Montejurra ( Navarra ) |
Sierra Guara ( Huesca ) |
Un día de este mes de Mayo, me ha
llevado Santiago a Estella, para contemplar las numerosas obras de arte
que esta ciudad encierra. Pero yo me vi atraído por el Museo del Carlismo, cuyo
edificio se encuentra al lado de un llamativo puente de piedra sobre el río
Ega. Yo, ya estaba preparado para contemplar dicho Museo, porque al bajar por
la carretera, ya me había llamado la atención el Montejurra, montaña o monumento
natural, consagrado por el hombre, como lugar sagrado del patriotismo de los
conservadores contra el liberalismo de Isabel II y de Alfonso XII. Ese amor y
esa devoción de los que se consideran descendientes de aquellos carlistas, los
viven cada año, subiendo hasta su cima, para acordarse del pasado. Hay montes
en que se venera la religión y otros como el Montejurra, que lo dedican y a mí
me parece que dicho Monte se dedica por sí mismo, a venerar las ideas
conservadoras y amantes de la patria y de la religión, que veneraba el Rey
Fernando VII. La Guerra de la
Independencia, originó el apoyo de toda España, contra los franceses y a favor
del Rey Fernando Séptimo y de la religión.
Pero en España se creó un ambiente de disputa entre los
revolucionarios y las luchas guerreras carlistas. Con la insurrección armada de
los carlistas, se produjeron las discusiones y luchas entre los aspirantes al trono, uno Carlos María de Borbón, hermano de
Fernando VII y la hija de éste, la princesa Isabel. El poder pasó a manos de
Isabel II y ejerciendo como Regente, su madre María Cristina hasta 1840. Don Carlos María de Borbón inició la Primera
Guerra Carlista en 1833; esta Guerra duró, desde 1833 hasta 1839, en que el
Congreso de Vergara puso fin a la contienda. La Segunda Guerra, desde 1846 a 1849, se desarrolló principalmente en Cataluña.
A continuación llegó la Tercera Guerra Carlista, que fue cruel, desde 1872
hasta 1876. Fue más activa la Guerra en Cataluña y en Vascongadas, pero también
fue dura en el Alto Aragón, porque era continuo el paso de fuerzas del Ejército
Carlista entre ambas regiones, que con
su gobierno, alcanzaban la autonomía. Don Ricardo del Arco, profesor de
Historia y gran escritor, al que yo conocí, en sus “Notas del Folklore Alto Aragonés”, saca
una copla que alude a los Carlistas en la primera Guerra, que así se expresa:
“Desde Sierra de Salinas-Se divisan los disparos- de la gente de Don Carlos-que
intenta entrar en Barbastro”. En la última Guerra Carlista, Don Carlos estuvo a
punto de apresar a Alfonso XII y se extendió el canto de la siguiente copla:
”En Lácar, chiquillo de triste cutis-Si don Carlos te da con la bota-Como una
pelota- te planta en París”.
El Doctor don Ramón Guirao
Larrañaga, en su libro “Las Guerras Carlistas en el Alto Aragón” (1833-1875),
escrito en 2012, dice “Durante las Guerras Carlistas, el Alto Aragón, como
territorio situado entre dos núcleos de fuerte implantación Carlista, Navarra y
Cataluña, sufre continuas incursiones y expediciones procedentes de estas
zonas”. Dice que ha recogido numerosos datos de la Guerra en archivos como los
de la Diputación Provincial de Huesca, en los de su Catedral y en los
municipales de Huesca, de Barbastro, Jaca y Zaragoza, así como en Fonz. Y Ramón
Guirao Larrañaga en la presentación de su libro, escribe” ..si algún
lector tiene conocimiento a través de estas páginas de sucesos acaecidos hace
más de cien años en su lugar natal o en el que habita o reconoce algún antepasado
como protagonista de alguno de ellos o recuerda un acontecimiento que le
contaba su abuelo y que se transmitía como tradición oral, el objetivo está
cumplido”.
