martes, 3 de marzo de 2020

A Don Angel Otín Mavilla, hijo de Almudévar.-




Yo he sido amigo de Don Angel Otín Mavilla, que vivía en Almudévar con su esposa  y sus dos hijos, que habiéndose casado, aumentaron su descendencia. Angel era un hombre, de esos que nadie espera que se mueran, porque tenían un rostro sonriente eternamente y me recibía con verdadera amistad, cada vez que entraba en su despacho de Carnets de Identidad. Al verme sonreía de un modo visceral, como si se encontrara con un amigo eterno. Si sonreía como un amigo eterno al verme entrar en su Despacho de trabajo. Cuando yo llegaba al despacho de  su Laboratorio de venta  y de revelado de fotografías, lo primero que recibía era una sonrisa y más que su sonrisa era la alegría que manifestaba con sus sonrientes labios y con sus saludos.
Yo mismo, como originario de la Villa de Almudévar, sentía la necesidad de sonreír, me parecía encontrarme con un pariente lejano francés, lejanísimo, que procedía como yo mismo de la Francia del Midi. Otín , apellido francés-vascuence, venido de Francia, era su firma de la honradez, que le acompañaba y le hacía sonreir a mis ojos y escuchar a mis oidos, sus palabras, siempre acompañadas por su sonrisa. Yo vivo en el invierno en la calle opuesta a aquella calle de Don Vicente Campo, donde se abre al público la venta de “películas” y me aproximaba con cierta frecuencia a la tienda de sus hijos.
Yo en el invierno, me acercaba con frecuencia a ese comercio de máquinas de fotografiar y de escribir noticias y poesías, pero hacía ya tiempo que no lo había hecho. Entre en la tienda por saludar a sus dos simpáticos hijos y me llevé la triste noticia. Sentí en mi corazón el dolor de no poderle dar el pésame a su cariñosa y trabajadora esposa, que con el huerto que cultivaban su marido e hijos, hacía unos bocados, para alimentarlos de un sabor especial.
Era toda su familia simpática y agradable y nunca se quedaban lejos de la sonrisa y el cariño, pero llegó esta situación, que nos puede alcanzar a todos los hombres y mujeres y se ha introducido en mi corazón un baño de tristeza.
Pero yo no he desesperado, como sus familiares, porque con mis noventa años espero encontrarme con él, muy próximamente en el otro mundo.
Y a su familia, empezando por su esposa, les acompaño en el dolor y en la esperanza de ver como me sonreía.

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