jueves, 1 de agosto de 2019

Club Ciclista Oscense.-




El Domingo último del mes de Julio, a las diez de la mañana, encontré rodeando varios veladores, con sus  sillas  ocupadas por varios ciclistas en el espacio en que  se goza de la sombra de los árboles de la Paúl, desayunando, para hacer su dominical paseo ciclista por una parte del espacio del Somontano Oscense. Me senté al lado de los veladores que ocuparon los ciclistas, de los cuales conocía a bastantes de ellos, entre los cuales estaba José María Caudevilla  de Barluenga,  en  cuyo  domicilio  pasé cuando yo era más joven,  muchos  ratos, acompañando a su familia, que me contaba como cuando era todavía un niño, y estaba en el pueblo de Ola, trabajando en el arado de la tierra o en la trilla  de los cereales, ayudando a su padre. También estaban, entre otros muchos ciclistas, José Manuel Ballarín, dueño de dos tiendas Fotoactivas, una en la Avenida de la Paz y otra en la Plaza de Santo Domingo, Miguel Angel Romero, fotógrafo del Club,  como el Fotógrafo del Club José Manuel Ballarín, entrenado en la Fotoactiva y a Juan Carlos Esco, Fernández del Toro y otros aficionados a la bicicleta, que formaban un equipo lleno de humor y sacrificado en el deporte, porque tomaban su desayuno, privado del alcohol y amante del deporte. No pude hacer brillar los apellidos de muchos otros deportistas de la bicicleta, pues tenían prisa por seguir su ruta.
 El eficaz experto en el Ciclismo, Joaquín Ballarín, antes de arrancar su ruta para completar su marcha deportiva e intelectual, tuvo la amabilidad de servirme un café cortado, con el que me despidió. Concretaron su ruta, que dijeron que llegarían a Angüés y seguirían por Torres de Montes, Pueyo de Fañanás, Alcalá del obispo para llegar a Huesca. Antes de llegar a Siétamo observaron cómo estaban marcadas varias señales, al lado mismo de la Autovía en las ruinas del antiguo pueblo de Quinto. Los constructores de la ruta quieren dejar recuerdos de Quinto, nombre del quinto miliar de la ruta desde Huesca hasta Alquézar. Está su influencia casi olvidada en la Historia del Somontano, pero la lucha por la técnica de la circulación, hará que se recuerde la Historia de Quinto, donde San Urbez en los años de setecientos y pico, en qué bajaba el Santo del Convento  Pirenáico- Somontanés a cuidar el ganado lanar al monte del Saso de Ola, hasta el pueblo de Quinto. En Ola habitaban moros, pero en Quinto vivían cristianos, cuyos hijos desaparecían de su pueblo, antigua colonia romana, requeridos por la sociedad cristiana de aquellos tiempos.
En Ola vivió durante los años de la Guerra Civil  el  padre  del  ciclista  Caudevilla de Barluenga, hasta que subió a vivir de nuevo a este lugar. En este pueblo de Barluenga vivía con gozo acordándose del paso de San Urbez  a Ola para cuidar el  ganado del  Monasterio  Pirenáico, al que pastoreaba. Dormía sobre una losa de piedra, que sería de algún moro y que todavía se conserva en casa Otal de Ola. Para la  Guerra  Civil  destruyeron la estatua de San Urbez, que se veneraba en la Iglesia, pero el Señor Otal compró una nueva, que todavía se conserva.
Hay muy poco escrito sobre la vida sacerdotal y pastoril de San Urbez en Ola, pero este santo, dormía sobre una roca y  se  desplazaba  con  frecuencia  al Convento-Monasterio de la  Val D’Onsera, punto de unión de los Montes Pirineos con el Somontano. Además   regaba   el monte de Ola y el de Siétamo, desde lugares en que manaba agua, que llegó a suministrar a los aviadores sin motor, en Monflorite. Son muchas las actividades que realizó San Urbez  y  no es extraño, porque vivió más de cien años. Nada menos que los años del setecientos y los recientes de la aviación en Monflorite.
Los caminos que subían al pequeño Monasterio de los Pirineos, que estaba dominado por los Cristianos, no eran cuidados por sus habitantes y en cuanto llegaban más al Sur ya eran los caminos fáciles de transitar por ellos. Los cristianos estaban refugiados contra los moros en San Martín de la Val D´Onsera, en esas tierras quebradas de esas montañas. Y todavía siguen quebradas las rutas que conducen a dicho pequeño Monasterio, de tal forma que es imposible subir a él, montado en vehículos. No falta agua en este pequeño Monasterio, que se desprende por las roca desde las alturas, como mana caudalosa cerca de Ola, donde yo he bebido acompañado por Fernando Caudevilla de Ola, contemplando al lado de la fuente, donde se encuentra,  un depósito, que se levantó para suministrar agua al Campo de Aviación de Monflorite. Hoy ya no necesitan ese suministro de agua, porque el Campo ha hecho llegar aviones desde Madrid. 
Hay una diferencia entre la Sierra, donde se refugiaban los cristianos con la del sur de la misma y es que éstos tenían que esconderse de los moros, para reconquistar su tierra. Una prueba la da San Urbez, que se refugiaba en la Sierra y desde allí bajaba a Ola a cuidar sus ovejas. Había una pequeña convivencia entre cristianos y moros y San Urbez, bajaba a Ola y subía a su convento en la Sierra. San Urbez nació el año de 702 y han pasado ya unos 1.384 años.
Los ciclistas pasan con frecuencia por delante del  solar donde estuvo edificado Quinto y reciben una lección de Historia por su paso y sienten curiosidad por la forma que le van  a dar a este solar. Instantes después de pasar por delante de Quinto, llegaron a Siétamo y en el Café, pararon a tomar un trago. Saludé a los conocidos y al marcharse, nos despedimos y salieron corriendo por aquellos pueblos, después de correr un trayecto de 90 kilómetros.
Hicieron una salida del Club Ciclista Oscense, cuyos miembros volvían a recordar las viejas vivencias  que  en  otros tiempo, vivieron otros ya pasados hombres y al ver su paso por Quinto, pensaron en la conservación que la  Compañía, haría de aquel pueblo, ya desaparecido, de la historia de Huesca y su provincia.
Pensé ante el paso de los ciclistas veteranos de Huesca, que a la Compañía le ha recordado su paso por delante del solar de Quinto y que dejará recuerdos de la geografía, que recorrió San Urbez, desde la Sierra hasta Ola, por el gran Saso acompañando al ganado que cuidaba.  
Por la carretera circulan caballos rodantes, impulsados por pedales, que permiten meditar sobre la geografía, el paisaje y el horizonte, en tanto los ciclistas, se acuerdan de la Historia, la paz y la guerra, durante muchos y pasados años.

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