loarre  y Caballera con elementos destacados, como Pusilibro. Bajo un arco, junto al cual estuvo la Escuela, dicen que se disfruta de una clara visión  del  Castillo de Loarre  y de la Sierra.
 En el Almacén de la finca del difunto  Juan Antonio Sesé no había nada para guardar, pues su espacio estaba vacío y en el  Garage, guardaba con limpieza dos tractores, a los que quería, porque los había hecho trabajar con limpieza o más bien los limpiaba en el Garage con una gran curiosidad.
El paisaje de aquel espacio era impresionante, porque los árboles enormes que ocupaban los espacios intermedios al lado de pedazos de tierra cultivable, no dejaban ver esos espacios, pues la altura y espesor que ellos levantaban  hacia el cielo, eran como las cortinas de un teatro, que cortaban las miradas de los que allí estábamos, para contemplar esos gigantes terráqueos, que impedían la visión de los campos de trigo. Aquellos campos a pesar de no verlos casi desde los espacios en que la altura de las carrascas, lo impedían, los encontrabas, caminando por los espacios libres, por los que conducía el tractorista Juan Antonio ;  a mí  me parece que manejaba esos motores con cariño desde su corazón a sus piezas férreas.
Detrás del Almacén estaban amontonados trozos de los troncos que había partido y allí había dejado a secar. Era  impresionante  ver el montón de leña que habían amontonado para que se secaran los troncos y ardieran con dulzura en los hogares, donde algunos compradores los utilizaban, después de comprarlos. No me   lo   dijeron   dos cuñados, Pedro de la Rua y Juan Antonio Pérez Sesé, que estuvieron enseñando los tractores  para  venderlos,  sino que fui yo mismo el que les preguntó que hacía aquella leña, esperando su aprovechamiento para calentar los cuerpos humanos de los clientes. Por lo visto el problema de la venta de   hermosa finca, les ocupaba su  cerebro  y  no  dieron  importancia  al  abuso de que alguien, después de muerto su dueño, se llevara alguna carga de leña.  
Desde la antigua era, en que hace ya unos años, trillaban los cereales, mirando hacia arriba, se veía  el  pueblo  unido,  pero  casi  despoblado  de  Santa  Engracia. Me quedé admirado de aquella antigua vida de los altoaragoneses, devotos   de   su   protección,  ahora  abandonada  por  la   emigración de sus pobladores. Me quedé con el deseo de pisar las calles del poblado de Santa Engracia, porque ya voy andando con dificultad y me fui con el triste recuerdo de Juan Antonio Sesé. Triste me dejó al pensar que un hombre tan amante de aquel pajar y de aquel garaje, tuviera que abandonar aquella tierra tan hermosa, poblada por encinas enormes de un color verde oscuro, pero que su marcha de esta vida dejó solos aquellos árboles gigantescos que le daban sombra  en  el  verano  y  calor, con  su   leña  cortada  en el Invierno.
Hay carretera desde Loarre a la aldea de Santa Engracia, pero se llega a la finca del difunto Juan Antonio antes por un camino más corto. Por ella subimos a su finca y yo observé como analizaban las cualidades y defectos de los tractores. Yo,  entre tanto analizaba las elevadas copas de las carrascas de verde oscuro y los campos de labor, que estaban todavía ocupados por el rastrojo.
Yo, entre tanto, analizaba los detalles que impresionaron durante muchos años la sensibilidad de José Antonio, que después de muerto todavía conservaba la limpieza de sus tractores. Los parientes,  que  viven  en  Sabiñánigo, recibieron mis saludos y entraron en conversación conmigo, dándome la relación de las dificultades de herencia de la finca de José Antonio, pero me explicaron detalles de sus vidas, contándome los ratos que había pasado en Siétamo en el Bar de carretera N-240, comiendo cuando trabajaba en dicho pueblo.
Yo como estaba cansado me despedí de los dos familiares, representantes de las distintas familias del difunto y marcharon hacia el pueblo que se levantaba al fondo del paisaje y yo acompañado por mi hijo Manolo, subí en su coche y marchamos hacia el cercano y turístico pueblo de Loarre. Fuimos a la casa  de  Santiago  Yedra y su esposa Yolanda Cañardo, acompañados por su hijo Iván Yedra Cañardo, que había tramitado la visita que mis hijos Manolo e Ignacio habían hecho a la finca del difunto José Antonio. Entonces me enteré de Iván Yedra Cañardo, necesitaba un pequeño tractor para labrar los campos que había plantado de pequeños almendros. De esta intención del joven Iván de comprar un tractor que labrase a escasa profundidad, no salió el hecho de comprarlo, por parecer demasiado grande el tractor del difunto labrador Juan Antonio Sesé, para arar las pequeñas plantas de los almendros.
Yo me marché de Loarre, satisfecho del trato que nos dio la familia de Iván Yedra Cañardo, pero triste del abandono de sus hermosas tierras por esas mismas tierras de la aldea de Santa Engracia.
 Yo al marchar a Loarre, me miré hacia arriba, donde se asentaba el pueblo de Santa Engracia y no pude hacer más que lamentarme de la ausencia de Juan Antonio Sesé.    

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