Tenía quince años, cuando los, para unos republicanos y para
otros los rojos, entraron en el pequeño pueblo de Ola. Lo primero que hicieron,
fue coger prisionero a Fernando Catevilla Seral, a quien conocí y hablé con él
en distintas ocasiones. Murió con una edad de más de noventa años y gozaba de
la vida, al recordar lo mal que lo pasó durante la Guerra de 1936. Yo no
sabía cómo pudo escapar primeramente de la muerte y luego de la zona roja, para ir
a parar al Escuela Normal de Huesca, donde los Voluntarios de Santiago
instalaron el Cuartel, del que Fernando Catevilla Seral, me contó sus aventuras
guerreras. Pero el día, veintidós de
Noviembre del año 2013, me contó su hermana Pilar, que tiene noventa y dos años
de edad y que está acogida en las Hermanitas de los Pobres, que a su hermano Fernando Catevilla Seral, lo
metieron encerrado en una habitación de casa de Otal de Ola, con el propósito
de matarlo, pero un conocido suyo, que por lo visto pertenecía a algún
sindicato anarquista, visitaba aquellos triunfos guerrilleros, que habían
ganado y al abrir la habitación del condenado a muerte, descubrió que el
prisionero era un amigo suyo, al que le dijo: ¿aquí estás?, añadiéndole que
hablaría con sus Jefes, para que no lo matasen. Ese no sé si era rojo o
republicano, pero era un vecino de Ola, que se llamaba Pascual Lafragüeta, que
le salvó la vida. Mi amigo Fernando Catevilla Seral, en cuanto se quedó libre,
se escapó de Ola por donde pudo, evitando todos los encuentros con los que lo
querían asesinar y llegó a Huesca, donde se apuntó en la Escuela Normal, a los
voluntarios de Santiago, que él mismo, hace ya unos años antes de su muerte, me
lo dijo. Sus dos hermanas, una la mayor, Rafaela hermanastra de Pilar y de Fernado, ante el
peligro de su vida, marcharon al próximo pueblo de Siétamo, que todavía no
había caído en manos de los rojos. Allí fueron acogidas por la Guardia Civil, en su Cuartel, que estaba situado en la actual
Plaza , que se extiende por detrás del ayuntamiento y que limitaba con la noble
Casa de Cavero.
¡Qué Guerra tan cruel!,
efectivamente fue cruel, porque se luchó en ella y se fusiló y se destruyeron
las vidas de los que eran hermanos. Esto lo viví de cerca con toda mi familia y mi amigo Silano Ferrando me hizo
recordar las palabras de su primo José Ferrando, que jugando con los balines y
restos de bombas, una de ellas, le explotó y lo dejó sin tres dedos de su mano
derecha. Su primo Silano, una vez acabada la Guerra, nos explicaba a los otros
niños, entre los cuales me encontraba yo, “que durante dicha Guerra, convivió
con Carrillo y con la Pasionaria. Debieron pasar estos revolucionarios, alguna
temporada en Siétamo, tal vez para
inspeccionar la situación en el frente
de esa Guerra, pues nos explicaba Silano, cómo convivía con ellos, e incluso iba a
bañarse con la Pasionaria al río Guatizalema. ¡Qué recuerdos tan
contradictorios a orillas del río Guatizalema, entre “el Padre Jesús”, fusilado
cerca de dichas orillas y los baños en Siétamo de la Pasionaria, en sus aguas”.
En esa Guerra estaban los hombres buenos y los malos en ambos ejércitos, pues
se encontró Fernando Catevilla Seral, con Pascual Lafragüeta, que le salvó la vida. ¡Cómo se acuerda Pilar,
con sus noventa y tantos años de lo que
le pasó a su hermano en Ola, escapándose a Huesca!, porque dice que, siendo
nacida en Ola, tuvo que sufrir al entrar en su pueblo los rojos, que quisieron matar a su hermano Fernando
Catevilla Seral. A ella, Pilar y a su hermana Rafaela, las registraban
y les quitaban las medallas de la Virgen y de los santos, que las protegían.
Querían a esas medallas, que les había
traído a ellas, su hermano Fernando, cuando volvió de la “Mili”. Se encontraban
tan mal, que huyeron a Siétamo, que
todavía no habían conquistado los rojos. Esas dos mujeres Pilar y Rafaela,
tuvieron que pasar un Vía Crucis Doloroso, hasta que acabó la Guerra Civil.
Al llegar a Siétamo Pilar y
Rafaela, se refugiaron en el Cuartel de la Guardia Civil y el Teniente Soto las
acogió, pero luego entraron los rojos el 17 de Septiembre de 1936 y se refugiaron con los defensores del pueblo
y con miembros de varias familias en el Castillo del Conde de Aranda.
