Cuando
viajaba por la provincia como veterinario, al decir que era de Siétamo, en
todos los pueblos me decían: nosotros también conocemos a otros hijos de Siétamo,
porque venían muchos años por aquí a tocarnos la música en las fiestas de estos
lugares. Eran los Ciegos de Siétamo.
Llamaban
así a dos mozos sietamenses, de los cuales el mayor se llamaba Eduardo Burgasé
Artero y era ciego y tañía las cuerdas de la guitarra, en tanto que su hermano
Pedro Antonio que veía, aunque con gafas
y su pelo era rubio y sus ojos muy azulados, tocaba el violín. Tenían
otro hermano, que era camionero del tratante de cerdos Seral y una hermana
llamada Francisca.
Al
llegar los años veinte, con su guitarra y su violín se dieron a hacerlos sonar
por todas partes, desde las eras y corrales de los pueblos pequeños, pasando
por los cafés, casinos, salas de baile y para las fiestas de los pueblos por
sus calles y plazas. Eran unos artistas como demuestra la enorme cantidad de
admiradores que no dejaban de llamarlos y los mayores, que aún viven en los
pueblos de la provincia de Huesca, todavía los recuerdan con cariño. Los dos
nacieron en Siétamo, el ciego Eduardo en 1904 y Antonio en 1909. El día 10 de
Agosto de 1989 con ochenta años, todavía estaba vivo.
Ellos
se empeñaban en que los llamaran los Hermanos Burgasé o los Músicos de Siétamo,
pero la ceguera de Eduardo hizo que casi todo el mundo los llamara los Ciegos
de Siétamo.
Su
padre procedía de Casbas de Huesca, donde este año de dos mil cuatro, cerraron
el milenario Monasterio Cisterciense y en aquellos tiempos la gente con pocos
medios, cuando llegaba la siega de los cereales, marchaba por el mundo a
ganarse un jornal. Un año, en Binéfar, conoció a un ciego, que era maestro de
música, llamado Manuel Colomina. El hombre como tenía un hijo ciego se dio
cuenta de que si sus hijos aprendían a tocar, se ganarían la vida y si iban
juntos ambos hermanos, se defenderían y podrían vivir los dos sin tener que
ganarse jornales con los duros trabajos que daba entonces la vida. Se arregló
con el maestro y los mandó a los dos hermanos a Binéfar y Altorricón y allí con
su maestro, en un año aprendieron solfeo, guitarra, clarinete y violín.
Comenzaron
su vida musical en su propio pueblo a saber en Siétamo, donde hacían sonar
música de baile ya en casa Marco en la Plaza Mayor o en el Café de Lobaco, en
la carretera o Avenida de San José. Su música le resultaba al pueblo muy
agradable con lo que se corrió su fama por los pueblos vecinos del Somontano.
desde donde extendieron su fama por toda la provincia de Huesca y parte de la
de Zaragoza. Cuando llegaban por primera vez a un pueblo, no les conocían y
tenían que tocar su música en los bares, cafés y casinos, cuyos dueños les
daban una botella, que ellos rifaban y entre lo que con dicha rifa ganaban y al
pasar la bandeja, les llegaban a quedar unas veinticinco ó treinta pesetas, que
eran lo que ganaban, porque los transportes les salían gratis, ya que iban
montados en una bicicleta doble o “tándem” y cenaban también gratis, porque el
dueño del local no les cobraba si acompañaban la cena de sus clientes con su
melodiosa música.
Cuando
Antonio vivía en la torre Casaus con mis tíos Luisa y José María me explicaba
como en las fiestas de los pueblos,
acompañaban a la ronda de mozos y chiquillos, que iban casa por casa de
todas las mozas del pueblo, a las que cantaban jotas y ellas les daban tortas y
pastas y les ayudaban a soportar los gastos con algún dinero. Acababan la ronda
saludando a las autoridades civiles, religiosas y en algún caso a la guardia
civil.
El
mismo día de la fiesta y bien almorzados hacían acompañados de los jóvenes del
pueblo, un pasacalles sonoro por todo el
pueblo. Ya más tarde se celebraba la Misa solemne, en la que acompañaban a los
cantores.
Ya
casi no se oyen jotas cantadas por el pueblo, si no que las cantan grupos que
las cultivan en peñas y agrupaciones, que las enseñan y cultivan. Antes
cualquier aragonés las improvisaba y cantaba. En la ronda de Siétamo, la señora Joaquina Latre, acordándose de su
hijo, que estaba cumpliendo el servicio militar en Melilla, cantaba: “Soldados
de regulares-de la nación española-servid con orgullo a España,-que Dios os lo
premiará”.El toda su vida pastor Silvestre Bara, al escuchar a Joaquina, se
puso a cantar: ”A don Francisco Larraz- yo le debo de decir,- que venga muy
pronto a España-que le guardo buen anís”.Se trataba de aquel anís que
fabricaban ellos mismos de contrabando y en cambio ahora se hace legalmente en
Colungo y siempre se ha preparado en Galicia, dentro de la ley.
