sábado, 8 de enero de 2011

CASTILLO DE SAN LUIS










Sería por el año 1972, cuando yo iba a visitar en el Castillo Bajo de San Luis, a Bernardo y a Visi, que tenían instalada una moderna granja de conejos. Antes que ellos habían pasado por dicha finca Demetrio de Nueno y Laglera de Loporzano, que todavía vive y debe ya de alcanzar casi los cien años de vida. Otro altoaragonés, Joaquín Costa, también debió conocer San Luis Bajo, puesto que trabajó en el Castillo del mismo nombre, pero Alto, desde donde contemplaría enormes extensiones de tierra, que soñaría ver regadas.
Era agradable ir a dicho lugar, pues en los costados de su entrada, están plantados cipreses y pinos y en sus alrededores se elevan piñoneros, cipreses, pinos, chopos y hacia el monte carrascas, que un poco más allá , hacia Almudévar, desaparecen casi de un modo absoluto. Los almendros, han desaparecido al ser derribados para ocupar el terreno, la autopista que de Huesca, va a Zaragoza.
En el mismo Castillo y en sus alrededores todo eran animales, que vivían felices, con los seres humanos, que por cierto cuando estos se mueren o se van a las ciudades, parecen condenados a desaparecer las corvetas, las cardelinas, las palomas, así como los conejos, los cuervos y las mismas raposas.
Pero en San Luis estaban con Bernardo y con Visi, sus hijos y acompañándolos a ellos las corvetas, un poco más grandes que las palomas, de color negro con sus cuellos ligeramente blanqueados por unas plumas ligeramente canosas. Criaban en las carrascas y Santi y Toño las observaban y como tenían en una dependencia del Castillo perdices, codornices, palomas, hamsters, conejos y cardelinas, quisieron completar su Arca de Noé, con las corvetas y cogieron dos crías en un nido, instalado en una carrasca cercana, criándolas con mucho cariño y dándoles de comer, pan, carne y alpiste y granos de trigo o de cebada. Las cornejas son de tamaño un poco superior al de las palomas, de color negro, con su cabeza ligeramente blanqueada por unas plumas canosas. Cuando ya fueron un tanto crecidas, les colocaron, con cuidado, un cascabelico a cada una en la pata izquierda; con ello, cuando les acompañaban, piaban y ellos escuchaban el alegre tin-tin de los cascabeles.
Eran felices los dos muchachos con sus animales, aunque en alguna ocasión tuvieran algún problema, como cuando un gato, de los que debía haber por lo menos una docena, le cortó de un mordisco la cabeza a un canario.
Pero no fue esta la mayor desgracia de aquel mundo feliz, donde el patio era enorme y fresco en el verano y las corvetas entraban y salían y no manchaban porque hacían sus necesidades fuera de él.
Había en medio una enorme mesa con un banco y unas sillas, donde se sentaban los visitantes y eran invitados. Y precisamente había uno que allí acudía con frecuencia, a traer la compra que en Huesca habían hecho Bernardo y Visi y lo invitaban a comer, especialmente, porque le gustaban, las sardinas rancias de las que se devoraba con gran deseo la cabeza, dándole el cuerpo con frecuencia a Bernardo; pero tenía el defecto de ser un gran bebedor de vino, por lo que Visi tenía apuro de dárselo. Un día de tantos, le pidió vino y ella se lo negó, pero él enormemente enfadado, pegó un manotazo descomunal en la gran mesa y entonces la corveta macho indignada, porque creía que le quería pegar a su dueña, se lanzó sobre él y le picó en el labio, no queriendo soltarlo. Pero Visi, asustada, se lo sacó de encima; mientras la corveta hembra revoloteaba alrededor y piaba, diciéndole: ¡suéltalo, que no le quiere pegar!. Se asustó y lo soltó, mientras los niños lloraban y el abuelo enfadado y asustado, en cuanto pudo mató con perdigones a las dos pobres y con gran sentido de la justicia, compañeras corvetas.
A los pobres hijos, se les fue un poco de ilusión, pues ya no les compraron el mono que para completar el Arca de Noé, les iban a traer.

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