Yo tengo entre mis recuerdos,
varios de la Guerra Carlista, transmitidos por mi abuelo a mi padre y de ésta a
sus hijos, entre los que yo me encuentro. Mi abuelo murió a los ochenta y siete
años, a un mes aproximado de la fecha en que yo nací, en Noviembre de 1930. Mi
padre me contaba que en aquellas luchas entre carlistas y liberales, mi abuelo Manuel
Almudévar Vallés, con el confitero de Huesca, Vilas, que fue el creador de las
“Castañas de Mazapán”, y con un vecino de Liesa, que hoy pertenece al
ayuntamiento de Siétamo, y que entró en la Historia o leyenda de la aparición
de la Virgen de la Ermita del Monte de Liesa, se pusieron de acuerdo y
escaparon a Francia, pues ellos eran carlistas y temían por sus vidas. Mi padre
decía que al principio no dejaban entrar a Vilas, porque a los funcionarios
fronterizos, les resultaba feo. Ese aspecto, quizá a los franceses, les
inspirara que el buen Vilas, era malo.
Lo que realmente era malo, era el
ambiente guerrero de los pueblos de debajo de la Sierra de Guara. Del 7 al
nueve de Julio de 1875, estaban los carlistas descansando en Casbas y pueblos
de alrededor y en estos días “llegaron entre nueve y diez mil infantes y unos
quinientos jinetes”, pero el general carlista
Dorregay, al ver difícil la obtención
de fuertes cantidades de dinero para mantener tal número de tropas,
piensa en retirar a sus tropas a la Sierra de Guara, que no da de sí para
mantener a sus soldados, pero encuentra la ventaja de retirarlas a Navarra por
la Canal de Verdún o a Cataluña por Boltaña y Benebarre. En Huesca capital se
temía un ataque de los carlistas y se ordena el día siete de Julio a Moreno del
Villar salir con una columna de caballería, para reconocer los pueblos del
Somontano, en o encima de la carretera
de Huesca a Barbastro. Mi abuelo huyó, porque al pasar por la carretera los
miembros del Ejército Liberal, veían la huerta- jardín, en que pasaba mucho
tiempo, le entró miedo y escapó con los otros dos amigos carlistas, que he
nombrado. Encontraron otros soldados carlistas en Arbaniés, Castejón de Arbaniés,
así como en Siétamo, donde prendió a tres soldados carlistas, pero mi abuelo ya
había tomado el camino de Francia. También se encontraban soldados carlistas en
el pueblo de Velillas, al lado de Siétamo, donde llegaron, ya de noche. El día
ocho de julio de 1875, un escuadrón liberal sale de Huesca en dirección a
Angués, sorprendiendo en Liesa, hoy perteneciente al Ayuntamiento de Siétamo, a
un sargento y dos soldados carlistas, que fueron llevados presos a Huesca. Estos
presos informaron que los carlistas iban subiendo a la Sierra de Guara.
Efectivamente, a su paso por Huerto, que
se encuentra debajo de Siétamo, unos soldados carlistas se llevaron tres
caballerías pertenecientes a Angel Fortón y miembros de la ronda de Fabara le robaron una
yegua a Francisco Español de Novales. De esto me he enterado a través de los
escritos del Doctor Ramón Guirao
Larrañaga, pero también sabía que cuando a partir de Guara, fueron los
carlistas por Salinas de Jaca la Vieja, hacia Isuarre y la navarra Sangüesa, se
apoderaron de un caballo, que luego recuperó su dueño; esto me lo contó ya hace
unos años el montañés Sebastián Grasa, natural de Salinas de Jaca y que murió
en Siétamo, de ciento tres años de edad. Cerca del pueblo navarro de Sangüesa,
hemos visto que, en Aragón y a su lado se encuentra el pueblo de Isuarre, pero
en plena Sierra de Guara, al lado de Santolaria, se ven las ruinas del pueblo
de Isarre. Antes de llegar a esta fase final del dominio carlista sobre el Somontano
oscense, se encuentra en el pueblo de Fañanás y se ve desde Siétamo la Ermita
de Bureta, que convirtieron en un Hospital para atender a los soldados
carlistas heridos o enfermos durante la guerra. Los navarros renovaron la
función hospitalaria de Bureta, cuya patrona la Virgen de Bureta, dicen algunos
que la trajeron de Navarra y que éstos se la volvieron a llevar. Pero el amor
de la Virgen de Bureta a esta ermita,
hizo que permaneciera en ella. Allí vivían musulmanes, judíos, cristianos
descendientes de cristianos vasco-ilergetes, celta y bárbaros. Yo creo que esta
ermita de Bureta, tiene algo que ver con la heroica Condesa de Bureta, que combatió en
Zaragoza contra los franceses. Tenía su palacio en el pueblo de Bureta, en la provincia de Zaragoza
y tenía otras posesiones en Las Cinco Villas, al lado de Navarra. Los carlistas
quisieron la paz, montando aquel hospital, donde la gente de distintas ideas,
había convivido.
