viernes, 17 de julio de 2020

Las carrascas color verde- obscuro, que pueblan el Monte.-




Las carrascas que pueblan el   Somontano, con ese duro sonido al partirlas con las astrales, es igual al del yerro. Eran en mi niñez, enanas y escasas en este Somontano, que está separado de la Montaña. Eran escasas porque su uso en los hogares, en que se cocinaba era continuado, ya que sus habitantes no tenían carbón abundante, ni calderas de calefacción y guisaban sus alimentos con el fuego que mantenían en los  hogares  qué por sus chimeneas, lanzaban el humo al espacio. Después de la Guerra Civil disminuyeron exageradamente las carrascas en el monte de Siétamo, porque el pueblo necesitaba su leña para cocinar sus alimentos y calentarse en el hogar. Este problema ya era conocido en aquellos antiguos años en que el Barón de Siétamo y  varios  otros nobles títulos, tenía su residencia en el Castillo. La tierra roja y pedregosa, estaba toda ella poblada de carrascas, dejando la más parda, para cultivar el trigo y la cebada. Aquella tierra roja la llamaban El Carrascal , que pertenecía al Marqués de Torres de Montes, más tarde Conde de Aranda. Esas “suertes” estaban paralelas  unas con otras y algunas de ellas, ya tenían las carrascas altas, a punto para cortarlas, mientras otras ,que ya habían sido cortadas hacía poco tiempo, estaba creciendo, sin que en ellas penetrasen los ganados. Era una forma de cultivar las carrascas,  que el hombre necesitaba para cocinar y para guisar sus alimentos. Hoy día han cambiado las costumbres y se han roturado grandes extensiones de tierra para sembrarlas. A aquellas parcelas que se cultivaban largos años para obtener leña, al principio de su  desarrollo, no se pastoreaba por  ellas y luego se dejaba correrlas por el ganado, que consumía bellotas. Hoy se ha acabado ese cultivo de las carrascas, pero ahora en su superficie se siembran cereales. Pero en los yermos y en las márgenes, han brotado multitud de carrascas que van creciendo y ensanchando sus copas y se llenado el monte de carrascas fuertes, que muchas de ellas van produciendo bellotas, unas menudas y otras gruesas y de buen sabor, que da gusto comerlas debajo de las carrascas y antes donde había alguna carrasca productora de bellotas, unas se recogían para su consumo en la viviendas  y otras se dejaban caer de las ramas del las carrascas, para satisfacer el hambre de aquel las ovejas y cabras. Cuando llegaba la ´fiesta de nadal o la Navidad, se recogían aquellas gruesas bellotas, para consumirlas los hombres, rodeados de sus familias.
Las carrascas de duro sonido ¿vasco o ibérico?, te han hecho los hombres árbol femenino, redondo,  afeitado. Mirando sus ramas, acribilla el cielo un vuelo infinito de gays, cardenales, cistras pachareles, petretes, lucanos, que acuden,  al árbol matriz de pájaros con múltiples huecos, que llaman barracas, úteros cavados por mano de hombre, en carne de árbol, llena de “palangas”, ligantes de liga o de besque, mucus vegetal, que vence hace siglos la vida elevada, volante y ligera del color y el canto de las avecillas.

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