Desde la entrada a la Plaza Mayor de Siétamo, en algunas
ocasiones, en que la atmósfera lo permite, se divisa el Moncayo. La tía de Don Pedro Abarca de Bolea, nacida en
el Castillo-Palacio de Siétamo en 1602, no sé si desde lo más alto del Torreón
del Castillo, vería alguna vez el Moncayo, pero lo conocía muy bien, porque ella, escritora en aragonés y en
castellano, creó “La Vigilia y Octavario de San Juan Bautista”, en que describe
una hermosa fiesta pastoril. Ana Francisca Abarca de Bolea, además de su
condición de religiosa, formó parte de un grupo de sabios escritores, militares
y poetas, como su padre Martín, Marqués
de Torres. Aunque entró en el Monasterio de Casbas a los tres años de edad,
ella no se consagró con los votos religiosos, hasta los veintidós años; todo ese tiempo lo dedicó a cultivar su
cultura, estudiando latín, que las monjas, a pesar de cantarlo en los salmos,
no lo entendían. Cultivó la música, la costura elegante y escribió en aragonés
y en castellano, relatos de las vidas de santos, con cuya lectura entretenía a
las novicias y monjas, que carecían de aparatos de radio y de televisión. El gran escritor y Jesuita aragonés, Baltasar
Gracián, el año de 1648, en su obra “Agudeza y arte de ingenio”, que fue uno de
los componentes del grupo de sabios de
Lastanosa, escribió: “…la muy noble e ilustre señora doña Ana de Bolea, religiosa
Bernarda en el Real Monasterio de Casbas, en Aragón, tía del Marqués de Torres,
que compitió con nobleza y virtud y con su raro ingenio, heredado del insigne y
erudito don Martín de Bolea, su padre, cuyas poesías han sido siempre
aplaudidas y estimadas”. Ana Francisca estuvo muy unida a los miembros amigos
de Lastanosa, ya que usaban la correspondencia y se hacían visitas los miembros,
en sus estancias veraniegas en el Castillo- Palacio de Siétamo, a donde acudían
los amigos y alguna vez se encontraban en visitas familiares a Huesca o a
Zaragoza. Hay que tener en cuenta, que Ana no emitió los votos religiosos hasta
más de los veinte años. Pero Ana Francisca Abarca de Bolea, tuvo que huir del
Monasterio, acompañada por sus hermanas
las monjas, a Zaragoza, el año de 1647,
con motivo de la conquista por los franceses de Lérida y de Monzón, en la
Guerra de Cataluña o Guerra dels Segadors. Todas estas circunstancias
influyeron para que la que llegó a ser Abadesa del Monasterio de Casbas, tuviese
contactos con otros aragoneses.
Y no sólo Ana Abarca tuco contactos con aragoneses, sino con celebraciones, como por ejemplo la del Corpus de Zaragoza, de cuya procesión escribió una agradable
poesía, en la lengua aragonesa. ¿Quién sabe si desde Zaragoza fue a visitar la
ermita de San Juan en las laderas del Moncayo?. El Moncayo con su ermita influyó en el ánimo
de Ana y escribió “La vigilia y Octavario de San Juan Bautista”. Fue una obra
de seguimiento a la Literatura Nacional, que en este siglo
XVII, se escribieron Novelas Pastoriles,
pero ella, religiosa, hizo de esta
novela campesina y pastoril, un estímulo para cuidar los jardines, en los que
se podrían representar, leer y pensar en la poesía, la santidad, la tragedia y
los misterios de la Naturaleza. ¡Cómo conocía Ana esa ermita románica, localizada
cerca de Añón del Moncayo. Se construyó en el siglo XIII, por la Orden de San
Juan de Jerusalén y ahora está ya arruinada, sin ni siquiera tejado!. Y cómo
con su obra parece ser que quiere igualar las clases sociales, porque en
aquella romería de ocho días de duración en las laderas del Moncayo, trata el
tema amoroso, que hace que al terminar dicha Romería, se casen nobles con
muchachas pastoriles, como queriendo igualar a las clases sociales. Entraron en
la fiesta, algunos parientes suyos, como Luis Abarca “capitán de corazas” y Don
Juan de Castro, que el aquellos actos festivos, recitó unas décimas “que
compuso un monja deuda suya”, que fue Ana Abarca de Bolea. En la Novela
Pastoril, se celebra una corrida de
toros, que parece intentar demostrar que no debe existir diferencia entre los
cortesanos y los pastores. Los primeros que eran caballeros toreaban los toros
como rejoneadores y los pastores eran los toreros de a pie. En la organización
de la Sociedad, el dinero ejerce su
papel. Ahora la categoría de un rejoneador no se distingue de la de un torero
de a pié. “El dinero ha sido y es necesario, pues en aquellos tiempos se
creaban amparos para los necesitados, pero no lograban que en ellos estuvieran
sanos y bien alimentados, como ocurre ahora (en que habría que verlo) en que
hay más abundancia de dinero y hay una inquietud social entre los ciudadanos”.
