miércoles, 5 de septiembre de 2012

Pablo Neruda



La Vida me va resultando como un espectáculo en el que ya de niño veía a mi maestro revestido con un guardapolvo, con sus gruesas gafas y su boina, que casi nunca se quitaba y luego con otros niños hacíamos barro orinándonos en la tierra y creábamos huertos imaginarios.

Empezaba a ver la vida en los “cucos” que envolvía en un pañuelo,  en la burreta torda de mi casa y de la que todavía guardo su pesebre y en mis compañeros de la Escuela de Siétamo y empecé a ver la muerte, al enseñarme el cuerpo de un muchacho que se agarró a un camión con su bicicleta y lo aplastó. Estaban los fieles dentro de la iglesia y el difunto dentro de su fúnebre caja, bajo los arcos de la Lonja y un joven, ante mi curiosidad, la abrió y una moza me  levantó y vi su figura yerta, pero bella.

De estas contemplaciones de hechos cotidianos o, según Unamuno “intrahistóricos”, antes de cumplir los seis años pasé en un instante  a verme introducido en los hechos históricos de la Guerra Civil. Un día, que sería del mes de Julio o de Agosto, un cañonazo sonó cerca de mí y a continuación no cesaron de oírse los tiros de los fusiles y los traqueteos de las ametralladoras.

A mi padre le pidieron las llaves del sótano del Palacio del Conde de Aranda, para meter en ellos a los detenidos, pero mi padre se negó porque aquel lugar le parecía tenebroso y cruel. Luego el jefe de la zona le dijo que se fuera a Huesca con su familia y tuvo que ir por la provincia de Huesca hasta Zuriza, con intención de pasar a Francia. No hizo falta tal emigración, pero me acuerdo de cómo otros, por ejemplo Pablo Neruda hizo viajes más atractivos y más curiosos por todo el mundo.

Cien años se han cumplido del nacimiento de este poeta y cerca de setenta hace que fui con mi familia en peregrinación por Huesca, Jaca, Ansó y Zuriza. 

Por aquellos años de mil novecientos treinta y cuatro  estaba  Neruda en Madrid, donde  parecía que el ambiente olía a  una próxima  Guerra Civil,  que cuando llegó, le hizo escribir: ”Creo que esa época va a ser revalorizada históricamente en forma independiente a las pasiones políticas. Y va a asumir una categoría que hasta ahora no se reconoce…porque tuvo tales dimensiones que fueron …sumergidas  en la sangrienta guerra que conocemos, que naturalmente los españoles todavía no se han detenido en el  examen de sus pérdidas y de sus valores”.

Los hechos que durante ella ocurrieron, tocaron su corazón de poeta, lo que le llevó a  repetirse: ”Creo que esa época va a ser revalorizada históricamente en forma independiente a las pasiones políticas” y se dio cuenta de que España podía “sentirse orgullosa de aquella época” del 27 y sintió el dolor de la muerte de aquel Miguel Hernández que “hasta entonces era un genial aprendiz de poeta”; tuvo que llorar la muerte de Federico García Lorca, que ”era uno de los poetas más extraordinarios...en que está unida toda  vida física y la biológica con los menesteres del alma y de la poesía”.

El concepto que Neruda tenía de España iba unido a su amistad con sus poetas y no es un recuerdo como el que aparece en 1935, cuando  publicó  su obra: Residencia en la Tierra, en la que escribe las experiencias que había vivido en sus misiones diplomáticas  en Ceilán, Birmania y llegando a ser cónsul en Colombo y en Singapur. El mundo musulmán y el hindú le inspiraron versos que recuerdan la geometría musulmana,  a la que podemos admirar contemplando los mosaicos de sus mezquitas, incluidos los mudéjares que están revistiendo algunas capillas de nuestra catedral  oscense.

