Eduardo es un caballero, de pelo
cano, pero con una ilusión en su corazón, que le ha obligado durante toda su
vida, a admirar, amar y jugar con los juguetes. No podía ni quería acabar con
ninguno de aquellos juguetes, que le habían causado placer y que habían desarrollado su inteligencia. Y sus juguetes,
ya antiguos, siguen viviendo a la vista del público, al que causan admiración y
respeto por sus formas, parecidas, pero no iguales a los juguetes de plástico
que hoy, durante las Fiestas de la Navidad, llenan los escaparates y los
grandes almacenes. Son, como acabo de decir parecidos a los juguetes de ahora,
pero no son iguales, como Eduardo Naval también es parecido a sí mismo, cuando
era un niño, pero ya no es igual y
entonces estaba atraído por el juego y hoy está enamorado de sus recuerdos de
tantos juguetes, como han pasado por sus manos. No pueden los juguetes que eran
admirados en el Salón, ser iguales a los de ahora, porque su colección abarca
desde 1900 hasta 1960. Impresionan algunos rasgos de tristeza en las personas
que los están admirando, entre otras causas porque la materia primaria con la
que se construían aquellos dichos juguetes, no era la misma que la que se
utiliza en la actualidad. Otras, aquel tranvía, que me recuerda los de Zaragoza,
cuando yo montaba en ellos, pero ya no funcionan, sino es en el recuerdo de sus
ruidos característicos. Sus restos, convertidos en chatarra, han servido para
fundirlos y emplearlos en otras piezas metálicas, pero el juguete que lo
representa, da a mi memoria el recuerdo de sus ruidos, de su marcha y de los
sueños de libertad, que nos hacían a los
estudiantes, colocarnos unos en cada extremo del tranvía y con el peso de
nuestros cuerpos, lo hacíamos que se levantara la parte delantera del tranvía y
a continuación, la parte trasera. El cobrador nos hacía ver el peligro que
podría causar aquel acto un tanto revolucionario. Por un lado yo, al contemplar
el juguete tranviario, me alegro al ver en él, mi juventud buscando la libertad, que entonces
nos faltaba muchas veces, como ocurre ahora, a los ciudadanos, hartos de pagar,
por ejemplo el aparcar en nuestras calles, según nos dicen, cuando habiendo
espacios inmensos en algunas de ellas, no
crean esos aparcamientos, para esclavizar a los ciudadanos.
Al ver aquel juguete tranviario, se
mezclan en mí, los recuerdos alegres con los tristes, de la misma forma que el
pequeño tranvía, me recuerda al ver sus manchas oscuras por la oxidación de sus
superficie, el paso de los años, no sólo
por él, sino por la vida de mi cuerpo y
por el de un corazón sensible, como Eduardo. Este muestra una gran sensibilidad,
porque el tiempo, le ha robado sus juegos con el juguete, pero él aumenta su
recuerdo y lo transmite a todos los numerosos visitantes, que se marchan
impresionados.
Pero no sólo se visitan, sino que
a veces parece que son esos viejos
juguetes, los que se recuerdan de nosotros que los visitamos y observamos y, aunque
no pueden llorar, hacen brotar lágrimas en alguno de sus visitantes.
Se encuentran también muchos
fabricantes en madera, en que aunque no se apoderan de ella los óxidos,se
pierden tramos de bazniz o de laca en sus superficie. Presenta Eduardo un
cochecito de madera, sobre la que va sentada una niña hermosa, vestida con
telas lujosas y encajes que contribuyen a dar la niña una vitalidad, que se
asoma por sus bellos ojos azules. Ya no es joven la bella niña, pero se mira mutuamente
con un muñeco Pepón, con pelo rubio y
corto, con una piel brillante, labios rojos y una mirada, que pretende
atravesar nuestros corazones. Me acuerdo de los aros que hacían correr a los
niños detrás de ellos.Unos eran de madera, pero los niños encontraban aros
metálicos en las viejas cubas de vino. También eran de madera, los tiradores,
alos que se añadían tiras de goma de algún coche viejo, y en la parte
posterior, se ponía una badana,en la que se colocaba un guijarro , que se
lanzaba contra el enemigo o contra la humilde vida de algún pájaro.Pero cuado
no había goma para dar fuerza al lanzamiento, se usaban las ondas,con las que
se hacían las mismas faenas que con los tiradores.
Otros muchos juguetes han sido
creados con baquelita, unas veces sola, y otras acompañada por hojalata u hoja de lata, que
dan la impresión de no haber sido fabricados en el siglo pasado, sino que lo
han sido hechos por mentes semihumanas, en siglos pasados.
Pero los juguetes han puesto en
actividad el desarrollo de la proyección de imágenes, que nos ha conducido al
cine, a las enciclopedias fotográficas y a los ordenadores, que representan
imágenes reales de colores. En la exposición Juguetes de Ayer, estaba presente
en el salón una Linterna Mágica, que era un caja de metal, dentro de la cual se
colocaba una vela encendida, y por medio de una lente, se proyectaban figuras
grabadas en cristales, que aparecían sobre una pantalla, colocada en su frente.
¿Dónde hemos colocada mi familia y yo, la Linterna Mágica de madera y con
energía eléctrica , para proyectar imágenes?. No lo sé, pero Eduardo ha
reavivado en mi recuerdo un juguete que nos hacía felices a mí y a mis
hermanos. ¡Qué mérito tienen los hombres que inventaron la Linterna Mágica, que
hicieron funcionar sin ni siquiera luz eléctrica!.
¡Qué mérito el de Eduardo Naval
Blasco, al hacer reflexionar a la población de Huesca, en el año 2013, sobre la
labor educativa y progresista de los “Juguetes de Ayer”.
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