A
dicha ronda acudían algunos de los joteros, que nombramos en estas líneas, como
por ejemplo Miguel Ramón de
Ballobar, que un día al acabar el baile,
le dedicó esta jota al barbero de Siétamo, que por su mal genio, no le quiso
afeitar:”Aún no tienen en Siétamo- lo que hay en Ballobar-que tenemos un
barbero-que afeita sin remojar”. Este jotero acudió a Siétamo durante muchos
años y todavía recuerdan también a Ramón Bareche de La Perdiguera.
El
mismo Antonio Burgasé, el año 1989, le recordaba a Rafael Ayerbe Santolaria los
dos joteros citados y a otros como Bruno Mariñoso de Valcarca, José Monclús
“Uchallo” de Abiego, Antonio Périz de Santalecina y otros muy famosos de Huesca
capital. Pero no sólo tocaban la música, sino que contaban chistes en sus
sesiones musicales, porque en los pequeños pueblos de la Montaña se lo pedían
los mismos montañeses.
Antes
de comer algunas veces durante el vermouth acompañaban a la gente con sus músicas
y otras veces lo hacían por la tarde, cuando tomaban el café. Después
descansaban hasta que llegaba la hora de iniciar el baile.
Hasta
bien entrados los años cuarenta no utilizaron amplificadores del sonido y sin
embargo se oían muy bien sus sesiones musicales y no eran tan ruidosas y
estridentes ,como ahora.
Hay
que distinguir dos épocas en su profesión musical: una la que fue su
iniciación, que tuvo lugar en Siétamo alrededor de los años veinte, cuando
empezaron a salir por los pueblos, de los que
guardaban un grato recuerdo, en ocasiones casi sagrado como cuando
tocaron en la procesión el “Palotiau de Sinués” o cuando los brindis de los
desaparecidos danzantes de El Pueyo de Jaca. Existían al mismo tiempo que Los
ciegos de Siétamo, otros grupos musicales, que les hacían la competencia, como
“Los Geres”, que contaba con tres músicos, los “Monsones” de Huesca y los
“Telleres” de Ayerbe, cuyos directores fueron Ger, Monsón y Teller.
Cuando
ya acudían a pueblos importantes, se vestían con un guardapolvos gris y no
dejaban de ponerse una corbata. Después de los años treinta viene la segunda
parte de su historia musical. Durante la Guerra Civil participaban en con su
música en los bailes militares entre otros lugares, en la Fonda de la Paz.
Luego ya fundaron la orquesta Burgasé, en la que además de Eduardo y de
Antonio, participaron Mariano y Pascual de Tardienta. Había llegado el momento
de vestir con cierta elegancia, usando unas curiosas blusas verdes.
Entonces
empezaron a usar la megafonía, acabando con aquellos bailes tan románticos,
donde se bailaba dulcemente con el suave son de del violín y la guitarra de los
“Ciegos de Siétamo”.
Eduardo
el ciego se casó ya mayor con una montañesa, que ya tenía un hijo, a la que
conoció en Laguarta. El no los tuvo y cuando yo estudiaba en Zaragoza, lo veía
vender los iguales en la calle y yo pensaba: ¡cómo se acabaron los tiempos
antiguos en que los ciegos luchaban para vivir con la música y ahora la
sociedad se preocupa de ellos, dándoles la venta de los iguales!. Tenía una
sensibilidad extraordinaria, pues caminaba por las sendas, como lo vio Joaquín
Larraz, igual que si tuviese una vista aguda. Cuando recogía los dineros que le
pagaban ,si notaba que no eran legales ,los dejaba aparte y al acabar le decía
al que le pagaba: falta lo que indican los dineros que he dejado aparte.
Tenían
tienda en casa de Calderero y muchas veces iba él a Huesca a comprar mercancías
a casa de Rovira, en dicha ciudad, con dos borricas. Muchos al ver estos hechos
creían que Eduardo veía.
Cuando
ambos hermanos pedaleaban en su tándem, a veces Antonio le decía :
¡pedalea fuerte que la cuesta es muy
empinada! y Eduardo le contestaba, pues
se había dado cuenta de que lo que quería su hermano era descansar: “¡ala
,vamos a bajar de la bicicleta, que descansaremos mejor andando!”.
