Yo no podré olvidar nunca la Torre de Casaus, hoy toda
ella convertida en el Barrio de San Jorge, a cuya ermita subían el día en que
se celebraba su conmemoración, casi todos los oscenses. Pasaban unos por
delante de la Torre, junto a su tapia, por la carretera de Zaragoza y otros por
detrás, por el camino, que todavía se conserva, que cruzaba por la vía del
tren, yendo después por el Campo de
Deportes y por último se pasaba por el lugar donde hoy se encuentra el moderno
edificio del Baloncesto, para llegar por fin, al Cerro del Santo. Entre ambos
caminos, se situaba la Torre. A nosotros los niños, en la era, mirando al Norte
nos devolvía su mirada el Pico de Gratal; al Este se veía Huesca, que ha
invadido después toda la Torre, sin olvidarse de la era; por el Sur en el
edificio donde estaban las viviendas de mis tíos José -María y Luisa,
acompañados por la casa de Laureano Ciprés, de su esposa Amanda y de sus hijos.
Colocábamos unas sillas para que en ellas se sentaran las chicas, hermanas, primas
y amigas nuestras, para que
presidieran las corridas de toros
que íbamos a celebrar y al oeste, nos presidía
realmente y nos bendecía durante toda la corrida, desde su elevada y próxima
ermita, nuestro patrono San Jorge.
La corrida era un juego de
niños, sentándose las niñas en la presidencia, en tanto que los niños
organizábamos la corrida. Para ello, nos hacíamos matadores con nuestras gorras
y espadas, otros se convertían en banderilleros, que tenían que clavar las
banderillas encima de las espaldas del “carrico” que hacía de toro, empujado por un niño y ayudado
por otros. Uno de nosotros, cogía las manillas del pequeño “carrico”,
considerándolo como un toro; empujábamos acometiendo al que hacía de torero, que
se esmeraba en dar pases artísticos. El hoy difunto, Pablo Ciprés, primo
hermano de Gil Fernando era el que mejor
ponía las banderillas, de tal modo que en cierta ocasión, al ver al dicho Pablo
tan torero, se asustaron y en lugar de hacer fuerzas para dominar al carro que
hacía de toro, se echaron sobre él y a mí, el “carrico”, se me cayó al suelo. San Jorge nos libró de que nos
hiciéramos daño, dándole al mismo tiempo el premio al banderillero Pablo
Ciprés, al convertir a su hijo, Pablito, en un notable banderillero oscense.
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