Ibamos mi amigo Santiago y yo visitando Pamplona por
esa calle por la que pasean numerosos ciudadanos. Esta calle en todo su
recorrido tiene sus puertas abiertas, me refiero a las de las tiendas, que en
todo su trayecto, sus escaparates se encuentran iluminados. Pero
no sólo lo están los escaparates comerciales, sino que la luz pública
contribuye a realzar el interés de los objetos comerciales que se exponen en
los escaparates. Qué por cierto, encontramos con Santiago uno de ellos,
presentando expuestos en el espacio interior de la tienda, multitud de
instrumentos musicales, que no sólo producen placer en nuestro oídos cuando
escuchamos su sonido, sino que con sólo verlos apoyados o colgados para ser
vistos por los posibles compradores, como Santiago y yo, producían gozo en
nuestros oídos. Las imágenes de aquellos violines y guitarras atrajeron nuestra
atención, que de igual forma que nos dejaban ver sus imágenes. Si entrábamos en
la tienda musical , nos harían gozar con sus sonidos. Además Santiago llevaba
en uno de sus bolsillos, un instrumento sonoro, que yo había comprado ya hacía
muchos años, ya que lo escuchaba hacerlo sonar a Pepe, Alguacil
de la villa de Siétamo, cuando éste tenía la obligación de anunciar al público,
unas veces la venta de objetos de consumo para los ciudadanos o algún aviso del
Ayuntamiento para los ciudadanos que habitaban en el pueblo. Pero a esa pequeña
trompeta no sólo tenían los ciudadanos
la obligación de hacerla sonar en las calles de los pueblos, para anunciar edictos
para avisar a sus ciudadanos, sino que en las cacerías, un caballero la hacía
sonar para que los cazadores avisados por el sonido de aquella pequeña
trompeta, estuvieran atentos para disparar a alguna pieza de caza, como una
raposa o un jabalí. A esas trompetas o trompetillas de uso municipal y de caza,
a las que hacían sonar en las calles de los pueblos, para anunciar servicios a los
ciudadanos y ayudar con su sonar a los cazadores en el monte, yo las amaba y
compré dos de ellas. Ahora que ya soy viejo, le he regalado una a mi nieto
Ignacio y otra a mi cuñado Santiago, para que no se acabe su recuerdo en mi
familia.
Entramos con Santiago en el salón
musical del señor ARILLA, en que los instrumentos musicales nos emocionaban,
pero no pudimos ver ni oír a esa trompetilla de sonidos no tan altos y nobles
como los del violín o el piano, pero que conmovían mi sensibilidad. No vi
ninguna trompetilla de sonidos bellos, porque era la encargada de hacerme oír
los sonidos que se producían en aquellos pueblos, en los corderos y en los
jabalíes. Le pregunté al caballero todavía joven sobre ese primitivo
instrumento, cuyos sonidos emocionaban a mi corazón y a este señor
le saltaron sonrisas, que le hacían recordar el uso de una trompetilla
de la que guardaba un recuerdo juvenil de cuando en su juventud, para las
fiestas de San Fermín, que producía alegría en los que la escuchaban. En cambio,
en mi compañero y en mí mismo aquella ausencia de la trompetilla, nos dejó
entristecidos.
Aquel señor no vendía hacía ya
varios años trompetillas de las que yo buscaba, pero tenía en su cerebro el
recuerdo de una, que para las Fiestas de San Fermín se la llevaba a la calle,
vestido con su camisa y su pantalón blancos, y la hacía sonar, alegrando su
corazón, pero ahora ,este comprador deseando conservar esa ”trompetilla”, no
podía comprarla, porque ya habían variado las costumbres.
Nos quedamos el vendedor, señor
Arilla, mi amigo Santiago y yo mismo, contándonos aventuras antiguas de las
“tropetillas” y de los toros. Nos despedimos con tristeza por el pequeño
fracaso de no poder arreglar la sonora “trompetilla”,que le quería regalar a mi
amigo Santiago y nos despedimos amigos, pero tristes.
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