A
Huesca ,desde Siétamo, iban en su tándem y allí cogían el tren hasta la
estación más próxima al pueblo donde iban y a dicha estación acudían los del
pueblo que iba a celebrar sus fiestas, con un par de machos. Ante una situación
de peligro al caminar por caminos y carreteras, convinieron usar una contraseña
para defenderse y en cierta ocasión en que subían el Estrecho Quinto, les
apareció un individuo que les pidió el dinero que llevaban; entonces Antonio le pidió a Eduardo que le
diera fuego para encender un cigarro y
Eduardo le dio inmediatamente el bastón con el que amenazó al bandido, que
pidió perdón, diciéndoles que era una simple broma. Llevaban nada menos que
trescientas pesetas, fruto del trabajo de muchos días.
Antonio
se casó con Teresa Cuello, que era hija del sastre Cuello de Siétamo y vivía en
la actual casa del zapatero, ya difunto y que todavía se conserva en la Calle
Alta, debajo de casa de Avelino Zamora, subiendo desde la Plaza Mayor, a la
izquierda.
Teresa
tenía una hermana, que vivía casada en Panzano y su hermano que se llamaba José Cuello, al que
en el pueblo lo conocían como José el sastre y fue durante muchos años profesor
de música y de guitarra en la Residencia Provincial, es decir en el antiguo
Hospicio; estaba casado con una gruesa señora, llamada Antonia, hermana de los
carpinteros de Siétamo llamados Boira y estuvieron muchos años de porteros en
la noble y bella casa de los Carderera del Coso Alto. Cuando estos se vendieron
la casa les regalaron un piso en agradecimiento a los numerosos favores que les
habían hecho a lo largo de los años.Fue un hombre con gran personalidad, pues
en Huesca, todo el mundo lo conocía como el Maestro Cuello.
Antonio
estaba casado con la ya citada Teresa y estuvieron viviendo con mis tíos José
María y Luisa en la Torre de Casaus. Tuvieron dos hijas a saber Carmen ,que se
hizo Maestra Nacional y Teresa la rubia ,como su padre y un hijo llamado José
Antonio, que se murió joven y trabajaba de dependiente de comercio en casa
Estaún del Coso Alto.
Los
que ahora tienen de setenta a ochenta años recuerdan a estos dos llamados
ciegos, que tocaban todos los domingos ,bien en casa de Marco,en la Plaza o en
casa de Lobaco ,en la carretera. Pagaban los mozos que allí iban a bailar una
peseta y Joaquín Bergua, que ya murió, cada vez que iba, les pagaba con un
billete de cien pesetas por presumir un poco,
pero ellos en cierta ocasión le devolvieron noventa y nueve monedas de
peseta.
Antonio
tocaba el violín y Eduardo el ciego la guitarra y tocaban sus canciones de
aquellos tiempos “tres p’áquí, tres p’állá”; “¡cuenta qué canciones del año
pum!”.
Pero
lo hacían muy bien, porque un americano, que los conoció en alguno de los
pueblos que recorrían, los quiso contratar para estar dos años por Arizona,
Tejas y California, haciendo sonar su música tan española y aragonesa. Hubieran
vuelto ricos de América, pero no quisieron abandonar a su familia.
Cantaban
de vez en cuando para divertir a la gente algunas canciones como: ”Carrascal,
carrascal, qué bonita serenata, carrascal, carrascal ya me estás dando la
lata”. Otras veces tocaban y cantaban canciones más sentimentales, como aquella
que decía: “ ¡Ay, Marilú, Marilú, maravilla de
mujer; del barrio de Santa Cruz
tú eres un rojo clavel y por jurarte yo
eso me diste en la boca un beso, que aún me quema Marilú!”.
Carmen
de Gaspar, nacida en Labata, dice que cuando iban a su pueblo Eduardo, conocía
los billetes y monedas por el tacto. Se alojaban en su casa, a la que llaman
todavía casa del carretero y allí acudían cantidad de niños a convivir con los
ciegos y ellos muy a gusto competían con ellos.
Carmen
se acuerda de aquella canción que decía “¡Cómo se la lleva el río! y de aquella
otra que decía :”Bésame, bésame mucho, que tengo miedo de perderte”. Y Joaquina
de Latre añora aquella que decía ¡En Sevilla hay una casa- y en la casa una
ventana, -y en la ventana una niña –que se llama Mari-Juana!.
Ellos
con todas aquellas canciones, que ablandaban los corazones, como por ejemplo
aquella que decía : ” Bésame ,bésame mucho, como si fuera esta la última vez” o
aquellas otras como: “Suave que me estás matando de pasión” o “Aquellos ojos
verdes de mirada serena”.
Algún
anciano recordará con tristeza aquella canción, que se expresaba así : ”Ya no
estás más a mi lado, corazón, en el alma sólo tengo soledad”, al no poder gozar
de la presencia de la moza con la que bailaba al son de la música que
tocaban los
“Ciegos de Siétamo”.
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