lunes, 23 de diciembre de 2013

Arciprestazgo de Montearagón


Hace ya siglos que se desplazan los habitantes del pueblo de Siétamo, por la vía o camino,  ahora convertida en Carretera Nacional-240, que viene desde Tarragona a Huesca. Los hombres, las mujeres y los niños la recorrían, unas veces andando y otras montados en asnos, en mulas o en caballos; también iban a veces subidos en carros o galeras, después en bicicleta o en moto y por fin en coches o autobuses. Cuando uno llega a la salida de Siétamo a la Carretera General, se presenta la Plana de Loporzano, a lo largo de varios kilómetros y allá ,en el horizonte aparece elevada la silueta del Castillo- Monasterio de Montearagón, que siempre resulta un atrayente objetivo para la mirada, al tiempo que hace recordar el pasado y  pensar en el futuro. A pesar de ser una ruina, desde la carretera se contempla como un elevado monumento. A veces adopta aspectos misteriosos, como cuando la niebla cubre el monte, sobre el que se asienta el Castillo- Monasterio y éste,  sin boiras, que lo oculten, da la impresión de ser una castillo etéreo. Desde el año 1835, en que se desamortizó Montearagón, iban desapareciendo las piedras que lo componían, al tiempo que también desaparecían generaciones humanas. Ahora, ya no desaparecen piedras, sino que las van colocando, aunque muy poco a poco. Sin embargo, se han seguido celebrando misas cada año, organizadas por pueblos del antiguo Arciprestazgo, como Loporzano y Quicena. Bastantes años después de la Guerra Civil, robaron la campana, que todavía colgaba en la torre de la iglesia. En Tierz encontraron un sello del Monasterio, en el que está representado San Juan Bautista. En Siétamo murió el monje y sacerdote, que tenía Perote por apellido, al que después de muchos años, veían algunos, como si se tratase de un santo, a través de una ventana de casa Lobaco. Al morir dejó a una señora de casa Ballarín, un relicario, del que dicen que contiene sangre de Cristo y que actualmente está en poder de una familia de Quicena. En mi casa guardaban, con respeto, unos simples tirantes del monje Perote. En Huesca se conserva el retablo de la iglesia y en San Pedro el Viejo, reposan los restos de Alfonso el Batallador, que estaban enterrados en Montearagón. Don Jesús Vallés Almudévar, sacerdote y doblemente pariente mío, me proporcionó un documento referido a Montearagón en 1789, que me aproxima a dicho Monasterio, porque en el contenido de dicho documento intervino mi antepasado José Almudévar Altabás. Sus hermanos fueron Judas Narciso el mayor, Miguel,  que estaba casado en Torres de Barbués con Raimunda Corz, Antonio, que murió soltero, siendo negociante y que dejó asignada el arca de sus bienes a Montearagón; después viene Joaquín, que se  casó en Blecua,  donde todavía tiene descendientes y el citado hermano menor se llamaba José, que más tarde, se casó en Siétamo con Francisca Escabosa Azara   y de los que venimos mis hermanos y yo. Cuando ocurrieron los hechos que narra el papel citado, Antonio Almudévar Altabás   era soltero y   moriría con unos cuarenta y tres años de edad. Vivía en casa Almudévar de Barluenga, en compañía de sus padres y hermanos y sus actividades  se dirigían a los negocios, porque atendía las compras y ventas y  los intereses de los préstamos. En el pueblo de Sasa del Abadiado, la influencia de dicho Abadiado era notable y él cuidaba sus intereses y parece ser que amaba al Monasterio, porque el Vicario de Sasa escribió lo siguiente:”Que es cierto que después de su muerte Don Antonio Almudevar y Altabás, en la misma casa de don Judas Narciso, dueño de ella, el día antes de morir le hizo al declarante, Don Antonio, de que inmediatamente que muriese se llevase un arca que el dicho difunto tenía con bienes propios y papeles de distintos asuntos” y que la dejaba en propiedad del Monasterio. ¡Cómo amaba Antonio Almudévar Altabás al Monasterio!, porque le dejó, aparte de los documentos, sus propias monedas de oro. Huesca tiene que devolver al Monasterio muchas cosas, pero yo no podré devolverle los tirantes, que dejó en mi casa el antiguo monje, Mosen Perote; se los llevaron.

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