De los cuatro hijos y dos hijas que tuvieron nuestros padres
Manuel y Victoria, casados en Siétamo, tú fuiste el pequeño, por eso todos los
hermanos y todas las hermanas, te llamábamos “El Chiqui”, pero, sin embargo has sido hasta el día de tu
muerte, el tres de marzo del año 2006,
el más alto de todos. Basta acordarse de las diversas señales que en la pared
de la habitación de abajo, en nuestra casa de Siétamo y en la cámara nupcial de
nuestra madre, Victoria, muerta el año 1943, y de Manuel, en que nuestro padre,
como ya no tenía esposa, se preocupaba
de dar y de recibir el cariño de sus hijos e hijas y en ese cuarto, nos apoyábamos
al lado de la pared y sobre el punto más descollante de nuestras cabezas, hacía
en la misma, con un lapicero, una señal
y al lado de ella ponía la fecha en que la había marcado. Estaba nuestra
hermana mayor Mariví, que era muy alta y mi hermano Luis, que también destacaba
en altura, pero siempre ganabas tú, “El Chiqui”. ¡Cómo jugábamos de niños
acompañados por nuestra abuela Agustina y por nuestra tía Rosa!, pero sin
madre, pues me acuerdo de aquella vez en que jugabas a lucha libre con nuestro
hermano Luis cuando tú, Jesús, sintiendo un dolor,
exclamaste: ¡ay mamá!, y al darte cuenta de que te habías acordado de
ella, te quedaste como aquel que tiene una actitud contemplativa, como ahora
soy yo y tu esposa y tus hijos, los que estamos contemplando toda tu vida. Y él
y Luis y yo que lo estábamos acompañando, callamos y ya no volvimos a jugar a
darnos golpes.
Ayer, la esposa y los cuatro
hijos de Jesús sentían un enorme dolor en sus corazones, al ver como su padre
se iba de este mundo y es que se acordaban del cariño que desde hace tantos
años les dedicó a ellos y revivían en sus corazones las ilusiones de sus
primeras comuniones y de la boda de José, allá en Madrid y de sus vidas que
vinieron al mundo en Jaca y en ella estudiaron e hicieron deporte y rezaron en
la antigua Catedral, con el cuidado intenso que les dedicaron su buena madre
Lurdes en compañía de su padre Jesús, que sufría al ver el dolor de su esposa o
de alguno de sus hijos.
Es que mi hermano el pequeño
Jesús, era grande porque no sólo tenía
altura corporal, sino también era alto de espíritu, aficionado al deporte,
conversador con los amigos y con una
vocación profesional en Extensión
Agraria, que le llevaba a buscar el bien de los campesinos de la Montaña de
Jaca. Hace unos dos meses, me contó un
ciudadano de esta capital de nuestra Montaña, que cuando él era joven, un
día estaba trabajando de jornalero en el
monte, cuando llegó Jesús,
que le dijo: “vente mañana mismo por la oficina, que te buscaré medios
para que no seas toda tu vida un jornalero, sino un hombre trabajador, pero con
un buen porvenir”. Así lo hizo y ahora se acuerda de Jesús, al tiempo que goza
de la vida.
¡Cómo comprendiste en este mundo
a las personas, a las que tratabas con cariño y comprensión!.Desde que siendo
niños, el año 36, fuimos a Jaca, donde teníamos parientes, has estudiado en
Pamplona, donde jugabas al baloncesto, pero volviste a la capital de la Montaña
y desde allí, porque Dios lo ha querido, te tuvieron que bajar a Huesca, donde
has muerto. En Jaca, siendo un niño muy pequeño, allá por los años de 1936, te
perdimos y te encontramos, igual que tu encontraste en dicha ciudad la paz, el
trabajo, el amor de tu esposa y de tus
hijos. Cuando estos, ya mayores se repartieron por el mundo, con tu esposa
Lurdes os acercasteis a dos de ellos, que viven en Zaragoza y con ellos
convivisteis y os amasteis.
¡ Qué latir de los corazones de
tu esposa Lurdes y de tus hijos
Adolfo, Jesús, José y
Luis y de todos los suyos, al
mismo tiempo que los atienden sus primo-hermanos!. Mantened esa unión y cuidad
a vuestra madre, porque ya Jesús no podrá estar con ella. Pero hoy, día tres de
Marzo te hemos perdido en este mundo, pero nos encontraremos, como nos
encontramos en las calles de Jaca, pero para toda la eternidad, “porque la vida
de los que en Ti creemos, no termina, se transforma”.
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