viernes, 27 de enero de 2017

José Bailo de Velillas, se ha marchado



Algunos dicen que se ha muerto,  pero para mí que se ha marchado de este mundo, porque, aunque deja un vacío en sus parientes y amigos, ha cumplido muy bien su misión en esta vida. Es natural, porque a punto de cumplir noventa años,  se ha cumplido en él,  la oración que dice: Santa Ana, buena muerte y poca cama y se ha ido, como decía la gente, a hablar con Dios.
Pasó en su vida por ratos malos, pero fue sencillamente un hombre feliz, ya que como labrador se pareció a San Isidro, como comerciante a San Pancracio y tuvo un padre sabio,  a pesar de haber pisado poco tiempo la Escuela y con Teresa, su esposa fueron los dos felices, pues siempre se reían y vivían felices en una casa de Velillas, donde uno gozaba al ir a visitarlos. El, que mantuvo durante muchos años una viña en Las Valles y que se murió cuando él la dejó, guardaba en esa casa unas botellas de vino espirituoso. Cuando bebías un pequeño trago de ese buen vino, te acudían a la memoria los recuerdos de tiempos pasados con él y con Teresa, acompañados por el señor Francisco, su padre y  por su esposa y por su hermano y su hermana Ascensión.
Han tenido José con Teresa, dos hijos, el mayor Francisco, con el nombre de su abuelo  y Esteban el menor. Ambos hicieron estudios superiores y con los nietos de José y de Teresa, continúan las ganas de trabajar y de vivir felices.
La señora María con su esposo el señor Francisco y con sus hijos Antonio, José y Ascensión formaron una familia unida, trabajadora y alegre y con una actividad desbordante,  porque además de la agricultura, practicaban el comercio y eran estanqueros. Estas dos actividades les hacían viajar en su carro, unas veces a Huesca y otras a Barbastro. Yo mismo, en alguna ocasión fui con él a Huesca desde Velillas, montado en su carro y gozando de las dotes de conversación que le sobraban al señor Francisco,  con su reposada y tranquila voz. En tiempos pasados, yo no creo que tuviera mucho tiempo para asistir a la Escuela, pero sin embargo tenía grandes conocimientos religiosos, de las costumbres, de la curación de enfermedades y de sentido común.
En aquellos tiempos no existía la Seguridad Social y la Medicina tenía que cuidar de la salud de los hombres con escasos medios, pero el señor Francisco conocía, por herencia de sus padres de Torres de Montes, medios, para tratar con urgencia a los heridos,  antes de que llegara el Médico. En cierta ocasión a Antonio,  en la era, se le escapó la mula que arrastraba el “rastrillo” y éste volcó e hizo al animal heridas por toda su parte posterior, que sangraban como una fuente. El abuelo Francisco, de casa Bailo, formaba una Cruz con los dos dedos gruesos  de ambas manos, la apretaba sobre la herida, mientras rezaba una oración y automáticamente se paraba  la sangre.
 Pero no se perdió aquella oración,  sino que Teresa, esposa de José Bailo, aprendió a hacer y decir lo mismo que había observado a su padre político, el señor Francisco. En cierta ocasión su hijo Francisco, que se llama igual que su abuelo,saltando encima de una cama, se clavó un hierro del cabezal y se hirió en la rodilla. Tenía seis años y Teresa, su madre, imitando a su suegro, formó la Cruz y pronunció la oración y la sangre se detuvo. El hermano pequeño estaba jugando en el ordio y cayó sobre un librador, haciéndose una herida en la cabeza. Teresa, que ya sabía tanto como el abuelo, también lo curó.

Se ha olvidado Teresa de la oración casi milagrosa,  pero ha mantenido unida a toda su familia, que se acordará siempre de su esposo José Bailo y rezarán unidos con los nietos y biznietos del señor Francisco Bailo.  

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