sábado, 1 de enero de 2011

Las ruinas de mi convento


Leí de niño “Las ruinas de mi convento” y desde entonces toda ruina me ha hecho meditar, unas veces porque su aspecto me recuerda el de un anciano, como si fuera un edifico humano en decadencia y caminando torpemente. Para el clásico las ruinas carecían de belleza, porque en ellas se unían deterioros, ya del tiempo o vandálicos, que quebrantaban la perfección buscada. La ruina humana, terminal, tiene imposible restauración, aunque su parte espiritual, busque ansiosa una inmortalidad; la ruina de la piedra monumental tiene también espíritu: el del arte, el de la historia e incluso, en ocasiones, el de la religión o el mito. Ese paralelismo entre la ruina humana y la arquitectónica nos lo sugieren en nuestra Edad de Oro, Francisco de Quevedo en un soneto y en sus “Ruinas de Itálica”, el buen Rodrigo Caro. Quevedo en su soneto, escribía: ”Miré los muros de la patria mía, - si un tiempo fuertes, ya desmoronados; de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía”. Y me acuerdo de aquellos versos de Rodrigo Caro, que estudié en mi niñez, dedicados a las ruinas de Itálica y que así se expresan: ”Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora-campos de soledad, mustio collado,- fueron en otro tiempo Itálica famosa;-aquí de Escipión la vencedora –colonia fue, por tierra derribado, -yace el temido honor de la espantosa- muralla, y lastimosa reliquia es solamente-de su invencible gente-.Estas poesías son lamentos de poetas que asocian los destinos tristes de los famosos monumentos y del hombre. Caro, concretamente los reduce a la categoría de “lastimosas reliquias solamente”, que deben ser guardadas, como guardamos las reliquias de los santos, de igual manera que un anciano conserva los cabellos de la mujer que amó, o aquella vieja que venera el ombligo de un hijo que perdió, hace ya lustros numerosos. Ya en el siglo XVIII, muchos miraban a las ruinas con ojos de poeta y proliferaban los pintores, que integraban dichos restos como elementos románticos del paisaje. Si algunos han llegado a tal estado por la acción de los hombres vandálicos y lamentan poéticamente tales actos, otros regresan, poco a poco, al contemplar la destrucción por obra de implacables reglas, que la Naturaleza impone y que complementan las obras vandálicas de algunos hombres. Por obra de los hombres o del tiempo, los monumentos van cayendo y con ellos, se marchan nuestra historia, el sentido de que somos un pueblo, que tuvo un peso específico y se pierden también las ocasiones de que estudien los restos nuestros arqueólogos y nuestros arquitectos. Puede existir también un uso por el pueblo, a la vez que lúdico, cultural, como ocurre con Leire, Loarre, Covadonga, Monserrat y como parece ser que ahora se va a hacer con San Juan, allá en la Peña. En cambio en Montearagón se hacen reconstrucciones en la Iglesia y se dejan sin terminar las reconstrucciones de torres, muros, celdas y comedores. Hay quienes quieren, tan sólo, conservar las ruinas, que como antes he escrito, “su aspecto, les recuerda el de un anciano, como si fuera un edificio humano en decadencia y caminando torpemente”, igual que si en esas ruinas fuera imposible la restauración, como no puede darse en muchos ancianos ya envejecidos. ¿Cómo va a quedar Montearagón, después de tantas reparaciones, que siempre lo dejan como una vieja ruina?. Hay ruinas cancerosas, destrozadas que ya no volverán a ser jóvenes, lo que constituye una vergüenza para pueblos y gobiernos, que no se llegue a restaurarlas en todo su esplendor. Esplendentes quedaron muchas pequeñas y gloriosas iglesias mudéjares en la zona de Sabiñánigo, que mueven el amor a Aragón en los que van a visitarlas. ¿Cuándo podremos los aragoneses estudiar nuestra historia en los actuales restos arqueológicos de San Victorián, de Montearagón y de las mismas murallas de Huesca?. Porque como escribió Rodrigo Caro (1573-1647): ”Por tierra derribado-yace el honor de la espantosa- muralla, y lastimosa- reliquia es solamente de su invencible gente” y los oscenses viven en la nostalgia, que hace que su piel se ponga de carne de gallina ¡ para nada!, cuando escuchan : “Sierras de Gratal y Guara-Ruinas de Montearagón- Fuentes de Marcelo y Jara,- Huesca de mi corazón.” Aunque ahora les consuela la restauración de la Ermita de Jara, gracias, entre otros, a Daniel Calasanz.

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