Pero las guerras, entonces y
ahora, siguen estallando por todo el mundo, como en aquellas Guerras Carlistas,
en que moría la gente, defendiendo unas ideas, que eran más dependientes de los
intereses de individuos de altura Real.
Las boinas rojas, de las que he guardado una
en mi casa, durante muchos años, volvieron a verse en el año de 1936, en que
otra guerra destrozó mi pueblo de Siétamo. Hacía ya bastante tiempo, es decir
más que un siglo, que mi abuelo había
huido a Francia y llegó el año de la Guerra Civil, en que con toda mi familia tuvimos que huir a
Jaca, luego a Ansó y luego ir al puesto fronterizo de Zuriza, para pasar a
Francia. No hizo falta cruzarlo, porque se acababa la Guerra.
En Jaca unos iban con boina roja,
otros con gorro de falangista, muchos, la mayoría diría yo, que no llevaban
ningún signo que los hiciese apóstoles de ninguna idea, que provocase la lucha
con sus hermanos o fuese la causa de crueles represalias. Otros no se identificaban con ninguna otra
idea, por no sentirse amenazados de esclavitud e incluso con la muerte.
La Guerra de 1936, todavía más
cruel que las Guerras Carlistas, donde al volver, una vez acabada la Guerrra
Civil, que nos había echado de Siétamo, mi padre nos contaba otras guerras pasadas
de Carlistas y Liberales, que se habían sufrido en el pueblo. A veces
acompañaba a mi padre al próximo pueblo de Ola, donde cada año, bajaba a las
Fiestas. En la Plaza Mayor, todavía se conserva una casa, en la que ya no vive nadie. Entonces vivía en
ella la familia Lafragüeta, y el bisabuelo
del señor Felipe, que todavía vivía en Ola, era el que participó en una
de las Guerras Carlistas. Este señor Felipe, me recordó que en una de las
Fiestas del Pueblo, en su casa asaban carne de cordero, y su padre, al no poder
evitar el humo que se levantaba en el hogar, se salió a la calle. Por ella
estaba paseando, tratando de ahuyentar el humo de sus ojos y de repente, oyó el
sonido que producían los cascos de un caballo. En seguida se dio cuenta de que
se trataba de un oficial carlista, montado sobre un caballo y que dirigía, poco
más o menos, a un ciento de hombres, armados con sus fusiles. Era una compañía
de carlistas, que venían de la cercana ermita de Bureta, fundada por la Condesa
Bureta, que se distinguió en Zaragoza, en la Guerra de la Independencia. En la ermita
de Bureta el ejército carlista, había
vuelto a levantar un hospital, más
moderno que el viejo Lazareto que recogía a los caminantes.
El Jefe carlista le preguntó a
Lafragüeta de Ola, por donde se podía llegar al pueblo de Quicena, cercano a
Huesca, unos tres o cuatro kilómetros y al no entender sus respuestas, le hizo
acompañarlos a Quicena, distante de Ola unos ocho kilómetros, a través del
monte.
