Algunos dicen que se ha
muerto, pero para mí que se ha marchado
de este mundo, porque, aunque deja un vacío en sus parientes y amigos, ha
cumplido muy bien su misión en esta vida. Es natural, porque a punto de cumplir
noventa años, se ha cumplido en él, la oración que dice: Santa Ana, buena muerte
y poca cama y se ha ido, como decía la gente, a hablar con Dios.
Pasó en su vida por ratos
malos, pero fue sencillamente un hombre feliz, ya que como labrador se pareció
a San Isidro, como comerciante a San Pancracio y tuvo un padre sabio, a pesar de haber pisado poco tiempo la
Escuela y con Teresa, su esposa fueron los dos felices, pues siempre se reían y
vivían felices en una casa de Velillas, donde uno gozaba al ir a visitarlos.
El, que mantuvo durante muchos años una viña en Las Valles y que se murió
cuando él la dejó, guardaba en esa casa unas botellas de vino espirituoso.
Cuando bebías un pequeño trago de ese buen vino, te acudían a la memoria los
recuerdos de tiempos pasados con él y con Teresa, acompañados por el señor
Francisco, su padre y por su esposa y
por su hermano y su hermana Ascensión.
Han tenido José con Teresa,
dos hijos, el mayor Francisco, con el nombre de su abuelo y Esteban el menor. Ambos hicieron estudios
superiores y con los nietos de José y de Teresa, continúan las ganas de
trabajar y de vivir felices.
La señora María con su
esposo el señor Francisco y con sus hijos Antonio, José y Ascensión formaron
una familia unida, trabajadora y alegre y con una actividad desbordante, porque además de la agricultura, practicaban
el comercio y eran estanqueros. Estas dos actividades les hacían viajar en su
carro, unas veces a Huesca y otras a Barbastro. Yo mismo, en alguna ocasión fui
con él a Huesca desde Velillas, montado en su carro y gozando de las dotes de
conversación que le sobraban al señor Francisco, con su reposada y tranquila voz. En tiempos
pasados, yo no creo que tuviera mucho tiempo para asistir a la Escuela, pero sin
embargo tenía grandes conocimientos religiosos, de las costumbres, de la
curación de enfermedades y de sentido común.
En aquellos tiempos no
existía la Seguridad Social y la Medicina tenía que cuidar de la salud de los
hombres con escasos medios, pero el señor Francisco conocía, por herencia de
sus padres de Torres de Montes, medios, para tratar con urgencia a los
heridos, antes de que llegara el Médico.
En cierta ocasión a Antonio, en la era,
se le escapó la mula que arrastraba el “rastrillo” y éste volcó e hizo al
animal heridas por toda su parte posterior, que sangraban como una fuente. El
abuelo Francisco, de casa Bailo, formaba una Cruz con los dos dedos
gruesos de ambas manos, la apretaba
sobre la herida, mientras rezaba una oración y automáticamente se paraba la sangre.
Pero no se perdió aquella oración, sino que Teresa, esposa de José Bailo,
aprendió a hacer y decir lo mismo que había observado a su padre político, el
señor Francisco. En cierta ocasión su hijo Francisco, que se llama igual que su
abuelo,saltando encima de una cama, se clavó un hierro del cabezal y se hirió
en la rodilla. Tenía seis años y Teresa, su madre, imitando a su suegro, formó
la Cruz y pronunció la oración y la sangre se detuvo. El hermano pequeño estaba
jugando en el ordio y cayó sobre un librador, haciéndose una herida en la
cabeza. Teresa, que ya sabía tanto como el abuelo, también lo curó.
Se ha olvidado Teresa de la
oración casi milagrosa, pero ha
mantenido unida a toda su familia, que se acordará siempre de su esposo José
Bailo y rezarán unidos con los nietos y biznietos del señor Francisco
Bailo.
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