Ana Francisca buscaba el
entendimiento entre los hombres, pues en un escrito suyo decía: “cómo se unían
gustosos desde el opulento ganadero hasta el memos crecido repatán”. Ahora se
llama a los poseedores del dinero, capitalistas y a los que carecen de él y
trabajan, los llaman proletarios; antes llamaba a unos ricos y a los demás
pobres. Cuando un pobre conseguía llevar unas abarcas nuevas, era un hombre
feliz y cuando a un rico le venía la
mala suerte de que se apedreara su cosecha, ya no podía pagar y todo se lo
embargaban.
El dinero en aquellos tiempos era
escaso y en el mismo Monasterio de Casbas, pasaron períodos de pobreza. Esos
fenómenos monetarios, aclaran la situación social, que Doña Ana Francisca
Abarca de Bolea, pretende mejorar, haciendo que el hombre no sea cortesano o
pastor, sino que todos sean hombres. No describe Ana todos los jardines, como
los de Lastanosa ni de Abarca, pero describe el Jardín Artificial o Parque
Natural del Moncayo y el maravilloso Jardín
de Guara, al Norte del Monasterio. Se miraban mutuamente el Monasterio y el
pueblo de San Román de Morrano, de donde
es el hombre de más de noventa años Alfonso Buil, que sigue viviendo en este
año de 2013 y su difunta hermana, que murió, siendo Abadesa del Monasterio. Desde el
Moncayo se divisa la Sierra de Guara y desde el Castillo-Palacio de Siétamo, se
contempla el Moncayo.
Hemos visto la vida de Ana María
Abarca de Bolea, debajo de Guara, desde el año 1602 hasta el año de su muerte en 1676, pero debajo del Moncayo, en Tarazona y en
Veruela, se extiende un enorme Jardín Natural y a él, acudían otras personas sensibles como el poeta
Gustavo Adolfo Becquer, desde los años de 1834, hasta el de 1870, del siglo
XIX, acompañado de su hermano el pintor Valeriano. Igual que Ana Francisca
admiraba con su pariente el Jardín del Moncayo, que buscaban Gustavo Adolfo
Becquer con su hermano Valeriano, que siempre
han recordado la memoria de este Monasterio de Veruela, debajo del Moncayo, en
cuyo Museo se guardan manuscritos de Gustavo Adolfo y cuadros de Valeriano.
