El uso de determinados actos, crea un hábito de realizarlos, de tal manera que llega esa
práctica a convertirlos en costumbres. Se usan y se toman
hábitos costumbristas en todos los
aspectos de la vida. Hay costumbres que se practican en la vida económica, en
la vida social, de los distintos países, como por ejemplo en Inglaterra, en
París, en Cataluña, en Aragón, etc., desde los actos y usos comerciales hasta en los festivos.
En nuestra tierra altoaragonesa, la vida moderna ha hecho desaparecer
muchos usos generales de toda la sociedad,
pero un día cualquiera en un almuerzo en una reunión de hombres maduros, le hacen a uno reflexionar sobre las
jotas cantadas, que cualquiera de los
asistentes, entona. Surgen los comentarios y las risas que producen y
uno se llena de nostalgia al pensar en las costumbres y usos de nuestros
antepasados.
Pocos versos entran en las jotas, pero definen los ambientes que con
voces serenas y música jotera, te dan que pensar en ellos. Por ejemplo en la
jota que cantó José María Puyuelo Sorribas, originario del pueblo de Ibieca,
decía o mejor dicho cantaba :”Si te casas en Quicena,-no te faltarán
melones,-pepinos y calabazas – y en “as sayas esgarrones”. ¡Cómo describe el
ambiente productivo del pueblo de Quicena!, pues habla de los productos hortelanos de los melones,
pepinos y calabazas, que se crían en sus terrenos de huerta. Con tan
refrescantes alimentos, el hombre se ve cautivado por aquellas hermosas
mujeres, a las que los optimistas y sexuales hombres, ”fartos “ de jugos de la huerta,
producen “esgarrones en as sayas”, de las buenas mujeres, impulsados por un
instinto de conservación del género humano.
José María ante la alegría producida con su primera jota, entona la siguiente: ”Si quieres vivir a gusto-cásate en “o
Somontano”- irás con leña “ta Huesca” y volverás a caballo”. Un altoaragonés estimulando la
boda de un paisano suyo, le dice que además de llevar a vender leña a la capital oscense,
podrá volver, con el dinero, ganado con la venta de la leña, al pueblo,
montado a caballo o en el burro, que antes llevó sobre sus costillas la leña a
la capital.
Ahora con los casamientos,- no
se dan muchos disgustos,- pues si no quedan contentos,- en breve se han
divorciado”. Y con esta letra de jota, tengo que volver a escuchar a José
María, la siguiente: “ Yo me casé en
Morrano- y la busqué en la Ribera- y me la dieron preñada, porque se estila en
su tierra”. El mozo sufrió un disgusto y no sé si se divorció o no lo hizo,
pero, con pocas palabras se vengó de los riberanos, al decir “ y me la dieron
preñada, como se estila en su tierra”. Yo creo que fue un poco exagerado por
añadir a los riberanos un uso y una
costumbre, que humillaba a los mozos, que se casaban.
Pero por lo visto no sólo sufrían las costumbres del sexo en la Ribera,
sino también en la Montaña, porque un habitante de ella, dijo “ que con las cosas de mear no hay que
enredar, porque en su pueblo de la Montaña, se metió con una moza en un pajar y
ciego con su amor, no se dio cuenta de que se le cayó la colilla encendida y
quemó un pajar”. “Otro jotero se queja
de la pobreza que sufrían los campesinos de su tierra, cantando: “ Mi abuelo
cuando murió-murió con el culo abierto, - y de dote nos dejó-un pedo- “pa” cada
nieto”. Me dice José María que la desgracia de no heredar nada, les hacía
emprender una vida de trabajo, porque toda su vida la pasaban con un escaso
peso. Mucho se canta en las jotas sobre la cantidad y la calidad de las dotes,
pues en otra jota dice que a un montañero, que se casó en Bierge, le dieron de dote “o
campo A Culada y “a fajeta do pis”. No se podía quejar porque se descargaría
muy a gusto en “A Culada” y orinaría muy satisfecho en “a fajeta d´o pis”.
Y él reflexionaba en la jota del abuelo, cuando recordaba que en cierta
ocasión viajó a la ciudad de Orlando en
los Estados Unidos y allí se dio cuenta de que la obesidad era un mal muy generalizado. Veía
pasar por las calles multitud de sillas de ruedas, conducidas por jóvenes de unos catorce o dieciséis años de edad.
Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pues los “leñaceros” del Somontano, que estaban delgados, viajaban
felices montados en los lomos de sus burros. En cambio en la rica ciudad de
Orlando, sus numerosos jóvenes obesos, rodaban sobre sus sillas de ruedas. Cada
país tiene sus usos y sus costumbres.
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