Trinquete de Anso (Huesca). |
Fronton de Velillas (Huesca). |
He encontrado por todo el Altoaragón, frontones de pelota o de “pilota”, como llamaban a ese juego, en que lanzando los mozos, con su mano abierta, contra ese frontón, la pelota o “pilota”, que habían fabricado en sus casas, cubierta con dos trozos de badana. Rebotaba la pelota en el frontón y volvía ponerse en la mano de su rival, y así seguían hasta que cometían alguna falta, como lanzarla, fuera de la zona de juego del frontón. En Siétamo vivía un gran “pelotaire”, que veía su mano derecha inflamada, por las veces que con ella, lanzaba la “pilota” contra el frontón. Se llamaba Escartín, que en el frontón del Ayuntamiento, triunfó muchas veces con su juego de pelota. No dibujaban las rayas, sino que las señalaban con guijarros o piedras del río, clavadas en el suelo. Cuando decidimos pavimentar las calles del pueblo, ya después de la Guerra Civil, siendo yo uno de los miembros del Ayuntamiento, desaparecieron las rayas pétreas del suelo de la Plaza Mayor. Antes de pavimentar el frontón, el año de 1936, llegó la Guerra Civil; huimos con mi familia a Jaca y después al pueblo montañés de Ansó, al lado de Navarra. Y allí encontré un frontón más grande, al que llaman Trinquete en Navarra o Trinquet en Francia. Este trinquete me pareció un modelo de frontón de los que estaban distribuidos por gran parte de España y concretamente en Ansó, en la provincia de Huesca, pues estaba cerrado todo él, en un edificio único. Durante el juego de pelota, que allí ejercitaban los ansotanos, golpeando el frontón, sonaban sus golpes, que resonaban en el ambiente del citado trinquete.
Aquellos ruidos que producían los
golpes de las pelotas, me recordaban los que había escuchado en la Tierra del
Somontano, como los de Siétamo, donde la pelota, de vez en cuando, golpeaba contra las contra- ventanas del frontón, que durante
el juego, tapaban las aberturas de la fachada, y después al utilizarse como ventanas,
se abrían otra vez. Había una diferencia entre el ruido que producía la pelota
al golpear el frontón del trinquete en Ansó y el que producía la misma pelota,
en el aire libre del frontón de Siétamo. En Ansó, Hecho y en Jaca las salas de juego eran
trinquetes y en los demás lugares, eran simplemente frontones. En Huesca
capital hay un trinquete moderno. En los trinquetes hay espacios para que los
asistentes se acomoden bien sentados. En estos trinquetes, además de jugar a la pelota, se hacen
conciertos, bailes y otras actividades de diversión.
En el Somontano los frontones eran abundantes,
pues los había en Siétamo, Arbaniés, Velillas, Fañanás y alejándote de Siétamo hacia
el Noreste, hay un hermoso frontón en Alquézar. “Si, en el Alto Aragón y cerca
de mi pueblo, he sentido el gozo de soñar, cómo en sus frontones, jugaban los
jóvenes, como también comprobé el misterioso y antiguo lábaro, como también se
puede ver en el País Vasco”.
Antonio Ballarín nacido en
Velillas, en el antiquísimo Convento Francés de la Alta Edad Media, del que ya
no se acuerda en estos tiempos actuales, casi nadie, con su rostro que expresa
todos los sentimientos que siente su corazón, casi le salían lágrimas de sus
ojos, al imaginarse el canto de aquellos frailes franceses, del Monasterio de
San Ponce de Tomeras, pero al recordar el juego de pelota que ejercía todo el
pueblo de Velillas, sonreía y reía, al recordar, aquellos años de su niñez. Pero
también había en el frontón de Velillas, una “cueveta”, no se sabe si preparada
por los velillenses o si fue un error en la construcción del
frontón. Antonio Ballarín no lo sabe. Pero los pelotaris de los diversos
pueblos del Somontano se encontraban “cuevetas” o defectos de nivel en la
superficie de los muros, que se encontraban y se encuentran todavía, en el frontón de Velillas. En Velillas tenían preparadas
dos “cuevetas” en la fachada del frontón, para conseguir el desvío de la pelota
de su curso, pero en Siétamo, no sólo había “cuevetas”, sino enormes cuevas
en las ventanas, que se ocultaban durante el juego, para evitar sus huecos en el frontón. Aquellas ventanas de madera
hacían sobre la pelota el mismo efecto que la “cuevetas”, pues desplazaban su
marcha, haciéndola revotar de forma
anormal, porque las ventanas de madera, siempre han sido más blandas que el
cemento, que cubría las piedras picadas del frontón o las mismas piedras con
qué se había construido el edificio de juego.
