Soy ya, muy viejo y mi hija la
pequeña, ha encontrado un botellín, de cristal y de color azul, en el que el
Farmacéutico Don Feliciano Llanas, introdujo un licor. Acuden a mi memoria, las
figuras antiguas, para los ciudadanos actuales, de Don Feliciano Llanas, de su
ayudante, Don Joaquín Santafé, que murió hace muy poco tiempo, con más de cien
años y cuya segunda esposa, nacida en el pueblo de Apiés, todavía vive con más
de cien años. La aman sus dos ahijadas y la esposa de José Antonio Llanas
Almudévar, María Antonia. Son varias las
ocasiones en que la he visto entrar en su casa, en la parte más alta del Coso.
No le he preguntado nada, pero yo sé que se guardan un cariño viejo, pero
verdadero. El segundo ayudante fue mi primo Angel Morlán, del que éramos parientes y a mí, que
era un niño me trataba en la Farmacia con un humor extraordinario. Alguna vez
nos hemos saludado con su esposa y con su hija y hemos recordado la figura de
un ser humano, que repartió alegría entre su familia y los clientes, a los que
servía los fármacos de la Farmacia.
Don Feliciano Llanas, estaba
casado con doña Pilar Almudévar, hermana mayor de mi padre, Manuel. Al quedarse
viudo se volvió a casar con mi tía Teresina, hermana de Pilar. Entre ambas
criaron y educaron a Feliciano, que se mató cayendo por unas escaleras, por la
prisa que tenía de ir a Siétamo, a Pablo,
a José Antonio, a Lorenzo ,que murió cuando sólo le faltaba una asignatura para
ser, como su padre, es decir farmacéutico. La última fue Lurdes, mujer buena y
bella, que se casó en la Iglesia de Siétamo y que ha dejado varios hijos e
hijas. Era Don Feliciano un auténtico señor, con sus trajes de color negro en
contraste con sus cabellos y bigote de color blanco, que destacaba su figura.
Era un hombre sensato y equilibrado y era aficionado a la pesca, a la
fotografía y los automóviles, tan
escasos en aquellos tiempos. Murió en
los años de mil novecientos treinta y cinco o treinta y seis, cuando yo debía
tener unos cinco años. Mi padre me llevó a su casa para despedirlo de esta vida y a pesar
de mis pocos años, me impresionó su figura, porque volvió su rostro hacia mi
pequeña persona, me sonrió y me pronunció algunas palabras, que no recuerdo. Detrás
de su cabeza, se veía el escudo de los Almudévar, tallado en la cabecera de su
lecho, en aquellos momentos de muerte, de Siétamo, al que él quería y al que
acudía a pescar en la balsa de la huerta, que fue del Conde de Aranda.
En la rebotica, se juntaba con
intelectuales, entre los que se encontraba su hermano , José María Llanas
Aguilaniedo, uno de los más elevados literatos españoles, que casi se llegó a
olvidar. Allí este literato, hablaba de
que la humanidad tenía la necesidad de sacar una obra perfecta, pero recordaba
que en el Quijote, se encuentra lo más perfecto que hasta ahora se ha
publicado. No creo que en esas reuniones se consumiesen copas de licores,
porque se ve en el botellín azul, un
gran interés en alcanzar licores de gran sabor, pero que no alcoholizaran a los
que lo bebieran. Esta consideración se deduce de la nota escrita a máquina por
“Los mismos”, que son Joaquín Santafé y Angel Morlán, que reza así:” Un licor.
Este licor fue hecho por D. Feliciano, teniendo unos veinticinco años en la
fecha 21/8/59, ha sido probado por los mismos y parece a lo primero un poco
descompuesto, pero al final es delicioso. “Los mismos” José Antonio,
Joaquín y Angel.”.Si tardaron
veinticinco años en abrir la botella para probarlo, poco enviciados estarían en
la bebida. En la etiqueta de la Farmacia Llanas, Ramiro el Monje, 29-Tno. 32,
pone Un licor hecho por D. Feliciano Llanas.- Abierto el 22/8/ 57.
Si se abrió la botella, para probar el sabor de el licor, el año 1957
y se había embotellado veinticinco años antes, éste sería el de 1932, poco más
o menos. Esa fecha era casi coincidente con la que se llevó a D. Feliciano
Llanas. Pero su hijo José Antonio Llanas Almudévar con los dos ayudantes,
Joaquín Santafé y Angel Morlán, el día 22 de Agosto de 1957, recordaron a su padre y a su maestro, Don
Feliciano Llanas.
Esta botella me la regaló mi
primo José Antonio y aquí la conservo, con su licor dentro de ella, ligeramente
gastado hace ya muchos años y con la garantía de que no se vuelto a probar,
porque la boca de la botella está cubierta por lacre, azul, un poco más oscuro
que su casco y me entran ganas de probar ese licor, al que mi primo José
Antonio, Joaquín Santafé y Angel Morlán, califican en la misma botella de delicioso.
A veces se nos van olvidando los
gratos recuerdos del pasado, pero en este caso mi hija la pequeña, guardaba el
licor, no para recordarlo, pues no vivía cuando Don Feliciano lo fabricó , pero
si que había en su corazón un sentimiento del pasado de su familia y con todo
el cariño del mundo lo ha conservado.
Yo no lo abriré si no resucitan
mi primo José Antonio, el gran Santafé y el alegre Víctor, porque si así
ocurriera, yo prometo que abriría el botellín y unidos los cuatro, consumiríamos
este viejo licor.
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