Refugiadas en el Castillo-Palacio, escuchaban la maldita música de los
proyectiles de la armas de fuego y a veces oían esos tiros, acompañados por gritos de los que se
empeñaban en conquistar el Castillo, que decían : ¡entregaros, que os perdonaremos
vuestras vidas!. ¡Cómo se fijaba Pilar en los hechos terribles que
continuamente se producían!, por ejemplo, cuando iban los incendiarios, abrasando casa
por casa. Y cómo coinciden los relatos de Pilar con lo que hizo la señora
Concha Ferrando, que al ver llegara a los rojos con latas de gasolina para que-
mar casa Almudévar, les dijo a los amigos del fuego: ¿pero no os dais cuenta de
que si quemáis esta casa, no tendréis sitio para alojaros vosotros?. Reflexionaron y no la quemaron, pero después
en ella, durante un pequeño espacio de tiempo, abrió Durruti las oficinas de
los anarquistas. Cuando los militares ya no tenían munición ni alimentos, el
Jefe los llamó a todos y exclamó: “cada uno que se salve como pueda” y todos
hombres, mujeres y niños marcharon por
acequias, arboledas, trincheras rodeadas de alambre de espino y buscando paso
por todas partes y evitando ser vistos por el enemigo, llegaron al Estrecho
Quinto. En este lugar no pudieron adelantar más y se quedaron en lo alto de la
meseta, en su parte final, desde donde se observa el Monasterio de Montearagón,
la Sierra, el Salto Rodán y toda la Hoya de Huesca. Como no podían moverse en
ningún sentido, estuvieron allí, dice Pilar, ciento cincuenta días. Allí los
acompañaban el médico Coarasa y el cura Marcelino Playán, entre otros. Allí
comían lo que podían, como maíz, que
cogían por la noche, bajando a los huertos que se riegan con el río Flumen.
Bajaban por aquellas cuestas chicos jóvenes, que estaban ágiles y escuchaban
desde arriba:¡ chicos, tened cuidado que vais a morir!. No murieron a pesar de
que sufrían por todas partes, pues hasta los piojos estuvieron a punto de
comérselos.
La señora Concha Ferrando, que en
Siétamo salvó casa Almudévar del fuego, fue elegida por los rojos para mandar a
los nacionales una carta, para decirles que se rindieran. Caminó, desde Siétamo
hasta el Estrecho Quinto, con una
bandera blanca y cuando llegó a su objetivo, ya no quiso volver a Siétamo. Hoy
, Fernando Catevilla, hijo de Fernando Catevilla Seral, me ha acompañado a
saludar a Pilar, con sus noventa y tantos años de vida y éste con gran
facilidad de palabra y con una maravillosa memoria, me ha contado el Vía Crucis
que pasó para la Guerra Civil , desde Ola, pasando por Siétamo y Estrecho
Quinto, para llegar a Huesca.
Acabada la Guerra Civil, se casó
con Agustín Malo Subías, en Alcalá del Obispo, criando ambos unos hijos
trabajadores, amables y buenos, como
Fernando Malo Catevilla, que rige una granja de ganado porcino, en el Monte de
Siétamo, al lado de la Vía que desde Lérida conduce a Santiago de Compostela.
Me ha contado las conversaciones que ha tenido con los peregrinos y en su
corazón siente la necesidad de peregrinar a Santiago de Compostela. Ojalá que
el Señor le ayude a realizar esa peregrinación, con el mismo éxito que tuvo su
madre haciendo el Via Crucis en la Guerra de 1936.
Sender tuvo noticias de la Guerra
en Siétamo, pues en otras ocasiones, había visitado el Castillo conversado con
mi abuelo, que era amigo de su padre. Pero esas noticias eran falsas como la
que comenta el mismo Sender, cuando escribe en su novela “Monte Odina” : No sé lo que los cañones
sacrílegos de Montearagón dejaron en pie en Siétamo. Si dejaron algo…Pero los
dos amigos de Sender el alemán Gustavo Regier y el inglés Ralph Bates, “los dos
me dijeron que Siétamo quedó totalmente destruido. ARRASADO”. Es verdad que
Siétamo quedó arrasado, pero no es verdad que esos cañones desde Montearagón bombardearan Siétamo.
Sender era sincero, pero cuando
uno que de comunista y anarquista, pasa
a liberal y en lugar de huir a Rusia,
escapa a los Estados Unidos, es difícil conocer la verdad, como la
conoció y todavía la conoce, la señora de más de noventa años
Pilar Catevilla de Ola y de Alcalá del Obispo.
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