Neruda, al escribir su memorial de la Isla Negra, hace un canto al “desencanto” de todo lo humano, deja sólo la ilusión de los árboles, los ruidos que producen los insectos en la selva y el ruido inmenso de la naturaleza, lo que hace que en él no permanezca la verdad del hombre y no mezcla “la vida física y la biológica con los menesteres del alma y de la poesía”, como él mismo escribió que hacía García Lorca. El recuerda las batallas de los indios chilenos o araucanos y le lleva a cantar la gloria de Alonso de Ercilla, pero se abstiene de cantar la gloria del vencedor español y canta el heroísmo de los araucanos. Y Neruda se concentra en la recolección de todas las cosas que encuentra  y de otras que pierde, como yo al ensuciar mi pañuelo aquel insecto con su “sangre “ de color verde, tiré dicho pañuelo, pero un segador, un hombre  íntegro, me lo trajo luego a mi casa. Yo en las más cercanas salidas de mi pueblo, recogía también “esquilas con su cañabla”, caracolas, botes de farmacia, insectos, aparejos de caballerías, candiles de aceite y abarcas. Pero Neruda además se recogía lupas, mascarones de proa, vajilla procedente de bares y de tabernas, etc, etc, que exhibía en sus residencias, como en la de la Isla Negra, donde se oyen y se ven las olas poderosas del Océano Pacífico. Allí contemplaba sus objetos, lo que tal vez le impedía subirse a hablar con el Creador. En los libros de Neruda de los que dispongo, trata poco del hombre y mucho de las mujeres, recordando sus contactos con ellas, con versos como estos: ”Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,-te pareces al mundo en tu actitud de entrega”. El nombra el alma de García Lorca, pero no recuerda demasiado el alma humana. Tampoco cita mucho a los animales, pero canta a la madera, al fuego, a la lluvia, al aire, al tomate, a la zanahoria y a la alcachofa, en la que ve las formas humanas de un guerrero. 

Yo desde mi casa de Siétamo veo Fraixinito o Fraxineto, el pico y el tozal de Guara, que nos separan el Somontano de la Montaña y tengo, como Neruda colgadas las abarcas, los cepos y los hierros del caldero del hogar, donde los campesinos se unían alrededor del fuego y contaban sus trabajos y sus aventuras con el uso de los cepos. También entre mis recuerdos cuentan los de mi hermano el marino, como mapas y cartularios.

Pero el poeta tenía el inconveniente de que su padre le era hostil y tal circunstancia le llevó a cambiarse el apellido paterno de Reyes por el del escritor checo Neruda

Neruda, al llegar el ocaso se asomaba hacia el océano y hacia los Andes y veía el grandioso espectáculo del crepúsculo: ”grandiosos  hacinamientos de colores, repartos de luz, abanicos inmensos de anaranjado y escarlata”.¿No tendría Neruda algún proceso psicológico, al ver tales maravillas, que lo llevaría a olvidarse de su padre y de su apellido?.El poema diez de su obra Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en su final dice hablando del crepúsculo:  ”siempre, siempre te alejas en las tardes-hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”, como si ese crepúsculo le borrase la idea de Dios.

Hay quien asemeja a Neruda con Picaso,  pues ambos dedicaron parte de su arte a Stalin; Neruda le cantó con su poesía y Picaso le ofreció un retrato. Ambos fueron premiados con el premio de la Paz, en la Unión Soviética.

Neruda tuvo un compromiso político con el paraíso comunista y esa poesía política es lo peor de la obra de Neruda. Aquel hombre tan poético en sus cosmologías se torna vulgar y pasado de tiempo en sus panfletos, que él querría convertir en divinos.

No hizo como Sartre, también comunista que al estar próximo a su muerte, escribió: ”He luchado denodadamente por un mundo en el que no me gustaría ser ciudadano”, pero Neruda dio un nuevo cambio, volviendo a la poesía dedicada a los objetos corrientes, a esas vulgares cosas que tienen, muchas veces, la virtud de devolver la alegría perdida.

Pero siempre me acordaré del poema número veinte, que dice así: : “Puedo escribir los versos más tristes esta noche.-Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada,- y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.-El viento de la noche gira en el cielo y canta.-Puedo escribir los versos más tristes esta noche.-Yo la quise, y a veces ella también me quiso.”

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