No sé
si Jesús Vallés Almudévar hubiera resultado un trotamundos, si no hubiera
ocurrido en su temprana edad lo que a él le pasó, pero no me cabe la menor duda
de que ha resultado un peregrino a lo largo de su vida, es decir como un
trotamundos elevado, que siempre va caminando en busca de su prójimo, para
ayudarle, como queriendo dar lo que él no recibió en su niñez. Siendo todavía
niño iba a Fañanás, venía a Huesca, volvía a Fañanás, pero la última vez que
llegó a este pueblo, estalló la Guerra Civil y se quedó, en unos instantes, sin
madre y sin uno de sus pequeños hermanos, pero más tarde otro de sus hermanos
murió en la misma guerra. Se quedó sólo, como la Virgen de la Soledad, aunque
alguna persona trató de cuidarlo, pero en realidad estaba sin norte, sin
dirección, sin aquel cariño que tanto necesitan los niños. Y siguió su
peregrinación de trotamundos porque lo llevaron a Ola, fue a Siétamo, a la
Montaña, a Ordesa hasta que acabó la Guerra. Lo traían y llevaban aquellos que
luchaban en la Guerra, de los que algunos, a veces cometieron el pecado de
matar, como mataron a su madre y a su
hermano y otros, en cambio, parecía que tenían compasión de aquel a quien sus
compañeros habían dejado solo. Y tanto como viajaba su cuerpo, viajaba su alma,
como buscando su corazón y su temprana mente el mandato y los sentimientos de
su madre y la compañía de su hermano, pero al acabar la Guerra, su cuerpo
siguió de viaje a Huesca, donde se encontró con sus hermanos y con su hermana
que era toda bondad y que lo querían, ya que habían sufrido tanto tiempo con su
ausencia y su soledad.
Siguió
usando sus pies, sin pisar nunca el acelerador de un coche, pero él sentía la
necesidad de convertir su trotamundismo en peregrinación, porque sentía la
llamada de su madre y de su hermano, como le recordaba el Miércoles de Ceniza,
cuando decía: ”memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris” y él o
yo creo más bien, que era su corazón el
que le empujaba a ser peregrino en este mundo, para llegar al otro.
Y era
su corazón porque a los suyos los mataron, pero lo impregnaron, así como su
vida, su historia, es decir su vida en unos ideales, que permanecían en él.
Su
mente y su corazón estaban necesitados
del mandato de su padre y de su madre; tenía al resto de sus hermanos, a su
buena hermana que lo adoraba, a su sobrina, que lo quería, pero su mente
buscaba los motivos de la peregrinación de su madre y de sus hermanos y acabó
ingresando en el Seminario. Ha inspirado la disposición de la capilla de la
Torre de la Iglesia de San Pedro el Viejo y parece recordar a sus hermanos en
las bellas imágenes de San Justo y San Pastor, rodeados de custodias y cálices,
que tanto ha reverenciado él, durante sus largos años de servicio a los altares. Con esa cúpula, esos arcos y las
luces que entran por las bellas ventanas de esa capilla románica-gótica, parece
unir en la gloria a su madre y a sus
hermanos con Cristo, con la Virgen de la Soledad y con los santos Justo
y Pastor.
Ahora
hace cincuenta años que celebró su primera misa. ¡Dios mío que peregrinación en
el altar, orando por los hombres, perdonando a los que habían herido a su
familia y diciéndole a ella y a los que la formaban que le esperen, que le
esperen!, porque ¿cuántas veces se habrá acordado de los suyos, de su padre, de
su madre y de sus hermanos difuntos y cuántas veces se habrá dirigido a su
madre y a sus hermanos con palabras?. No se sabe si le han contestado, pero sin
ninguna duda, han dirigido su peregrinación por este mundo.
Contemplar
esta historia es como si estuviéramos escuchando la unidad, durante toda la
Eternidad, entre Dios y los hombres.
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