jueves, 7 de octubre de 2021

Coscullano.-



En la ladera Sur de la Sierra de Guara, debajo de los restos de la “iglesieta”, venerada en aquellos lugares serranos antes de la llegada de los moros, por los llamados bárbaros, extranjeros o godos, se encuentra el lugar o pueblo de Coscullano, al que le queda un aire noble, con su parroquia en lo alto y a su alrededor se encuentra el frontón y las casas, con sus arcos y escudos.

Yo conocí, en aquellas casas, familias con apellidos serranos y pirenaicos, que vivían pacíficamente, en armonía con sus convecinos y con sus olivares, almendrerales, campos y huertos, regados por las aguas, que se escapan de la parte alta de la Sierra, donde en otros tiempos cogían, cuando llegaba la cosecha, aquellos frutos rojos, a los que llamaban “alborzas” y en castellano madroños, tan agradables para comerlas solas o con anís y azúcar y en otras ocasiones recogían fajos de leña, que a lomos de una asno o cargando un carro, llevaban a vender a Huesca, donde adquirían alimentos, que consumían con sus verduras, sus corderos, sus cerdos, gallinas y pollos y también sus huevos, acompañados todos ellos  por el vino que producían.

Aquellas casas se van quedando solitarias y sus descendientes están unos en Huesca, otros en Zaragoza, siendo unos médicos, otros oficinistas, alguno negociante y otros como la hermana María Zamora se dedicaron a practicar la caridad cristiana, trabajando trece años con los jóvenes con algún defecto físico y otros diecisiete en un hospital.

Se hizo Hermana de Santa Ana, tal vez atraída por la “sencillez y elegancia, austeridad y bondad, serenidad y firmeza “ de la madre Pabla Bescós, que fue Superiora General del Instituto de las Hermanas de Santa Ana y que nació, en un pueblo próximo al de la hermana María, a saber en Panzano, donde conservan un convento, al que van las Hermanas en verano.

Bescós y Zamora, ambos apellidos muy frecuentes en la Sierra y ellas que habían, ambas nacido en ella, se conocieron y llegaron a pensar en el amor al prójimo.

La han enterrado en Coscullano, pueblo al que abandonan sus habitantes, hombres y mujeres juntamente, pero la hermana María dejará recuerdo entre sus familiares y dará protección a los vecinos que no se quieran marchar y al mismo tiempo será recordada por sus hermanas de Santa Ana, que cuando suban en verano a su convento de Panzano, entrarán en el cementerio de Coscullano para visitarla y rezar porque goce de Dios en el Cielo.

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