Ha muerto a sus
sesenta años de vida, un pastor de ovejas, que pastoreó en el Monte de Siétamo,
en el que desde hace muchos años su padre, un hombre trabajador, se cuidó de
esa faena. Su hijo Luis era un amante de las ovejas, que encerraba por las
noches en una Paridera, al lado de la era de Almudévar de Siétamo. Era un
hombre fiel a su rebaño y conocía el monte de Siétamo hasta el Saso, que está situado al lado del monte de
Tierz, pues en una paridera de el señor Montori de Tierz, en el monte de
Siétamo, encerraba con cierta frecuencia sus ovejas.
Tenía un cuidado
enorme de la salud de sus ovejas, a las que cuidaba con gran cariño y él gozaba
de los campos en que pastaban. Amaba a esas ovejas y a sus corderos, pero no se
olvidaba de ayudarme a mí, entonces como ganadero, pues en cierta ocasión que
yo me quedé sin pastor de mis ovejas, que yo criaba en la era, él no dudó ni un
minuto en apacentarlas en compañía de las suyas. Y sin embargo, cuando acabé de
ser objeto de su ayuda, jamás utilizó ocasión de pedirme un solo favor.
Era un hombre
que jamás me recordó el favor que me hizo de cuidar mis ovejas, abandonadas por
su pastor. Pero nunca dejó de conversar conmigo, que le debía favores y siempre
que podíamos echarnos un café con leche en el Bar de la Gasolinera, me invitaba
con un gran cariño. Yo que conocía sus costumbres, siempre que podía, me
encontraba con él y allí me contaba sus alegrías y sus tristezas. El cuidaba su
ganado por los montes, pero no tenía a las ovejas como un sentimiento único.
Recuerdo como en aquel tiempo en que cuidaba sus ovejas por el monte, en cierta
ocasión en que estaban haciendo la Autovía, lo encontré en lo alto del Camino
que iba desde Siétamo a Fañanás, sentado en lo más alto, contemplando la
profunda fosa que las máquinas excavaban para dar paso a la Autovía. Me senté
junto a él y observé como admiraba esas labores modernas de las máquinas
industriales y allí sentados en la altura de la tierra que estaban excavando,
comentábamos el contraste entre el cuidado natural de los pastores y la excavación
profunda de la tierra, que realizaban aquellos nuevos creadores de vías de
comunicación.
Luis Grasa se
interesaba por el progreso de la comunicación entre unas ciudades y otras, pero
también estaba preocupado por los adelantos de la ganadería y atendía a los
veterinarios que acudían a su Paridera, para aumentar la salud y el progreso
cárnico de las ovejas. En el portalón de su paridera, estaban muchas veces
parados los coches de los veterinarios que trabajaban para mejorar la salud y
el rendimiento del ganado lanar. Pero su rostro estaba siempre pleno de
sonrisas y nunca lo podía ver de mal temple. Tal vez por eso me ha extrañado
mucho esta breve y cruel enfermedad que le ha quitado su vida y ha dejado a su
rebaño casi solitario. Pero esa soledad fue combatida por sus dos jóvenes
vecinos de Casa Gabardilla, que se aplicaron a combatir la soledad de las
ovejas, avisando a los hermanos y hermanas de que había entrado un gran peligro
en el rebaño de su gran amigo Luis Grasa.
Nació Luis en Matidero y su padre en Torrolluela
de la Plana, en tanto que su madre nacía en Bagüeste. Una vez casados bajaron a
Castilsabás y Luis fue el heredero de las ovejas en Siétamo.
Antes de morirse
su padre, éste por su avanzada edad, lo dejó solo y tuvo que cuidarse del
ganado lanar en un espacio enorme, hasta que su continuado trabajo le produjo
el mal traicionero que lo ha despedido del mundo.
Hoy día de su entierro a la hora de las cuatro de la tarde, después de depositar
alguna moneda en la iglesia de Siétamo, hemos caminado con mi esposa Feli hasta
la “paridera” de las ovejas de Luis y allí nos han recibido dos perros pastores
que le han ayudado a cuidar sus ovejas. Nos han ladrado para que su dueño desde
el cielo se enterara de que acompañado por mi esposa, habíamos acudido a su
refugio diario a desearle un descanso eterno.
Ha sido una
despedida no esperada, pero mi esposa y yo hemos subido a despedirlo a su “paridera”,
para que desde el Cielo se acuerde de nosotros.
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