Vista aérea de Fañanas |
Somos Santos y yo, contemporáneos
y nacimos y amamos a dos pueblos vecinos del Somontano y regados por las aguas
del río Guatizalema. Se trata de Siétamo y de Fañanás. Su padre llamado
Prudencio, nació en Siétamo y no lo fusilaron porque supo escaparse a Huesca, antes de que fueran a buscarlo. En cambio a su
hermano Nicolás, lo fusilaron en las tapias de la Huerta del Conde de Aranda. Su
padre estaba casado, varios años antes de la Guerra Civil con Virginia
Ausaberri, de Fañanás. Era hermano del Maestro Nacional Mariano Ausaberri, que
ejerció en Siétamo y en Tamarite de Litera. Santos, en cambio, era capataz de
Obras Públicas y está enterrado en Siétamo, donde nació. Es de suponer por su apellido vasco-navarro, que procediera del
Reino de Navarra. Prudencio, el padre de Santos, al casarse en Fañanás con
Virginia Ausaberri, se quedó a vivir en el pueblo protegido por la Virgen de
Bureta, pero durante la Guerra tuvo que
sufrir con sus fieles devotos. Tuvieron tres hijos, uno el mayor Santos y dos
hijas, que permanecieron solteras toda
su vida, viviendo en Fañanás, en
compañía de su hermano Santos y de su cuñada Virginia.
En Fañanás, al principio, iba a la Escuela, ayudando a su padre
y cultivando al mismo tiempo algún pedazo de tierra de su esposa, llevando a
costa de sus trabajos, una vida económicamente desahogada. Se acuerda del que
fue su Maestro Don Antonio Vallés, que huyó al comenzar la Guerra y al pasar
por el Estrecho Quinto, murió alcanzado por las balas. La madre de los hermanos
Vallés, era viuda. Ente sus hijos tuvo al que más tarde sería Coronel Vallés
Almudévar, al pequeño Jesús, después sacerdote y fue fusilada con uno de sus hijos de unos
quince años, en el camino de Torres de Montes. Otro hermano murió en la Guerra
Civil, pero dejó una hija, que tiene a su vez,
varias. Vive en Madrid y hace muy poco tiempo se ha quedado viuda de su
esposo, que en tiempos pasados, estuvo ejerciendo de secretario en Siétamo Quedó Joselín, que llegó a ser un hombre de
empresa en Bilbao. Al pobre y buen Jesús Vallés Almudévar, no lo fusilaron por ser muy niño y lo llevaron a
Ola. Luego lo recogieron unos familiares suyos, que eran republicanos y al
finalizar la Guerra, volvió con su familia, pero sin madre y con menos hermanos
a Huesca, donde estudió para sacerdote.
Tal vez fuera por este motivo que nunca se le oyó quejarse y siempre perdonó a
los asesinos de su madre y hermano. Ya no solía ir a Fañanás, la tierra de la
pasión y muerte de su madre y de su hermano, pero no pudo, en cierta ocasión, dejar de hacer una visita a la Virgen en su
Ermita de Bureta. Pero pensando en su vida de pueblo en Fañanás, se compró una
casa en Castilsabás, de donde eran originarios los Vallés y de la misma forma
que en su pueblo tenía cerca la Virgen de Bureta, en Castilsabás estaba próximo
a la Virgen del Viñedo. Los últimos años
de su vida, los vivió haciendo de sacerdote en la Parroquia de San Pedro el
Viejo y allí cuidó de las reliquias artísticas
e hizo un museo de ellas en la Torre de la Iglesia.
En cambio Prudencio, el padre de
Santos, tuvo más suerte al llegar la Guerra Civil y se escapó a Huesca, y
Santos se quedó en su casa, con su madre y sus hermanas Su tío Nicolás, cartero de Siétamo, en lugar
de huir hacia un punto seguro, bajó a Fañanás. Y allí Santos se acuerda de
cuando fueron a buscarlo los miembros de aquel dividido ejército, guiado por
Romualdetes y Bergua, vecinos de Siétamo. Al llevárselo, a las diez de la
mañana, se despidió de sus familiares, dando unos besos a cada uno y poco más o
menos, a las diez y media lo fusilaron, como he dicho en las tapias de la Huerta del
Conde de Aranda, en su pueblo de Siétamo. Santos, en aquella terrible época
debía tener unos diez años de edad.
Pasó la Guerra Civil y se
olvidaron un poco los sufriientos que tuvieron que soportar durante ella. El
volvió a trabajar ayudando a su padre Prudencio, pero al morir, Santos buscó
trabajo en la ciudad de Huesca, de albañil con don Ventura Mur, construyendo
entre otros edificios, el de la Fábrica
de Harinas de don José Porta. No tuvo que hacer el Servicio Militar, con su amigo
Joselín Vallés, librados ambos probablemente por haber entregado vidas de su
familia en la Guerra Civil. Luego se estableció de constructor en Huesca, donde
construyó varios grupos de viviendas y la Escuela de Pío XII. Entonces estaba
gozando de la gran labor de los arquitectos Aranda y José Antonio Blecua Elboj
y por el gran aparejador Pepe Pérez Loriente, del que me dice Santos que era
muy inteligente y yo afirmo que de muy buen corazón.
Como todos los constructores, tuvo dificultades económicas, que llegó a
superar, como me dice don Macario Garcés, que fue Director de una sucursal de
la Caja de Ahorros. Con su ayuda salió de los apuros económicos, pues como
afirma Santos, era un hombre muy
competente.
Pero no abandonó nunca su pueblo de Fañanás, donde recuerda los
malos tiempos que pasó con su amigo don Jesús Vallés Almudévar y cuando va a la
Virgen de Bureta, reza por él y por todos los que sufrieron, de un lado y de
otro, durante la Guerra. Además da gracias
por los beneficios que recibió de la Virgen toda su vida y añora el
recuerdo de su tío Nicolás, cartero de
Siétamo y de los miembros de la vida de Fañanás, que fueron mártires y héroes de casa
Vallés Almudévar.
A Santos le faltaron los
estudios, pues como dice Llanas Aguilaniedo en su libro Alma Contemporánea,
editado en la Librería Pérez en 1899, muchos trabajadores no sabían leer, pero
Santos si que aprendió, pero dadas las dificultades de aquellos tiempos, no
pudo especializarse. Pero su mente y su corazón le pasó la idea y el
sentimiento de que sus dos hijas se quedaran ignorantes, y se esforzó para que
a su hija Nuria, no le faltase el título
de Ingeniero de Comunicaciones y a María Teresa el de Ingeniero Eléctrico.
El sigue viviendo en Fañanás y
casi todos los días aparece sentado en un velador de los Porches de Galicia, siempre
rodeado de amigos y pensando en su esposa Teresa, que cuida la casa.
Sus hijas, mientras tanto, buscan
con su inteligencia el progreso material de España y el ético o moral para que
no vuelvan a crearse odios y enemistades, de los que sufrió Santos Olivar
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