Antonio Ballarín, nacido en
Vellillas, pueblo al que ama con todo su corazón, a pesar de estar acabándose
la vida de tal pueblo, recuerda su niñez durante la cual, jugaba con otros
niños, que siempre tenían a su disposición pelotas de mano. Con seis o siete
años, comenzó a actuar en el frontón. Jugaba con Pabler, con Jesús Ballarín,
con Esteban, cuñado de mi colaborador
agrario Bailo y entre otros de Tomaser Beltran, de los que no todos viven. Estaba
también el señor de Santolaria, que era el esquilador de la zona. Se juntaban
en el frontón, después de oír misa y también asistían personas mayores, que
quisieran jugar, pero ellos se limitaba ellos a contemplar el juego, teniendo
un porrón de vino, del que bebían unos tragos durante los partidos. Uno de esos
hombres que cuidaba el porrón, rayaba
los tantos. Para que el público se enterara de quien ganaba el partido, por el
número de puntos alcanzados a lo largo del partido, se dibujaba con tiza, una
raya. En cada extremo se escribía el nombre de ambos rivales. Solían consistir
los partidos en alcanzar los veinticuatro tantos, que a cada jugador se le
apuntaban en cada uno de los dos extremos de la raya. Me dice Antonio Ballarín
que cuando uno de los dos jugadores hacía su veinticuatro tanto, el que hacía
de árbitro, gritaba “Veintitrés y no rallo” o en castellano puro, no rayo. Se
daba ya por acabado el partido, pero no se ponía el tanto escrito en la raya,
como un acto de respeto al jugador, que había perdido el juego.
Antonio Ballarín conserva en su
memoria, su triunfo sobre Pabler, pues éste se creía el mejor “pelotaire” de
Velillas y como si estuviese jugando aquel partido ya pasado, hacía ya muchos
años, me hizo vivir aquel partido. Unas veces Antonio Ballarín reía y otras
casi lloraba, cuando él creía que iba a perder. En la mitad del partido, se
veía a sí mismo triunfante, pero hacia la mitad del mismo, se le introdujo el
dedo meñique de la mano derecha, en el bolsillo y no sólo perdió el tanto, sino
que al ver correr su sangre, fue cuando
casi se echó a llorar. Le dijo a Pabler que debían suspender el partido, pero
el rival no quiso. Antonio casi se daba cuenta de que iba a perder el partido,
pero animándose, en el último juego, pegó la pelota en una “cueveta” y Antonio
Ballarín, salió triunfante, pues al rebotar la pelota en la “cueveta”, la desvió y no pudo
alcanzarla. No vi la sangre de Antonio correr por su mano derecha, pero me
enseño la cicatriz que le dejó aquel fallo de mano enganchada en el bolsillo de
su pantalón.
Ya no quedan niños en Velillas y
por tanto ya no se juega a la pelota, pero el corazón de Antonio Ballarín,
parece que está viviendo el juego de pelota que jugó hace aproximadamente unos
cuarenta años, pero yo me di cuenta de que todavía le quedaba el placer de
jugar con pelotas, pues al marchar del Bar, en que me contaba el juego con Pabler,
me dijo que iba al Pabellón de la Escuela Municipal, a ver jugar a su nieto al
Baloncesto con otra pelota más grande ,que aquella pequeña, con que jugó en
Velillas.
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