Del Monasterio de Veruela fueron
expulsados los Cirtercienses, por la Desamortización de Mendizabal. También
eran cistercienses las monjas del Monasterio de Casbas, de las cuales llegó a
ser Abadesa, la hermana del que todavía vive Alfonso Bruis, que nacieron en el
pueblo de San Román de Morrano, que se ve desde el Monasterio y este se divisa
desde San Román de Morrano. Hoy ya no hay monjas, como no hay monjes en
Veruela, no expulsadas por la Ley de Mendizabal , sino por el paso del tiempo,
que entre otras muchas ha hecho casi desaparecer la Ermita del Moncayo de San
Juan Bautista. El Moncayo ha tenido una enorme atracción sobre los hermanos
Becquer, aunque han desaparecido los Jesuitas, que ocuparon el Monasterio de
Veruela, expulsados como de Casbas lo fueron las monjas, por el tiempo. Mi
amigo de noventa años, Alfonso Bruis Aniés, aspiraba a estudiar en las laderas
del Moncayo, porque el año de 1936, estaba en Huesca con los Jesuitas, con los
que quería seguir su vocación. Unos Padres jesuitas querían llevárselo a
Veruela, pero otros pensaban en la soledad de su padre, allá en Santa Cilia de
Morrano, al pie de la Sierra de Guara. Alfonso Buil Aniés, pensaba en gozar del
ambiente natural y espiritual de Veruela, con la maravillosa Iglesia del
Monasterio, donde yo estuve con los
Veterinarios jubilados, para conocer una de las grandes obras de Aragón.
Alfonso Buil aspiraba a visitar las
laderas del Moncayo, del que Gustavo Adolfo Becquer escribió en “El Gnomo”: “El
Moncayo se impone majestuoso frente a mí. Me mira fijamente y sé que es
consciente de su belleza. Se muestra imponente con su corona adornada de esa
blancura y pureza que el cielo le ha regalado en forma de nieve”.
Hay puntos en la geografía
aragonesa, que se comunican y enlazan unas zonas de Aragón con otras y con tierras vecinas, porque desde la cima
de Guara se divisa el Moncayo, y desde el Moncayo, además de Guara, pueden observarse tierras de Teruel, de
Castilla y de Navarra. Yo, desde Siétamo,
he contemplado el Moncayo, cuando las
condiciones atmosféricas lo han
permitido y desde la Sierra de Torralba y de Tardienta, por el Este aparece el
Moncayo y por el Norte impresionan los picos de los Altos Pirineos. Desde
Navarra, cuando circulan desde Pamplona hacia el Sur, se contempla el Moncayo.
Pero no sólo se ven montañas y se
contaban leyendas, como la del Cisne Negro y otras con protagonistas
brujeriles, sino que ya llamó la atención en tiempos de los romanos En el siglo
XVII, Ana Francisca Abarca de Bolea, además de Monja Cisterciense e hija del
poeta aragonés Martín Abarca de Bolea y Castro, participó en varios certámenes
poéticos, y comunicándose por escrito con grandes personalidades, de la vida
intelectual altoaragonesa del siglo XVII. Perteneció al grupo de intelectuales
que se reunía con Vicencio Juan de Lastanosa y con el padre Baltasar Gracián,
que alabó en unos sus escritos a Ana Francisca de Bolea. Y Añón del Moncayo
atrajo a esta Abadesa de Casbas a sus parajes, concretamente a la ermita de San
Juan Bautista, próxima a una cueva excavada en la roca, a saber el “Ojo de San
Juan”, de la salen aguas medicinales. Esta ermita se construyó a principios del
siglo XIII y ahora está en ruinas. No
pudo menos que escribir su obra “Vigilia
y Octavario de San Juan Bautista”.
El Moncayo es un monte, con su
zona de prados y de boques, que no sólo atrajo a los dioses y a los
Cistercienses, sino que después llamó a Doña Ana Francisca de Bolea, por motivos religiosos y literarios, después a Gustavo Adolfo Bécker y
a su hermano Valeriano, que era pintor.
Luego llegaron los Jesuitas a pensar y contemplar el antiguo Monasterio de
Veruela, que en la Guerra Civil, tuvieron que separarse del muchacho Alfonso
Buil, que tuvo que acudir desde Huesca a San Román de Morrano, para proteger a
su familia.
