sábado, 1 de enero de 2011

Gusanos de seda


Hemos ido, con mi esposa, a visitar a nuestros nietos Pablo y María, que además de la lectura y de la música, sienten un gran cariño por dos tortugas, a las que cuidan ya hace unos seis o siete años y además tienen un amigo “hamster”, que les hace pasar unos buenos ratos. Al ver tales circunstancias, me acordé de que mis hermanos y yo, cuando éramos niños, nos divertíamos criando gusanos de seda. Lamenté que ahora no se practique esa costumbre y más, al darme cuenta de que al lado de su casa, se alzan seis moreras.

Hace ya unos cincuenta años que no veo criar a los niños gusanos de seda, aunque me he enterado de que todavía hay quien los cuida. Yo fui un entusiasta amigo de tan bellos animales y digo bellos, porque a los gusanos, en general, se les tenía miedo por su aspecto, que producía diversas reacciones negativas en los niños; en cambio los gusanos de seda atraían cuando uno los conseguía y se dedicaba a criarlos con entusiasmo. Los podías criar desde cualquiera de las fases de su vida, es decir si obtenías capullos de seda, había que dejarlos en la caja donde con sus hilos de seda, los habían colgado los gusanos, para convertirse en mariposas y esperar que por un extremo del capullo se abriera un agujero de salida, por el que salía la mariposa. Dichas mariposas eran blancas de cuerpo y de alas, pero no volaban. Unas eran hembras y otras salían machos, que se unían para que al poner sus huevos, estuvieran fecundados. A mí me preocupaba que las mariposas no quisieran comer, pero es que su misión era la de poner los huevos necesarios para perpetuar su especie. Empezaban a poner los huevos pequeños y en mis crianzas, amarillos, que quedaban pegados al cartón en que los ponían y a los pocos días ya morían las mariposas, que habían cumplido su misión de nacer, crecer, reproducirse y producir esos capullos de seda, que los hombres después de hervirlos, aprovechaban para obtener aquellos hermosos tejidos de seda, con que las mujeres y los hombres, que económicamente pudieran, se adornaban y vestían. Así como hay gusanos que son blancos y otros pardos, unos capullos eran amarillos, en tanto otros eran blancos. Cuando llegaba el calor, ya en la primavera, después de brotar las hojas de las moreras, comenzaban a salir los gusanillos de sus huevos, y moviendo sus paticas, se acercaban al alimento, que nosotros les habíamos proporcionado y se ponían a comer, haciéndose con su crecimiento, más grandes.¡Cómo se veían crecer! .Y cuando, para mí, ya eran enormes, dejaban de comer y buscaban un lugar para empezar a sacar seda por su boca y se encerraban en su capullo, que se quedaba colgado, esperando convertirse, dentro de él, en mariposa, para fecundarse y perpetuar su especie.

Ibamos los niños a buscar los ramos de hojas a unas moreras, que se encontraban en el camino de Salas y si alguna vez carecías de ellos, les dábamos hojas de lechuga, que los mantenía, pero que no tenía la misma calidad.

Hace unos días fui con mis nietos al lado de su casa y vimos como se alzaban esas seis moreras, que he citado. Entonces me puse a pensar que ahora no sé si alguien cría gusanos de seda, porque aquello era un lección de la Naturaleza, que nos responsabilizaba y nos hacía gozar enormemente. Yo creo que se ha acabado de criar gusanos de seda por los niños, porque ha triunfado la época del plástico. Hay que plantar moreras en los caminos, en los jardines y en los parques, para que los niños no olviden la Naturaleza.

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