No sé con qué placer o sin él, se
comerían los invitados en su casa, el cordero de la fiesta.
¡Cuántos caminos recorrería aquel
oficial carlista, para no acordarse del camino que le llevaría Tierz y a
Quicena!. Porque no fue la primera vez que tuvieron que pasar sus soldados por
aquel Saso, que separa Ola de Tierz, porque mi aigo de Ola, que se apellida
Cativilla, me llevó por aquellas grandes llanuras del Saso, a ver aquellos amplios
agujeros, que tendrán la profundidad aproximada a la altura de un caballo. Mi
amigo Cativilla me condujo hasta esos aguieros excavados en la tierra, como
“redoles” amplios. En ellos metían a los caballos, para que no les alcanzaran
las balas de lo fusiles disparados por los liberales. Me informó Cativilla de
que en la Sarda de Otal de Ola, había dos de esas trincheras dedicadas a
proteger a los caballos, otra en su propio Saso y en el Saso de Cucalina,
estaba el último agujero-trinchera caballar.
Del siete al
nueve de Julio de 1875, se reúnen en
Casbas, el pueblo del famoso Monasterio, dirigidos por Dorregaray, unos nueve o
diez mil infantes y unos quinientos jinetes. Desde el 30 de Noviembre de 1930,
hasta el mes de Julio de 1875, habían pasado cincuenta y cinco años. Si nos
colocamos en el año actual de dos mil
catorce, hay que añadir ochenta y cuatro años más o sea en total hace ya,
ciento treinta y nueve años que mi abuelo escapó de Siétamo con sus dos compañeros,
hacia Francia, de los liberales. Estos pasaban por la carretera, donde se veía
a mi abuelo Manuel Almudévar Vallés, en el jardín- huerta, que presintiendo el
peligro, huyó.
Subían
unos y otros, sus enemigos por la Sierra de Guara y pasaban al lado de Santa
Eulalia o Santolaria, por el pueblo, hoy
desaparecido de Isarre, para poder llegar a la navarra Sangüesa, a través de
Lorés y de Isuarre. Yo no soy historiador, pero a partir de Santolaria y
lugares próximos, unos soldados carlistas, marcharían a Cataluña , a través de
Boltaña y de Benabarre, pero y creo que la mayoría, pasando por el desaparecido
pueblo de Isarre, en plena Sierra de Guara, llegarían a la navarra Sangüesa,
pasando por Isuarre, de casi el mismo nombre que Isarre de Guara.
La Sierra de Guara, que aparece
en cualquier lugar de la carretera N-240, como un cadáver “grandaz”, a veces
destacando con nieve blanca su cabeza, sus rodillas, sus manos y sus pies, como
ofreciéndose al firmamento azulado y sin estrellas. Desde la altura de 2077
metros se ve el Moncayo, en cuyos lomos se echa Tudela, pues dicen que Pirene,
acosada por Hércules, hizo arder todos los Pirineos desde el cabo de Creus
hasta el Atlántico. Y la subida de los carlistas al ´gigante de Guara, hizo
recordar las catástrofes que en dicha Sierra se han dado a lo largo de la
Historia y la leyenda. Dice una leyenda que Gabardón, cuando el Gigante o
Gigantón de Guara descansaba en las alturas, le asestó una cuchillada mortal,
clavándole el picacho en las entrañas, que saltaron formando Las Pedreras. Pero,
a pesar de los aullidos quejosos de Guara, ésta quedó totalmente yacente y
muerta. Aquí acudieron los carlistas, a
ver si la despertaban, pero desde Angüés o desde Siétamo se ve al hombre
“grandizo”, que está muerto. Allí murieron también aquellos carlistas,
inflamados de pasiones humanas, como las soportó la misma Sierra de Guara.
Por esa razón me emocionó estar
ante la presencia de ese monte de sensibilidad humana, es decir del Montejurra,
que quizá ardiera con la también sufrida Sierra de Guara, también de
sensibilidad humana , cuando Pirene hizo arder la Montaña, desde Gerona hasta el
Atlántico.
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