En 1864, acudió a Veruela en
busca de un clima favorable para combatir su enfermedad tuberculosa y también
por causas literarias Gustavo Adolfo
Bécker, acompañado por su hermano el pintor, cuya obra pictórica se puede
contemplar en el Museo del antiguo Monasterio.
En 1864, el poeta romántico,
sevillano Gustavo Adolfo Bécker y su hermano
el pintor Valeriano, eligieron el Moncayo para curar su salud y crear su
obra artística. En Veruela, Bécker
escribió “Cartas desde mi celda” en tanto su hermano Valeriano pintaba escenas
del Monasterio y de los paisajes que lo rodean. Al llegar los dos hermanos, el
Monasterio estaba abandonado. Fue Ramiro II el que comenzó a construir el
Monasterio en 1147. Bécker y su hermano se instalaron en una celdas, que él creyó eran más antiguas. En sus escritos
causa una gran impresión del Monasterio “con el viento que gime a lo largo de
las desiertas ruinas y el agua que lame
los altos muros del monasterio o corre subterránea atravesando sus claustros
sombríos y medrosos”. Impresiona las mentes al ver aquellos “arcos ojivales,
sus torres puntiagudas y sus muros almenados e imponentes”. Impresiona leer
lo que escribió Becker, cuando se
expresaba de esta forma: Al abrirse la puerta “una larga fila de olmos, entre
los que se elevan algunos cipreses, deja ver el fondo de la Iglesia bizantina
(románica), con su portada semicircular llena de extrañas esculturas”. En su
descripción hace ver la iglesia adornada de gárgolas y de esculturas en piedra
como si fueran encajes, que hacen pensar en pajes, cánticos y entierros. En
1868 Gustavo Adolfo se enteró de la traición amorosa de su esposa, y esa traición
le llevó a escribir ochenta y seis Rimas, que se pueden interpretar como la
historia de un amor fracasado. Entre sus rimas, se encuentra la siguiente: ”La
gota de rocío que en el cáliz-duerme de la blanquísima azucena,- es el palacio
de cristal en donde- vive el genio feliz de la pureza.- Él le da su misterio y
poesía;-él su aroma balsámico le presta.-¡Ay de la flor, si de la luz al beso-se evapora esa perla!.
Volvieron los jesuitas a venerar
al Señor en el Monasterio y en aquellos años de 1936, impidieron que Alfonso
Buil Aniés, entrara en el noviciado de Veruela. Estaba mi amigo preparándose en
la Residencia de los Jesuitas, para entrar en el Noviciado de Veruela.
Y Alfonso soñaba con estudiar en
esas poéticas laderas del Moncayo, de las que Gustavo Adolfo Bécker, escribió:
El Moncayo se impone majestuoso frente a mí.
Me mira fijamente y sé que es consciente de su belleza. Se muestra
imponente con su corona adornada de esa blancura y pureza que el cielo le ha
regalado en forma de nieve”. “Pero, a Alfonso, no le parecía un paisaje
extraño, porque era el mismo con el que convivía en la Sierra de Guara. Desde
la Cumbre de Guara se divisa el Moncayo y desde el Moncayo, además de Guara, se
pueden observar tierras de la provincia de Teruel, de Castilla y de Navarra. En
Siétamo, frente a la Casa Grande, subiendo desde la Fuente a la Plaza Mayor, he
observado muchas veces el Moncayo, que no se puede ver siempre, pero si con
cierta frecuencia. Desde la Sierra de Torralba y de Tardienta, se contempla el
Moncayo y por arriba los elevados picos del Alto Pirineo. Alfonso Buil Aniés no
tardaría muchos años en acudir al monasterio de Veruela, para hacer el
noviciado de la Compañía de Jesús, pero la política estorbó sus planes, que
eran perseguidos por la República, como en otros tiempos, el Conde de Aranda
obedeciendo órdenes de aquel Gobierno, los expulsó de España. Antes de llegar
