Las carrascas que pueblan el Somontano, con ese duro sonido al partirlas
con las astrales, es igual al del yerro. Eran en mi niñez, enanas y escasas en
este Somontano, que está separado de la Montaña. Eran escasas porque su uso en
los hogares, en que se cocinaba era continuado, ya que sus habitantes no tenían
carbón abundante, ni calderas de calefacción y guisaban sus alimentos con el
fuego que mantenían en los hogares qué por sus chimeneas, lanzaban el humo al
espacio. Después de la Guerra Civil disminuyeron exageradamente las carrascas
en el monte de Siétamo, porque el pueblo necesitaba su leña para cocinar sus
alimentos y calentarse en el hogar. Este problema ya era conocido en aquellos
antiguos años en que el Barón de Siétamo y
varios otros nobles títulos,
tenía su residencia en el Castillo. La tierra roja y pedregosa, estaba toda
ella poblada de carrascas, dejando la más parda, para cultivar el trigo y la
cebada. Aquella tierra roja la llamaban El Carrascal , que pertenecía al
Marqués de Torres de Montes, más tarde Conde de Aranda. Esas “suertes” estaban
paralelas unas con otras y algunas de
ellas, ya tenían las carrascas altas, a punto para cortarlas, mientras otras
,que ya habían sido cortadas hacía poco tiempo, estaba creciendo, sin que en
ellas penetrasen los ganados. Era una forma de cultivar las carrascas, que el hombre necesitaba para cocinar y para
guisar sus alimentos. Hoy día han cambiado las costumbres y se han roturado
grandes extensiones de tierra para sembrarlas. A aquellas parcelas que se
cultivaban largos años para obtener leña, al principio de su desarrollo, no se pastoreaba por ellas y luego se dejaba correrlas por el
ganado, que consumía bellotas. Hoy se ha acabado ese cultivo de las carrascas,
pero ahora en su superficie se siembran cereales. Pero en los yermos y en las
márgenes, han brotado multitud de carrascas que van creciendo y ensanchando sus
copas y se llenado el monte de carrascas fuertes, que muchas de ellas van
produciendo bellotas, unas menudas y otras gruesas y de buen sabor, que da
gusto comerlas debajo de las carrascas y antes donde había alguna carrasca
productora de bellotas, unas se recogían para su consumo en la viviendas y otras se dejaban caer de las ramas del las
carrascas, para satisfacer el hambre de aquel las ovejas y cabras. Cuando
llegaba la ´fiesta de nadal o la Navidad, se recogían aquellas gruesas
bellotas, para consumirlas los hombres, rodeados de sus familias.
Las carrascas de duro sonido
¿vasco o ibérico?, te han hecho los hombres árbol femenino, redondo, afeitado. Mirando sus ramas, acribilla el
cielo un vuelo infinito de gays, cardenales, cistras pachareles, petretes,
lucanos, que acuden, al árbol matriz de
pájaros con múltiples huecos, que llaman barracas, úteros cavados por mano de
hombre, en carne de árbol, llena de “palangas”, ligantes de liga o de besque,
mucus vegetal, que vence hace siglos la vida elevada, volante y ligera del
color y el canto de las avecillas.
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