Francisco Quevedo |
Gustavo Adolfo Becquer |
Bécquer escribió la poesía
siguiente: “Del salón en el ángulo obscuro-de su dueño tal vez olvidada-
silenciosa y cubierta de polvo- veíase
el arpa.-Cuanta nota dormía en su seno- como el pájaro duerme en las
ramas-esperando la mano de nieve-que
sabe arrancarla. ¡Ay!,
pensé, ¡cuántas veces el genio – así duerme en el fondo del alma,-y una voz,
cómo Lázaro espera- que le diga: ”levántate y anda”!. Bécquer, poeta del siglo
XIX, era amante de la belleza poética, de la pintura y de la música. Por eso al
contemplar el arpa, abandonada, “durmiendo en el fondo de su alma”, soñó con
hacerla sonar. Así como Quevedo, escritor satírico, insultaba a sus enemigos,
por medio de la poesía, Bécquer se lamentaba con sus rimas, de la traición que
le hizo su esposa, quejándose con sus poesías llenas de belleza. No insulta
Bécquer a su esposa, con su poesía pura, como lo hace Quevedo con sus palabras
rebuscadas. Veamos esta rima, en la que se lamenta de la traición amorosa, de
su esposa, que así dice: “La gota de
rocío que en el cáliz-duerme de la blanquísima azucena, -es el palacio de
cristal en donde,-vive el genio feliz de la pureza. Él, le da su misterio y
poesía;-él, su aroma balsámico le
presta.- ¡Ay de la flor, si de la luz al beso-se evapora esa perla!”.
Los escritos de Quevedo son
complicados, pero no hay que temer la lectura de sus obras, porque, además de
obligarte a pensar, te hace unas veces reír y otras llorar, con sus obras
satíricas y burlonas, porque no sólo escribió
la sátira, sino también poesía amorosa. A este amor corresponde su soneto: “Amor constante más allá de la muerte”,
que es famoso en la literatura universal, pues hay quien afirma que no se ha
escrito nunca una obra de amor, tan real y tan sentida, en la lengua
castellana. Sí, es real su pensamiento,
pero más difícil de comprender, en su primera lectura.
He aquí el soneto “Amor constante
más allá de la muerte”: “Cerrar podrá mis ojos la postrera,- Sombra que me
llevare el blanco día,- Y podrá desatar esta alma mía-Hora a su afán ansioso
lisonjera;-Mas no, de esotra parte, en la ribera,- Dejará la memoria, en donde
ardía-Nadar sabe mi llama el agua fría,-Y perder el respeto a ley severa. Alma
a quien todo un dios prisión ha sido,-Venas que humor a tanto fuego han dado.-Medulas
que han gloriosamente ardido:-Su cuerpo dejará no su cuidado;-serán ceniza, mas
tendrá sentido;-Polvo serán, mas polvo enamorado”. Si, es real el significado del amor a la vida, a
pesar de haber muerto, pero, para comprenderlo, hay que pensar en el
significado de las palabras, que escribe. Se acuerda de cuando la sombra de la muerte,
cerró a sus ojos la blancura del día. Y trata de definir el viaje de su alma,
para pasar de la Tierra al Cielo.
Se queda uno, después de la
lectura de este soneto, admirado ante sus cuartetos y tercetos en el número de
once sílabas cada uno, que componen su
integridad de catorce versos, terminado cada uno con su sonora rima. Pero uno
encuentra su sentido, que resultaba difícil de entender, y que a mi cerebro le ha
aclarado la consulta del más allá, en la
mitología griega. Los griegos, al observar la separación del alma del cuerpo,
se dan cuenta de que el alma tiene que circular por espacios, que ellos
identifican con la Laguna Estigia, por la que el difunto navega, sobre la Barca
de Caronte.
Al abandonar la ribera de la vida,
parece que tendremos que olvidar cuantos recuerdos, hemos gozado o sufrido en
ella. Pero Quevedo se subleva contra esa ley de los infiernos, que le obligan a
abandonar totalmente, incluso el amor del que gozó en la vida. Y proclama que
el cuerpo será ceniza, mas tendrá sentido y las medulas que llegaban a lo más
profundo del cuerpo “polvo serán, mas polvo enamorado”.
Quevedo escribió pasajes festivos
y burlescos, con gracia satírica, para recordar al pueblo la realidad humana. Y
con esa poesía satírica y burlesca acusó a Góngora de exceso de sensibilidad,
de vejez y de chochez, dedicándole el siguiente soneto:
“Erase un hombre a su nariz
pegado- érase una nariz superlativa- érase
su nariz sayón y escriba,-érase un peje espada, muy barbado,-era su reloy
de sol, mal entonado,- érase una alquitara pensativa,-érase un elefante boca
arriba,- era Ovidio Nasón más narizado.-Erase un espolón de una galera,-érase
una pirámide de Egipto- los doce tubos de narices era.-Erase un naricísimo
infinito,- mucha nariz, nariz tan fiera-que en la cara de Anás, fuera delito”.
A Góngora, Quevedo lo maltrata como judío, que es corriente que tengan algún
rasgo en su nariz, de la raza judía.
Se dirigía al pueblo, del que
quería que fuese feliz, diciéndole: “¡Oyente, si tú me ayudas, con tu malicia y
con tu risa, verdades diré en camisa, pero menos que desnudas”.
El estilo de Bécquer es más claro,
en su poesía “Dios mío, qué solos se quedan los muertos”, pues así se explica:”
La luz, que en un vaso,- ardía en el suelo,-al muro arrojaba- la sombra del
lecho.- y entre aquella sombra- -veíase a intervalos- dibujarse rígida- la
forma del cuerpo”. Después de esa visión, Gustavo se pregunta.”¿Vuelve el polvo
al polvo?-¿vuela el alma al cielo?-¡Todo es vil materia,- podredumbre y cieno?.