la Guerra Civil el año de 1936, “por las calles caminaban los Jesuitas,
vestidos con ropas civiles y el Padre Torrens, iba acompañado por Alfonso Buil
Aniés, para que si algo le pasaba, acudiera rápidamente a avisar. Entonces
vivían en pisos, por haber sido echados de su Residencia de la Compañía, uno de
ellos en la Calle Dormer, número 12 y
otro en la Calle de San Salvador, número 20. Salía el Padre Torres de la Calle de Domer, después de haber
celebrado la misa a las seis de la mañana, en una triste alcoba. Alfonso le
ayudaba como buen monaguillo. Continuaban visitando las casetas y chabolas de
los pobres, unas veces, por la carretera
de Apiés y otras por el Tozal de Las Mártires. Algunas veces pasaban por la Cárcel,
que se encontraba en la Plaza de
Concepción Arenal, que en tiempos pasados fue Convento de los Carmelitas. Allí
estuvo el tío de mi abuelo, el Diputado don Ignacio López de Zamora, que al ser
desamortizados los religiosos, trabajó muchos años en la Ermita de San Cosme y
de San Damián, al lado del Pantano de Vadiello. Al pasar por el viejo Hospital,
el padre Torrens se santiguaba y lo mismo hacía a su paso por la Cárcel, repitiendo
su signo cristiano en Las Mártires. Alfredo Buil Aniés, el que quería ir a
Veruela del Moncayo a hacer el noviciado para ser Jesuita, le preguntaba al
Padre, porque se santiguaba tantas veces y el padre Torrens le contestaba: en
el Hospital hay hermanos nuestros, por los que debíamos pedir por su bienestar
y que les diese buena muerte. En la Cárcel decía, que los internos eran
hermanos nuestros, que habían tenido la poca suerte de recibir una mala
educación y de sufrir frío y hambre, suerte que los había dirigido hacia la Cárcel.
Alfonso aprendió bien la práctica
de la caridad con los seres humanos, y él tuvo la oportunidad, de hacerla en su
propio pueblo, es decir en Santa Cilia
de Panzano. Allí vivía su anciano padre
y su buena madre y no podían cultivar la tierra y Alfonso con sus catorce años,
trazaba con cuerdas, las partes de la finca que tenía que sembrar y a mano, las
sembró. Ayudaron a muchos hijos de Casbas a huir a Francia, sacándolos al otro
lado de la Sierra de Guara. Tuvieron suerte de que no los fusilaran, porque
Alfonso tenía otros hermanos, que servían al Ejército en Barcelona. Dios los
protegió pues su hermana, llegó ser Abadesa del Monasterio de Casbas, como
Alfonso aspiró, acompañando a los Padres de la Compañía de Jesús de Huesca, a
ser algún día Padre Jesuita.
El Moncayo con sus tierras que se
divisan dese su altura, acogió a los vasco-ibéricos, a los romanos, a los
Cirtencienses, a la Abadesa de Casbas con los que participaron en su novela
pastoril “ Vigilia y Octavario de San Juan Bautista”, después al poeta Gustavo
Adolfo Bécquer acompañado de su hermano el artista pintor, Valeriano. Llegaron luego los jesuitas, con
los que no pudo acompañarlos en el Noviciado de Veruela, Alfonso Buil Aniés, amigo
mío. Pero con sus más de noventa años, viven en su memoria la fe, que muestran
sus obras arquitectónicas, las esculturas y la devoción a la Virgen de Ana Francisca
Abarca de Bolea, Abadesa del Monasterio de Casbas, donde ocupó el mismo cargo
de Abadesa, su hermana. En Santa Cilia de Morrano nacieron su hermana la
Abadesa y él quiso vivir en el Monasterio de Casbas.
Él se acuerda de todo lo expuesto
en este artículo, que me ha transmitido a mi cerebro. ¡Gracias Alfonso Buil y Aniés,
pariente mío y amigo!.
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