Me he sentado al lado de una
amiga, en un velador y me ha dicho, como aquella que quiere saludar en un
entierro: “¡qué pena que esté desapareciendo la moral !. Ella es una mujer, que de niña, iba al
catecismo de la parroquia de San Pedro el Viejo y al Colegio de Santa Rosa,
pero al crecer se puso de catequista en la misma Parroquia. Ella buscaba el
camino de la vida, pues su padre se separó de su madre y ella se separó de él.
Pero su padre amaba a su hija, porque la iba a buscar, desde Barcelona a Huesca
y en la gran ciudad, la llevaba a pasear
por el Parque de Güell y le compraba cuentos y muchas veces, cosas que a ella
le apetecían, al pasar por ciertos escaparates. Cuando ella se quedaba mirando esos
escaparates, donde se exhibían bolsos
bonitos, si la niña exclamaba:”¡qué bolso tan hermoso!, él entraba en el
comercio y se lo compraba.
Es curioso contemplar en la vida,
las situaciones de abandono y de soledad, producidas por la falta de moral, que
algunos hombres y mujeres, muestran por medio del divorcio.
Se puede perdonar el pecado
cometido, pero hay que acordarse de la debilidad, que tenemos los hombres, concretamente
en materia sexual. Pero no sólo es el sexo un enemigo del amor, sino que
también lo son el alcohol y el juego.
La niña crecía y crecía, además de con su cuerpo, con su espíritu, pues
le preocupaban los valores, entre los cuales el que había abandonado su padre.
En cambio su madre era virtuosa, porque cuando volvió de Barcelona y contempló
a su marido como un amor difícil, en lugar de abandonarlo con rapidez, esperó a
que naciera la niña, a la que le pondría el nombre de María Pilar. Por eso nació la niña en
Barcelona y la Virgen del Pilar no pudo evitar la separación del matrimonio. Pero
la niña María Pilar fue educada por su virtuosa madre, con mucha riqueza
interior y María Pilar, que acudía cada día a la catequesis, a preparar a los
niños y niñas de primera comunión, se estaba formando a sí misma con un celo
extraordinario. Pilar fue creciendo y sentía el amor, de tal manera que a los diecinueve años, se casó con su novio, que era mucho
mayor que ella, pues tenía treinta y
siete años. ¡Qué suerte tuvo el caballero casándose con una mujer hermosa y
joven, que lo cuidaba y le tenía un gran cariño, pues llegó a tener seis hijos
e hijas, frutos de su amor !. Él estaba
acostumbrado a la vida libre con sus treinta y siete años, pero Pilar, lo amaba
y no le echaba broncas ni riñas, para dar buen ejemplo a sus hijos. Hace once
años que falleció, pero sigue teniéndole
el mismo amor, recordándolo con mucho cariño. Las dos hijas son enfermeras, un
hijo es periodista y los demás son camareros. Esta mujer tan trabajadora, tan
honrada, tan honesta y tan amante de sus
hijos, no se ha vuelto loca, sino que tiene un carácter, que hace feliz al
hombre, que tiene la suerte de hablar
con ella, o más bien de escucharla, cuando habla de su amante y refiere su
vida. Me la encuentro alguna vez, sentada en un velador, tomándose un cortado,
para acompañar a su analgésico, porque dice que está muerta de dolores. Yo, hoy
me he sentado al lado de ella y me ha contado todo lo que acabo de referir.
No se siente pesimista, sino que es feliz, porque encuentra felices a sus
hijos y como Job, ha sufrido todo lo que el Señor le mandó en la vida, pero
ella sigue amando a sus difuntos y a sus hijos e hijas.
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