¡No sé! Pero hay algo- que explicar no puedo,- que al par nos
infunde-repugnancia y duelo,- al dejar tan tristes, -tan solos los muertos. La
poesía de Bécquer es delicadísima, reflexiva, que se pregunta los mimos
misterios que se plantea Bécquer.
Quevedo( 1580-1645), se acuerda
de cuando la sombra de la muerte, cerró a sus ojos la blancura del día y Gustavo,
escribe : “la luz que en un vaso- ardía en el suelo- al muro arrojaba- la sombra
del cuerpo”. Pero Quevedo, como Bécquer “explicar no puede que vuelva el polvo
al polvo y se pregunta ¿vuela el alma al
cielo?. En este tema de la muerte del ser humano, se ve la descripción
totalmente poética y delicada de Gustavo Adolfo Bécquer. También se nota la
virtud poética de Quevedo, cuando dice: ”Cuando la sombra de la muerte, cerró a
sus ojos la blancura del día”, pero se subleva contra el abandono del cuerpo
humano, poniendo patente su mal genio, con el que insulta al judío Góngora. Pero
acaba su soneto, con una bella y potente poesía, al decir: “Su cuerpo dejará no su cuidado-Serán
ceniza, mas tendrá sentido; POLVO SERÁN, MAS POLVO ENAMORADO”.
La sátira, que no aclaró el
problema de la vida y de la muerte, a la que Quevedo, con genio vivo, no vio
resuelta con su poesía: “Amor constante,
más allá de la muerte”, ya se cultivaba en la literatura antigua de Grecia y de
Roma. Reinó en el ambiente en el siglo XVII, con Quevedo, pero no dejó de
practicarla, Valle Inclán, muerto en 1936. La sátira de Quevedo y la comedia
burlesca son muy semejantes al esperpento de este gran Valle Inclán, que parece
ser que él mismo creó. Significa tal palabra color, olor, sabor, entre otros de
almendra ideal, zurriaga y caricias. A pesar del paso de siglos entre el Siglo
de Oro con Quevedo como autor del soneto “Amor constante, más
allá de la muerte”, con la comedia burlesca y el siglo XX con Valle Inclán, que
cultivó el teatro esperpéntico, no se despide el mundo de la sátira.
En el siglo XX, Valle Inclán
reaviva las obras esperpénticas, con
sátiras sin la crueldad de las de Quevedo, que escribió: “Yo te untaré mis obras con tocino-porque no
me las muerdas, Gongorilla-pero de los ingenios de Castilla-docto en pulla, cual
mozo de camino”. Acusa al mismo tiempo a Góngora de judaizante, además de
plagiario. Y sale Valle Inclán, que al
tiempo que escribía sus esperpentos, hace a los lectores que se recreen con la poesía
de su “Sonata de Otoño” y la de Invierno.
Valle Inclán reaviva la sátira ,
en forma esperpéntica, en el siglo XIX y XX, y me hace pensar en el fenómeno
que yo en mi niñez, observé en las Ferias de los pueblos, cuando no había cines
ni otras distracciones más modernas. Tal fenómeno, del que no recuerdo bien sus
detalles, iban por las ferias a recrear al
público con obras de Quevedo, Las explicaban y leían a los espectadores
y con voces de comediantes hacían ver el interés que ofrecían aquellos hombres
y mujeres, unos cojos, otros mancos, otros ciegos o tuertos. No me enteré si
Quevedo los exponía ante el público por ayudar a tan desgraciados seres humanos
o era una especie de petición de justicia al cielo, parq que no permitiera que
se diesen esos casos de miseia en unos hombres, en tanto otros gozaban y
gozaban y atesoraban los dineros escondidos de la vida, como los avaros. No sé si Quevedo veía la
conciencia de Góngora, viciada con la avaricia o era una acusación racial, que en
aquellos tiempos inquisitoriales, las razas eran perseguidas.
Yo en pleno siglo XX, recuerdo un
caso de que un comediante de la feria, relataba una pequeña anécdota, diciendo que un
campesino, gritaba :¿Qué vedo, qué vedo?, que lo identificaba con la expresión
:¡Qué veo que veo!. Quevedo estaba
haciendo sus necesidades y al escuchar cono el campesino, gritaba ¡Quevedo,
Quevedo!, éste contestó : hasta por el
culo me conocen. ¡Lástima, que cuando
era todavía un niño durara la moda de Quevedo de corregir vicios y que ahora ya
estemos admirados de contemplar tanto negocio!.
No puedo admirar el cuento
relatado en mi niñez en una feria, pero ya estoy harto de ver, después de haber
escuchado a los mariachis:”con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero
y mi palabra es la ley”. Porque en todas las organizaciones de la Nación, se
van acumulando el dinero, que no creo que el judaizado Góngora, lo amontonara
de tal forma, desde los altos cargos hasta las organizaciones de los obreros,
no de los obreros que trabajan, sino de los “chupópteros”.
Ahora haría falta un satírico como
Quevedo que corrigiera al País de tanta corrupción.
Un paralelismo perfecto entre dos genios de nuestra literatura , el romanticismo , la ternura de Bécquer y la crítica acida del maestro Quevedo , si estuviera en estos días no tendría tiempo para escribir sobre los mangantes que hay de todos los colores en el ruedo nacional .
ResponderEliminar¡ Mi pobrecita España ! , como sufrimos los que te queremos con ésta situación.
¡ Adelante Ignacio ! que estamos siempre detrás tuya , admirando tus escritos.
Un saludo
Rafael