miércoles, 4 de junio de 2014

Banderillas



Yo no podré  olvidar nunca la Torre de Casaus, hoy toda ella convertida en el Barrio de San Jorge, a cuya ermita subían el día en que se celebraba su conmemoración, casi todos los oscenses. Pasaban unos por delante de la Torre, junto a su tapia, por la carretera de Zaragoza y otros por detrás, por el camino, que todavía se conserva, que cruzaba por la vía del tren, yendo después  por el Campo de Deportes y por último se pasaba por el lugar donde hoy se encuentra el moderno edificio del Baloncesto, para llegar por fin, al Cerro del Santo. Entre ambos caminos, se situaba la Torre. A nosotros los niños, en la era, mirando al Norte nos devolvía su mirada el Pico de Gratal; al Este se veía Huesca, que ha invadido después toda la Torre, sin olvidarse de la era; por el Sur en el edificio donde estaban las viviendas de mis tíos José -María y Luisa, acompañados por la casa de Laureano Ciprés, de su esposa Amanda y de sus hijos. Colocábamos unas sillas para que en ellas se sentaran las chicas, hermanas, primas y amigas nuestras, para que  presidieran  las corridas de toros que íbamos a celebrar y al oeste, nos presidía  realmente y nos bendecía durante toda la corrida, desde su elevada y próxima ermita, nuestro patrono San Jorge.

 La corrida era un juego de niños, sentándose las niñas en la presidencia, en tanto que los niños organizábamos la corrida. Para ello, nos hacíamos matadores con nuestras gorras y espadas, otros se convertían en banderilleros, que tenían que clavar las banderillas encima de las espaldas del “carrico”  que hacía de toro, empujado por un niño y ayudado por otros. Uno de nosotros, cogía las manillas del pequeño “carrico”, considerándolo como un toro; empujábamos acometiendo al que hacía de torero, que se esmeraba en dar pases artísticos. El hoy difunto, Pablo Ciprés, primo hermano de Gil Fernando  era el que mejor ponía las banderillas, de tal modo que en cierta ocasión, al ver al dicho Pablo tan torero, se asustaron y en lugar de hacer fuerzas para dominar al carro que hacía de toro, se echaron sobre él y a mí, el “carrico”, se me cayó  al suelo. San Jorge nos libró de que nos hiciéramos daño, dándole al mismo tiempo el premio al banderillero Pablo Ciprés, al convertir a su hijo, Pablito, en un notable banderillero oscense.

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