lunes, 30 de enero de 2023

El jacetano Adolfo Almudévar Gabarre (Parte I)

 



Banaguas


Estuve en Jaca, hará unos dos meses y el jacetano Miguel Lagraba, hijo de un cheso y  de una ansotana, me llevó a contemplar una casa o chalet de aquellos de tiempos pasados, con su  terraza, que levantó antes del año 1936 un pintor y que alquiló a mi padre, durante unos dos años en la Guerra Civil. Aquellos colores que lucía el chalet y de los que me acuerdo con ilusión, habían desaparecido, porque alguien los había blanqueado. Eran muchos los colores de los que me acordaba, incluso del negro triste que producían los bombardeos de la aviación, que hacían bajar del piso de arriba a un abogado de Huesca, refugiado como nosotros, al nuestro y allí con la negra música de las bombas, se abrazaba con su esposa, llegando a caerse al suelo, en cierta ocasión. Era triste el ambiente, pero a mí me producía extrañeza contemplar ese baile, en que la pareja iba a parar al suelo. Estaba cerca el polvorín y venían refugiados de la parte de Sabiñánigo.  Allí estábamos mis padres,  mi abuela Agustina,  mi tía Rosa y los seis hermanos,  a saber Mariví , Manolo, María , un servidor, a saber Ignacio, Luis y el pequeño Jesús, padre con Lurdes Gabarre, más tarde, de Adolfo, José Manuel, Luis y Jesús. Mi hermano el pequeño no se acordaba ya de Siétamo y vivía feliz en Jaca, donde acudía al colegio y un día se perdió y toda la familia anduvimos buscándolo por toda la ciudad de Jaca, hasta que una jacetana, con todo cariño vino a decirnos que lo había encontrado. Parece que todos los colores eran o se aproximaban al negro, aunque en el Parque se alegraba uno ante los variados colores de las flores y del verde de las hojas, pero donde un día cualquiera murió por una bomba de aviación una niña, que había venido refugiada desde Tabernas de Isuela, en medio de aquel paisaje de colores. Yo iba a Santa Ana  y un día, que no hice los deberes, como exigía la hermana de Santa Ana,  nos dejó a un amigo llamado Ventura, hijo de una bella señora viuda y que también era un refugiado de Huesca, castigados en clase  a la hora del medio día, hasta que hiciéramos un trabajo cada uno de nosotros. Yo lo hice, pero a nombre de Ventura, que me lo había pedido. Cuando llegó la monja,  soltó a mi compañero y a mí,  me dejó castigado sin ir a comer.
A mí no me quedaron ganas de quedarme en Jaca, porque lo que quería era volver a mi pueblo de Siétamo, a arreglar todos los destrozos que había producido la Guerra Civil. En cambio a Jesús le iba creciendo el amor a Jaca, de tal manera que cuando acabó la carrera fue a trabajar a esta bella ciudad y allí ha muerto, después de jubilado. Si no por el color negro que llevaba consigo dicha Guerra, la vida jacetana era agradable. Mi hermano mayor, Manolo estudiaba en los Escolapios y aunque un trozo de metralla  le   dio  en el cinturón, él era feliz. Mis hermanas  Mariví y María, se preocupaban de los hermanos pequeños,  entre otros objetivos el de traernos y llevarnos a los colegios.  Teníamos en Jaca un primo hermano de mi padre, llamado don Paco Ripa Casaus con un hijo y una hija, que vivían en la Calle Mayor, donde todavía tienen su casa, con una hermosa capilla, con ornamentos y cálices. Su segundo apellido, es decir Casaus venía de los Casaus, que habían estudiado en Francia y de los que uno se casó con Pilar López del pueblo de Botaya, al pie de San Juan de la Peña. Mi padre y Paco Ripa eran nietos de los Casaus  y por parte de sus madres, venían de la parte más pura de Jaca,  es decir de San Juan de la Peña. Cuando llegó la Desamortización de Mendizabal, yo creo que fueron los vecinos de Botaya a recoger objetos sagrados y libros y, para mí, que fue mi abuela Pilar López, de Botaya la que guardó un libro, recogido en el Monasterio, escrito por el Doctor Don Domingo de la Ripa, “Monje Benito Claustral, Enfermero, Prior Conventual, que fue del Sagrado, y Real Claustro de San Juan de la Peña, y Visitador  General de la Congregación Tarraconense, y Cesaraugustana: Examinador Sinodal en el Obispado de Jaca, y Coronista Creado por su Magestad, y Cuatro Brazos, en las Cortes del Reyno de Aragón”. Fue impreso en Zaragoza en M.DC.LXXXVIII. Don Paco Ripa tenía el mismo apellido que el autor de este libro y era un auténtico y elegante caballero, con sombrero y acciones buenas,  pues nos dejó colchones y mantas como refugiados. Nos acompañaba por Jaca y en cierta ocasión nos llevó a un templete, ya derribado, en el que esperaban todos los años a los que desde Yebra de Basa venían procesionalmente para venerar a Santa Orosia. Aquella procesión me dio luz pero por otro lado me persiguió la negritud de aquellos seres humanos, hombres y mujeres, anormales, de los que decían que estaban endemoniados. Presenciando tal ceremonia, estábamos mis hermanos Luis, Jesús y yo mismo, acompañados por Paco Ripa y por mi padre.
Allí, en esa romería del pasado, estuvimos los Almudévar Zamora, esperando que mi hermano Jesús acabara su carrera agraria y pasara a vivir  y a morir en Jaca, acompañado por su esposa Lurdes Gabarre y más tarde por sus cuatro hijos. Hemos considerado los apellidos Almudévar, Zamora, Casaus, Ripa y López de Botaya y ahora entrará el de Gabarre. Desde Ligüerre de Ara por un camino, que sube a la Sierra de Galardón, pasando por la ermita en ruinas de Santiago, se llega al desaparecido poblado medieval de Gabarre, que se encuentra a 1.322 metros de altitud.  Efectivamente  Lurdes Gabarre y mi hermano Jesús se enamoraron y se casaron en Huesca en la Compañía de Jesús y en Jaca se dedicaron a preocuparse de las cuatro vidas que trajeron al mundo, que son las de Adolfo, Jesús,  José Manuel  y Luis. ¡Qué ambiente tan blanco surgió en esa familia Almudévar-Gabarre,  donde su padre Jesús se dedicaba a ellos, ”y revivían en sus corazones las ilusiones de sus primeras comuniones y de la boda de José, allá en Madrid y de sus vidas que vinieron al mundo en Jaca y en ella estudiaron e hicieron deporte y rezaron en la antigua  Catedral”.”Mi hermano Jesús, el pequeño era grande porque no sólo tenía altura corporal, sino que también era alto de espíritu, aficionado al deporte, conversador con los amigos y con una vocación profesional en Extensión Agraria, que le llevaba a buscar el bien de los campesinos de la Montaña de Jaca. Hace unos dos meses, me contó un ciudadano de esta capital de nuestra Montaña, que cuando él era joven, un día estaba trabajando de jornalero en el monte, cuando llegó Jesús, que le dijo : ”vente mañana mismo por la oficina, que te buscaré medios para que no seas toda tu vida un jornalero, sino un hombre trabajador, pero con buen porvenir”.

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